¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este viernes de la sexta
semana de Pascua.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Hechos
de los Apóstoles 18,9-18
Estando Pablo en
Corinto, 9 una noche, el Señor le dijo en una visión:
- No temas, sigue
hablando, no te calles, 10 porque yo estoy contigo y nadie intentará
hacerte mal. En esta ciudad hay muchos que llegarán a formar parte de mi
pueblo.
11 Pablo permaneció en
Corinto un año y seis meses, enseñando la Palabra de Dios.
12 Bajo el
proconsulado de Galión en Acaya, los judíos se confabularon contra Pablo y lo
llevaron ante el tribunal 13 con esta acusación:
- Este trata de
persuadir a los hombres para que den culto a Dios en contra de la Ley.
14 Pablo se disponía a
hablar, cuando Galión dijo a los judíos:
- Si se tratase de un
delito o de un crimen grave, yo os escucharía como es debido, 15 pero
tratándose de cuestiones referentes a vuestra propia ley, allá vosotros. Yo no
quiero ser juez de estas cosas.
16 Y los echó del
tribunal. 17 Entonces todos ellos agarraron a Sóstenes, el jefe de la sinagoga,
y se pusieron a golpearle delante del tribunal. Pero Galión no hacía caso de lo
que ocurría.
18 Pablo se quedó
todavía bastante tiempo en Corinto. Después se despidió de los hermanos y se
embarcó rumbo a Siria, acompañado de Priscila y Aquila. En Cencreas se había
rapado la cabeza para cumplir un voto que había hecho.
Otras informaciones de utilidad: los hechos se desarrollan hacia el año 51-52, que es cuando el procónsul Galión se encontraba en Corinto. Este actúa de manera inteligente como «laico»: no quiere entrometerse en cuestiones religiosas. A su modo de ver, las cuestiones que le someten son discusiones internas al judaísmo, cuestiones que no tienen nada que ver con su función. Lucas lo subraya adrede, y da muestras de apreciar tanto la neutralidad de Roma como el hecho de que las autoridades romanas en general no se mostraran hostiles, en los comienzos, a los cristianos. Hasta salvaron a Pablo en más de una ocasión del fanatismo de sus adversarios.
Los judíos no se dan por
vencidos y caldean en exceso la atmósfera: Pablo continúa llevando una vida
dificil. Pero queda confortado y confirmado en su misión: está haciendo lo que
quiere el Señor. Es el Señor quien quiere que se dedique también a los paganos.
Estos continuos subrayados expresan -una vez más- la seriedad del problema del
paso a los paganos para las primeras generaciones cristianas. Es casi una idea
fija: ¿cómo explicar el hecho de que el pueblo de la promesa hubiera rechazado
a Jesús, mientras que éste era acogido por los gentiles, esto es, por los tan
depreciados paganos? Pero es el Señor -nos asegura Lucas- quien dice: «En
esta ciudad hay muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo», como
en otras muchas ciudades, un pueblo constituido por algunos judíos y por muchos
paganos. Y en Corinto, donde se encontraba lo mejor y lo peor de la cultura
griega, la confrontación con el paganismo no iba a ser una broma: dieciocho
meses en
Corinto representan una
verdadera iniciación en la evangelización de los gentiles.
Finalmente, concluye
Pablo, casi a hurtadillas, su viaje misionero, embarcándose con sus patronos de
trabajo, Priscila y Aquila, primero con destino a Jerusalén y después hacia
Antioquía. A un misionero como Pablo, quedarse durante dieciocho meses en un
solo lugar, aunque fuera con provecho, pudo parecerle excesivo.
Evangelio: Juan 16,20-23a
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: 20 Yo os aseguro que vosotros lloraréis y
gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; vosotros estaréis
tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. 21 Cuando una
mujer va a dar a luz, siente tristeza, porque le ha llegado la hora, pero,
cuando el niño ha nacido, su alegría le hace olvidar el sufrimiento pasado y
está contenta por haber traído un niño al mundo. 22 Pues lo mismo vosotros: de
momento estáis tristes, pero volveré a veros y de nuevo os alegraréis con una
alegría que nadie os podrá quitar. 23 Cuando llegue ese día, ya no
tendréis necesidad de preguntarme nada.
Jesús, cuando apenas ha terminado de señalar una de las constantes de la experiencia cristiana (la dura espera del encuentro gozoso y definitivo con él: v 20), se vale de la imagen eficaz y delicada de la mujer que va a dar a luz un hijo (v. 21) para expresar el paso de la aflicción a la alegría sobreabundante.
La alegría de la mujer es
doble: han terminado sus propios sufrimientos y ha dado al mundo un nuevo ser.
La alegría cristiana va unida al dolor, pero desemboca en la vida nueva que es
la pascua del Señor. A continuación, sigue Jesús explicando la comparación en
sentido espiritual (v. 22). El dolor por la muerte oprobiosa del Hijo de Dios
se mudará en gozo el día de la pascua, en una alegría sin fin que «nadie
podrá quitar» a los discípulos, porque está arraigada en la fe en
Aquel que vive glorioso a la diestra de Dios.
Jesús ha hablado del
tiempo inaugurado con su resurrección; en la continuación, añade: «Cuando
llegue ese día, ya no tendréis necesidad de preguntarme nada» (v.
23b). La expresión «ese día» no se refiere sólo al día de la
resurrección, sino a todo el tiempo que comenzará con ese acontecimiento. Desde
ese día en adelante, la comunidad cristiana, iluminada plenamente por el
Espíritu Santo, tendrá una nueva visión de las cosas y de la vida, y el Espíritu
Santo iluminará interiormente a sus miembros y les hará conocer todo lo que sea
necesario.
MEDITATIO
Seguimos con la alegría.
En las palabras que aquí pronuncia Jesús subyace la idea del sufrimiento
misionero como condición necesaria y lugar privilegiado de la alegría eclesial.
De esta alegría fue maestro y protagonista el apóstol Pablo. En medio de las
persecuciones que le vienen a causa de la predicación del Evangelio,
afirma: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas
nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4). Siguiendo su ejemplo, los
convertidos acogen «la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de
muchas tribulaciones» (1 Tes 1,6). Los ministros de la Palabra
están «como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque
enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos» (2
Cor 6,10).
Hoy como ayer, quien se
compromete en el inmenso y minado campo de la difusión de la Palabra, en la
tarea misionera, seguramente encontrará grandes tribulaciones, pero tiene
garantizada la alegría. Se trata de la alegría que procede de poner en el mundo
un «hombre nuevo», de ver reconstruidas a personas destruidas, de volver a dar
sentido y vitalidad a vidas marchitas y apagadas, de ver aparecer la sonrisa en
rostros sin esperanza. Es la alegría de ver aparecer la vida allí donde sólo
había ruinas. Ese es el milagro de la misión. ¿Por qué no superar el miedo al
fracaso, para gozar de esta segurísima alegría, garantizada a los apóstoles
generosos?
ORATIO
Hoy me doy cuenta, Señor,
de que mi escaso compromiso con la misión puede proceder asimismo del temor al
fracaso. Es preciso poner la cara, con el peligro de alcanzar resultados
escasos e incluso irrisorios. Me doy cuenta también, Señor, de que no siento
compasión por mi prójimo, que camina en su cómodo, aunque insano, cenagal. Y me
pregunto si he experimentado de verdad tu amor, si conozco de verdad tu amor
por mí, tu compasión por mí, lo que has hecho por mí. ¿Es ésa, Señor, la razón
por la que me encuentro a menudo árido y triste? ¿Es ésa la razón de que no
conozca las alegrías que proporciona ver reflorecer la vida? ¿Se debe a eso que
me sienta cansado y resignado?
Concédeme, Señor, un
corazón grande, lleno de compasión, que me mueva a llevar tu vida a mi prójimo.
Muéstrame, más allá de tanto bienestar y despreocupación, la profunda necesidad
que hay en tantas personas de algo más y mejor: la necesidad de
ti. Ayúdame a superar mi aridez, para llevar un poco de alegría, para
que también en mí vuelva a florecer tu alegría.
CONTEMPLATIO
Que el que guía a las
almas esté cerca de cada uno con la compasión y esté más dedicado que todos los
demás a la contemplación, para asumir en él, con sus vísceras de misericordia,
la debilidad de los otros y, al mismo tiempo, para ir más allá de sí mismo en la
aspiración a las realidades invisibles, con la altura de la contemplación. Y
así, si mira con deseo hacia lo alto, no despreciará las debilidades del
prójimo, o si, viceversa, se acerca a ellas, no descuidará la aspiración a lo
alto. Como la caridad se eleva a maravillosas alturas cuando se arrastra con
misericordia hasta las bajezas del prójimo, cuanto con mayor benevolencia se
pliegue a las debilidades, con más potencia subirá hacia lo alto (Gregorio
Magno, Regla pastoral, 11,5).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra: «Nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn
16,22).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La compasión consiste en
tener el atrevimiento de reconocer nuestro recíproco destino, a fin de que
podamos ir hacia adelante, todos juntos, hacia la tierra que Dios nos indica.
Compasión significa también «compartir la alegría», lo que puede ser tan importante
como compartir el dolor. Dar a los otros la posibilidad de ser completamente
felices, dejar florecer en plenitud su alegría. Ahora bien, la compasión es
algo más que una esclavitud compartida con el mismo miedo y el
mismo suspiro de alivio, y es más que una alegría compartida.
Y es que tu compasión nace de la oración, nace de tu encuentro con Dios, que es
también el Dios de todos.
En el mismo momento en que
te des cuenta de que el Dios que te ama sin condiciones ama a todos los otros
seres humanos con el mismo amor, se abrirá ante ti un nuevo modo de vivir, para
que llegues a ver con unos ojos nuevos a los que viven a tu lado en este mundo.
Te darás cuenta de que tampoco ellos tienen motivos para sentir miedo, de que
tampoco deben esconderse detrás de un seto, de que tampoco tienen necesidad de
armas para ser humanos.
Comprenderás que el jardín
interior que ha estado desierto durante tanto tiempo, puede florecer también
para ellos (H. J. M. Nouwen, A mani aperte, Brescia 19973,
47s).
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