¡Amor y paz!
Los invito, a leer y meditar la Palabra de Dios, a través del método de la lectio divina, en este martes de la octava de
pascua.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,36-41
El día de Pentecostés,
decía Pedro a los judíos:
- Así pues, que todos los israelitas tengan la
certeza de que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús a quien
vosotros crucificasteis.
37 Estas palabras les
llegaron hasta el fondo del corazón, así que preguntaron a Pedro y a los demás
apóstoles:
- ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?
38 Pedro les
respondió:
- Arrepentíos y bautizaos cada uno de vosotros
en el nombre de Jesucristo, para que queden perdonados vuestros pecados.
Entonces recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Pues la promesa es para
vosotros, para vuestros hijos e incluso para todos los de lejos a quienes
llame el Señor nuestro Dios.
40 Y con otras
muchas palabras los animaba y los exhortaba, diciendo:
— Poneos a salvo de
esta generación perversa.
41 Los que acogieron su
palabra se bautizaron, y se les agregaron aquel día unas tres mil personas.
Pedro concluye su discurso con cierto énfasis: todos los israelitas deben tener la certeza de que Jesús es Señor y Mesías. La fe cristiana se fundamenta en el testimonio apostólico sobre la resurrección, que eleva a Jesús a la condición gloriosa de Señor y Mesías. Lucas usa aquí precisamente los dos títulos del anuncio de la buena noticia que llevaron los ángeles a los pastores (Lc 2,11), títulos plenamente realizados ahora.
El testimonio de Pedro
toca los corazones y se inicia la larga cadena de las conversiones. El apóstol
pide el cambio de mentalidad y de comportamiento (ése es el sentido de metánoia), y
el bautismo «en el nombre de Jesús», llamado simplemente «Cristo» (sin
artículo): ahora ya es él el Enviado, el Mesías, el Salvador. El bautismo es
signo de la conversión y apertura a la nueva vida, hecha de la destrucción del
pasado de muerte y de la plenitud de vida que procede del Espíritu Santo. De
este modo se cumplen las promesas tanto para los que están presentes como para
los «de lejos», es decir, para los que están fuera del judaísmo.
Aparece, por último, la
invitación a ponerse «a salvo de esta generación perversa», esto
es, de aquellos que con su religiosidad legalista no han sido capaces de acoger
la novedad revolucionaria del mensaje y de la realidad de Jesús, y lo hicieron
condenar recurriendo a la mentira. La primera pesca del «pescador de
hombres» fue verdaderamente milagrosa: tres mil personas recibieron
sus palabras y entraron en sus redes, unas redes que llevan a las aguas de la
salvación.
Evangelio: Juan 20,11-18
En aquel tiempo, María
se quedó allí, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a
asomarse al sepulcro. 12 Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados
en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a
los pies
13 Los ángeles le
preguntaron:
— Mujer, ¿por qué lloras?
Ella contestó:
- Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde
lo han puesto.
14 Dicho esto, se
volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo
reconoció. 15 Jesús le preguntó:
- Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás
buscando?
Ella, creyendo que era
el jardinero, le contestó:
- Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo
has puesto y yo misma iré a recogerlo.
16 Entonces Jesús
la llamó por su nombre:
- ¡María!
Ella se acercó a él y
exclamó en arameo:
- ¡Rabboni! (que quiere decir «maestro»).
17 Jesús le dijo:
- No me retengas más, porque todavía no he
subido a mi Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre,
que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios.
18 María Magdalena
se fue corriendo a donde estaban los discípulos y les anunció:
- He visto al Señor
Y les contó lo que
Jesús le había dicho.
La dinámica narrativa de Jn 20 está guiada por un ritmo creciente que muestra el nacimiento y la consolidación de la fe de los primeros discípulos en Jesús resucitado. Tras el descubrimiento de la tumba vacía (w. 1-10), donde la fe inicial del discípulo amado constituye sólo un primer estadio de la plena fe pascual, el fragmento presenta el segundo estadio, el de la profundización de la fe en el Resucitado a través de la experiencia personal de la Magdalena: de los signos visibles de la ausencia de Jesús se pasa a su presencia viva. El discípulo queda invitado a entrar en la óptica de la fe en la persona del Señor.
El fragmento se compone de
dos partes: a) la aparición de los ángeles a María (w. 11-13); b) la aparición
de Jesús a la mujer (vv 14-18). María necesita ser liberada de una adhesión aún
demasiado sensible al Jesús terreno. La superación de esta visión terrena
permite al discípulo encontrar al Señor. María no llega a la fe enel Cristo
resucitado a través de los ángeles, que sólo tienen una función de
interlocutores: «Por qué lloras?» (v. 13), sino sólo cuando
Jesús la llama por su nombre: «¡María!» (v 16), inaugurando en
ella una nueva vida. María, una vez ha reconocido al «rabboni»
(v. 16), es invitada por Jesús a anunciar a los otros discípulos el
acontecimiento de la resurrección.
Es ahora cuando se convierte en el símbolo de
la fe plena, haciéndose en misionera y evangelizadora de la Palabra de
Jesús: «Fue corriendo a donde estaban los discípulos y les
anunció: "He visto al Señor"» (v 18).
El encuentro de Jesús con María Magdalena y el anuncio llevado por la mujer a
los hermanos contiene un gran mensaje para los discípulos de todos los tiempos:
el Señor está vivo, y cada uno de nosotros debe buscarlo a través de un camino
de fe, con la seguridad de que, si hace lo que le corresponde, el Señor, a su
vez, no tardará en salirle al encuentro y en hacerse reconocer.
MEDITATIO
La conversión de una gran
muchedumbre es, en verdad, sorprendente y milagrosa. A decir verdad, el
discurso de Pedro no tiene nada de extraordinario o, al menos, no parece
irresistible. Pero estamos en Pentecostés, y el Espíritu no obra sólo en Pedro,
sino también en los oyentes, cuyos corazones se sienten traspasados hasta el
fondo de una manera irresistible. Se impone una conclusión clara: quien
convierte es el Espíritu, que da fuerza a la Palabra y la convierte en una
espada de doble filo capaz de penetrar incluso en los corazones más
endurecidos. Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, en especial los
primeros capítulos, constituye la demostración de esta verdad elemental: el
protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo, que toca los corazones
cuando y como quiere, según sus designios misteriosos.
En estos años se ha
reflexionado mucho sobre el papel del Espíritu Santo en la evangelización, lo
cual ha representado un progreso. Pero queda aún un enorme camino para
considerarlo en su papel absolutamente prioritario en el orden de lo
cotidiano. Para llegar lejos por este camino hace falta más oración y
más paz, menos carreras y menos afanes. Toda palabra, también la Palabra,
traspasa el corazón cuando es el Espíritu quien la lleva con su fuerza
irresistible, con su poder a veces arrollador y a veces paciente, siempre
misterioso, siempre más allá de nuestra comprensión, siempre digno de
adoración.
ORATIO
Oh Espíritu Santo, qué
poco te invoco y qué poco me confío a ti y a tu acción misteriosa. Por momentos
lo arrollas todo, en otras ocasiones pareces ausente. Pero eres necesario para
la evangelización, porque sin ti las palabras suenan vacías, mis esfuerzos son
conatos estériles, mis compromisos se quedan vacíos. ¿Cómo puedo llevar la
salvación si tú estás ausente? Hazme comprender interiormente tu absoluta necesidad,
y la necesidad que tengo de ti, en mi acción de testigo y de evangelizador.
Hazme comprender que siempre estás presente, incluso cuando el Evangelio tiene
dificultades para ser acogido, dándome paz y no quitándome el valor de sembrar
sin tregua. Hazme ver claro que a mí me pides la siembra y te reservas para ti
los frutos. Dame, sobre todo, la seguridad de que siempre estás conmigo en cada
momento de mi trabajo apostólico, porque así estaré seguro de que nunca será
inútil ninguna siembra, aun cuando la mayoría de las veces serán otros los que
recojan. Y la seguridad de que, en el cielo, verán misojos ciertamente esos
frutos tan esperados de mi trabajo y del tuyo.
CONTEMPLATIO
Debemos considerar la
resurrección [de Cristo], que es modelo de nuestra resurrección, o sea, de
nuestra suerte. Cristo, cabeza y modelo de nuestra resurrección, ha resucitado
con este objeto, para asegurarnos a nosotros, sus miembros, nuestra propia
resurrección; de otro modo sería una cosa monstruosa: resucitar la cabeza sin los
miembros.
Por esa razón argumentaba tan bien y con tanta
eficacia el Apóstol contra aquellos que negaban la resurrección,
diciendo: «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha
resucitado». Ahora bien, si es necesario que Cristo haya resucitado,
porque lo que sucede ahora es imposible que no haya sucedido, es necesario, en
consecuencia, que los muertos resuciten: «En efecto, es necesario que
este cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad, y este cuerpo mortal, de
inmortalidad».
Por consiguiente, para sembrar en los corazones de
los fieles la fe en la resurrección y remover la ambigüedad de la desconfianza
y de la desesperación, dice: «Si creemos, en efecto, que Jesús ha
muerto y ha resucitado, también del mismo modo a aquellos que han muerto los reunirá
Dios con él por medio de Jesús». Teniendo, pues, esta firme confianza,
con el beato Job, no debemos entristecernos de la muerte de ningún buen
cristiano, «como aquellos que no tienen esperanza» (Buenaventura, Sermones,
21,6).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra:
«Estas palabras les
llegaron hasta el fondo del corazón» (Hch 2,37).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Cuando seamos libres desde
el punto de vista espiritual, no deberemos mostrarnos ansiosos sobre lo que
hayamos de decir o hacer en situaciones inesperadas o difíciles. Cuando no nos
preocupemos de lo que los otros piensan de nosotros o de lo que vamos a ganar
con lo que hacemos, entonces brotarán las palabras y las acciones justas desde
el centro de nuestro ser, porque el Espíritu de Dios, que hace de nosotros
hijos de Dios y nos libera, hablará y obrará
a través de nosotros.
Dice Jesús: «Mas
cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o
qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel
momento. Porque no seréis vosotros Ios que hablaréis, sino el
Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt
10,19-20).
Continuemos confiando en
el Espíritu de Dios, que vive en nosotros, a fin de que podamos vivir
libremente en un mundo que sigue entregándonos a quien quiere valorarnos o
juzgarnos (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997,
p. 121 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).
http://www.mercaba.org/LECTIO/PAS/semana1_martes.htm
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