¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este lunes de la quinta semana de Pascua.
Dios nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 14,5-18
En aquellos días, en Iconio, 5 los paganos y los judíos con sus jefes tramaron un plan para maltratar e incluso apedrear a Pablo y Bernabé, 6 pero ellos se dieron cuenta y escaparon a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia, y a sus alrededores, 7 donde también anunciaron la Buena Noticia.
8 Había en Listra un paralítico, cojo de nacimiento, que nunca había podido andar. 9 Un día que estaba oyendo hxkxmxmxablar a Pablo, éste se le quedó mirando fijamente y, viendo que tenía suficiente fe como para ser curado, 10 le dijo en alta voz:
Levántate y ponte derecho.
Él se levantó de un salto y echó a andar. 11 La gente, entonces, al ver lo que había hecho Pablo, comenzó a gritar en dialecto licaonio:
¡Son dioses que han tomado forma humana y han bajado hasta nosotros!
12 Y llamaban Zeus a Bernabé y Hermes a Pablo, porque era él quien hablaba. 13 Por su parte, el sacerdote de Zeus, cuyo templo estaba a la entrada de la ciudad, hizo traer ante las puertas toros adornados con guirnaldas y, junto con toda la gente, pretendía ofrecer un sacrificio. 14 Cuando los apóstoles Bernabé y Pablo se dieron cuenta de lo que pasaba, se rasgaron los vestidos e irrumpieron por medio de la gente gritando:
15 - Ciudadanos, ¿qué es lo que hacéis? Nosotros somos de la misma condición que vosotros. Somos hombres y os anunciamos la Buena Noticia para que, abandonando estos dioses vacíos, os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. 16 En las pasadas generaciones, él permitió que cada nación siguiese su propio camino, 17 aunque no dejó de darse a conocer por sus beneficios, enviándoos desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, y llenando de alimento y alegría vuestros corazones.
18 Con estas palabras lograron convencer a la gente para que no les ofrecieran sacrificios, pero no les fue fácil.
Estamos de nuevo ante un episodio de curación que continúa el paralelismo entre los hechos de Pedro y los de Pablo (la referencia a la curación del paralítico en la puerta «Hermosa» es evidente). Lucas usa aquí, como en otros lugares, el verbo «salvar» en el sentido de «curar», tal como recoge la traducción que presentamos.
La reacción del público, en cambio, es nueva. Mientras la reacción normal a un milagro entre los judíos era la de dar gloria a Dios (cf. 4,21), aquí, entre los paganos, se da gloria a los hombres. Había una antigua leyenda, ambientada en un pueblo no alejado de Listra, referente a Filemón y Baucis, dos agricultores que dieron hospitalidad a Zeus y a Hermes. Esta leyenda, recogida por Ovidio, debía de ser muy conocida por los habitantes de la región. Los honores tributados a los dos personajes estaban dictados también por la preocupación de no caer en el duro castigo que propinaron los dioses a los que no los acogieron. Hermes era venerado además como dios de la salud, y Pablo había curado al paralítico. Había, por tanto, más de un motivo para honrar como es debido a los dos extraordinarios personajes.
El discurso que sigue a continuación refleja una situación de emergencia y desconcierto. Pero es importante, porque se trata del primer discurso dirigido a los paganos. No se citan las Escrituras, pero sí aparece una invitación explícita a que abandonen los ídolos y se conviertan al Dios vivo y verdadero, creador de todas las cosas. Es probable que se trate de la argumentación típica empleada por los evangelizadores respecto a los paganos, una argumentación que ya había hecho muchos prosélitos entre ellos. Estamos ante un ejemplo de inculturación y de adaptación a la situación.
El hecho de que Bernabé y Pablo se rasgaran los vestidos y reaccionaran con espanto puede ser motivo de reflexión para los que no desdeñan los fáciles honores y los reconocimientos por méritos apostólicos.
Evangelio: Juan 14,21-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 21 El que acepta mis preceptos y los pone en práctica, ése me ama de verdad, y el que me ama será amado por mi Padre. También yo le amaré y me manifestaré a él.
22 Judas, no el Iscariote sino el otro, le preguntó:
Señor, ¿cuál es la razón de manifestarte sólo a nosotros, y no al mundo?
23 Jesús le contestó:
El que me ama se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él. 24 Por el contrario, el que no guarda mis palabras es que no me ama. Y las palabras que escucháis no son mías, sino del Padre, que me envió.
25 Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros; 26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo.
El centro de interés del fragmento es la autorrevelación de Jesús, solicitada por una pregunta ulterior del apóstol Judas de Santiago. El Maestro había anunciado precedentemente a los discípulos que ya se había manifestado a ellos, aunque de un modo espiritual. Sin embargo, esas palabras no habían sido comprendidas por los suyos, que pensaban en una manifestación gloriosa y mesiánica delante de todos. Jesús se sirve de la pregunta del apóstol (v 22) para plantear de nuevo el tema de la presencia de Dios en la vida del creyente (v 23). Sólo quien ama está en condiciones de observar la Palabra de Jesús y de acoger su manifestación espiritual e interior. Y quien observa esta Palabra (= los mandamientos) será amado por él y por el Padre. Más aún, quien muestre amor a Jesús recibirá en su propia intimidad la presencia del mismo: Jesús habitará en su corazón junto con el Padre y el Espíritu. Esta manifestación del Señor es espiritual. Se identifica con la presencia de Cristo en el alma de quien vive de manera conforme a su Palabra. Esta presencia interior de Jesús constituye la «escatología realizada» entre Dios y los hombres. La inhabitación de la Trinidad en el creyente está, pues, condicionada no tanto por Dios como por nosotros mismos: amar a Jesús y observar su Palabra. En cambio, quien no ama ni practica los mandamientos no puede formar parte de esta vida de Dios (v 24).
En este punto del coloquio, Jesús, lanzando una mirada retrospectiva a toda su misión de revelador, establece una distinción entre su enseñanza y la del Espíritu (vv. 25s): el tiempo de Cristo lleva en sí la verdad, porque Jesús es «la verdad» (14,6); el tiempo del Espíritu la ilumina y la hace penetrar en el corazón de los creyentes, porque «el Espíritu es la verdad» (1 Jn 5,6).
MEDITATIO
En tiempos no remotos, la inhabitación de la Trinidad era un tema bastante entrañable a los cristianos más atentos a las realidades de la fe. Hoy, al menos así lo parece, lo es un poco menos. Sin embargo, una vida «habitada por Dios» es muy distinta a una vida desierta, abandonada a sí misma, condenada a agotarse en los límites de la criatura.
Mi vida ha sido visitada por Dios. Él habita en mi interior más profundo. El es el dulce huésped de mi alma: «Vendremos a él y viviremos en él». ¿Cómo es posible vivir una vida trivial teniendo como huésped a la Trinidad? ¿Cómo es posible no asombrarse por esta verdad, por esta extraordinaria realidad que nos arrebata de la soledad, ensalza la dignidad de la existencia, llena de estupor, da luz a la tonalidad grisácea de nuestra vida cotidiana, sumerge en el mundo divino, hace familiar la existencia con Dios, no cesa de asombrar y de maravillar, desplaza el centro de interés de toda la aventura terrena, colorea de sentido toda acción? ¿Cómo no quedar sobresaltado de alegría frente a este ser mío mortal hecho templo de la Trinidad inmortal, frente a este cuerpo mío corruptible hecho santo e incorruptible por la intimidad con su Creador?
ORATIO
Te bendigo y te doy gracias, Señor mío, porque hoy has abierto mis ojos a todo lo que quieres obrar en mí y conmigo. ¿Cómo es posible que, por lo general, viva yo como si estuvieras lejos? ¿Cómo es posible que te busque fuera de mí? ¿Cómo es posible que me olvide de que estás conmigo, dentro de mí?
Señor, perdona mi ceguera y mi distracción. Perdona mi poco amor, que me impide buscarte allí donde tú quieres ser encontrado. Perdóname, porque lleno en ocasiones mi corazón de personas o cosas que no te dejan sitio a ti. Perdona todas las veces que me lamento por mi soledad, como si tú me hubieras dejado solo para recorrer los caminos del mundo.
Señor, hazte sentir tú también. Hazme volver, como tú sabes hacerlo, a la interioridad, a tu presencia dentro de mí. Ayúdame a alejar lo que ocupa el sitio que tú te has reservado en lo más íntimo de mí. Purifica mi corazón para que pueda verte presente en mi vida, operante, tranquilizador, indispensable. Refuerza, Señor, mi corazón, para que pueda verte y sentirte, para que pueda entablar contigo un diálogo de amor y vivir contigo una historia de amor destinada a no acabar nunca.
CONTEMPLATIO
Oh Dios mío, Trinidad a la que adoro, ayúdame a olvidarme de mí por completo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si ya mi alma estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de ti, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu misterio.
Pacifica mi alma, haz en ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo; que yo no te deje en ella nunca solo; que esté en ti enteramente, despierta del todo en mi fe, toda adoración, entregada por completo a tu acción creadora (Isabel de la Trinidad, cit. en A. Hamman, Compendio de la oración cristiana, Edicep, Valencia 1990, p. 204).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vendremos a él y viviremos en él» (Jn 14,23).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero convertirme totalmente en deseo de saber para aprender todo de ti; y después, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijarte siempre y permanecer bajo tu gran luz, oh mi Astro amado, fascíname para que ya no pueda salir de tu resplandor.
Oh Fuego que consume, Espíritu de amor, ven a mí, para que se produzca en mi alma como una encarnación del Verbo; que yo le sea una humanidad añadida en la que él renueve todo su misterio. Y tú, Padre, inclínate sobre tu pobre y pequeña criatura, cúbrela con tu sombra, no veas en ella más que al Bienamado en el que has puesto todas tus complacencias.
Oh mis «Tres», mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, me entrego a ti como una presa, entiérrate en mí para que yo me entierre en ti, mientras espero ir a contemplar en tu luz el abismo de tu grandeza (Isabel de la Trinidad, cit. en A. Hamman, Compendio de la oración cristiana, Edicep, Valencia 1990, p. 204).
http://www.mercaba.org/LECTIO/PAS/semana5_lunes.htmL
domingo, 29 de abril de 2018
“Quien permanece unido a mí da mucho fruto”
¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar
la Palabra de Dios y el comentario, en este 5º domingo de Pascua.
Dios nos bendice...
Lectura del Santo Evangelio según San
Juan 15, 1-8:
Durante la cena pascual,
la víspera de su pasión, Jesús les dijo a sus discípulos: "Yo soy la vid
verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la
corta; pero si da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. Ustedes ya están
limpios por las palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo
unido a ustedes.
Una
rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera,
ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y
ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho
fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece unido a
mí, será echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se queman. Si
ustedes permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran
y se les dará. En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den mucho fruto
y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos”.
Estas
palabras de Jesús que nos trae el Evangelio de hoy tienen como trasfondo la
canción de la viña o del cultivo de uvas que había empleado como imagen
literaria el profeta Isaías para representar al pueblo de Israel (Isaías 5,
1-7), y que sería evocada ocho siglos después por Jesús para manifestar su
propia fidelidad a Dios Padre en contraste con la infidelidad del pueblo
escogido, y exhortar a sus discípulos a permanecer unidos a Él. Reflexionemos
sobre lo que nos dice Jesús en el Evangelio, teniendo también en cuenta los
demás textos bíblicos [Hechos de los Apóstoles 9, 26-31; Salmo 22 (21), 26b-28.30-32;
1ª Carta de Juan 3, 18-24].
1. “Yo soy la vid
verdadera (…) y ustedes son las ramas
La
expresión “Yo soy” empleada por Jesús (“Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy la
puerta”, “Yo soy el buen pastor”, “Yo soy la resurrección y la vida”, “Yo soy
el camino, la verdad y la vida”, “Yo soy el pan de vida”, “Yo soy la vid”, “Yo
soy, el que habla contigo” -como le dice a la Samaritana cuando ella le
pregunta por el Mesías-, “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del
hombre, entonces sabrán que Yo soy”, o simplemente “Yo soy” -como les responde
a quienes llegan a apresarlo-) es en el Evangelio de Juan una referencia al
nombre con el que se le había revelado Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”
(Éxodo 3, 14), que es lo que traduce el nombre “Yahvé”. Más exactamente: “Yo he
actuado, estoy y seguiré actuando”, al contrario de los ídolos, que no actúan
porque no tienen vida.
Lo
que Dios es y la forma en que actúa lo expresan en este pasaje del Evangelio
las imágenes del viñador o cultivador de uvas que llena de todos sus cuidados
la planta que él mismo sembró y de la cual espera los mejores frutos para
producir el mejor vino, y de la vid verdadera que sí ha producido lo mejor, con
la cual Jesús se identifica al prometer que quienes permanezcan unidos a Él como
las ramas al tronco, como los sarmientos a la vid, darán mucho fruto.
Hay
en esta alegoría un detalle significativo: Jesús dice que al que lleva fruto lo
limpia - o en otras traducciones “lo poda”- para que dé más fruto. Esto quiere
decir que, en el proceso de crecimiento espiritual que implica nuestra unión o
comunión con Él, debemos estar dispuestos a experiencias de purificación para
arrancar de nosotros los apegos o afectos desordenados que nos impiden dar un
fruto de buena calidad. Pero, ¿en qué consiste ese fruto que Jesús espera de
sus discípulos, de cada uno y cada una de nosotros? Veámoslo.
2. “Quien permanece unido
a mí da mucho fruto”
El
fruto resultante de permanecer con Jesús es la práctica del amor, cumpliendo el
mandamiento por el cual son reconocidos sus seguidores, como Él mismo había
dicho poco antes y lo repetiría luego en el mismo Evangelio (Jn 14, 34-35; 15,
12.17), como lo manifestaría la Iglesia primitiva de la cual se dice en la
primera lectura que tenía paz y crecía espiritualmente (Hechos 9, 31), y como
lo recalca la segunda lectura (1 Jn 3, 23). Ya ustedes están limpios por mis
palabras, dice Jesús. En efecto, todo el proceso formativo de sus discípulos ha
implicado una purificación inicial, pero ésta debe continuar, porque las tendencias
desordenadas no desaparecen en forma automática y por ello es necesario
reforzar constantemente la conexión con Él.
Ahora
bien, para estar y permanecer unidos a Jesús tenemos que dejarnos vivificar por
la savia que Él quiere comunicarnos: su Espíritu Santo, que nos mueve a
escuchar y comprender la Palabra de Dios en la oración individual y
comunitaria, y a conectarnos con la vida resucitada de Jesús en la comunión
eucarística. Siete veces aparece en este pasaje del Evangelio la idea de estar
en unión con Jesús. Por eso ella constituye el núcleo del mensaje de este
domingo y nos da la clave para examinarnos, preguntándonos: ¿Qué he hecho, qué
hago, qué debo hacer para permanecer conectado a Jesús?
3. “Si permanecen unidos
a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran …”
¡Ama
y haz lo que quieras! San Agustín de Hipona (siglo IV d.C.) expresó en esta
frase el sentido de lo que Jesús les dice a sus discípulos en la última parte
del pasaje evangélico de hoy. Es frecuente la queja de quienes se sienten
desatendidos por Dios porque no oye sus peticiones o parece no tenerlas en
cuenta. Lo que ocurre tal vez es que, quienes así se quejan, por una parte, no
han cumplido la condición que indica Jesús -si permanecen unidos a mí y fieles
a mis enseñanzas-, y, por otra, no han entendido que la oración hecha como es
debido nos dispone a pedir no lo que corresponde a nuestros afectos
desordenados, sino lo que nos conviene para nuestra vida espiritual y eterna.
Pidámosle
entonces a Dios Padre, en el nombre de Jesús e invocando la intercesión de
María Santísima, que permanezcamos unidos a Él, de modo que nunca nos apartemos
de quien nos enseñó con el ejemplo de su vida a cumplir el mandamiento del
amor.
El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez
Montoya, S.J.
sábado, 28 de abril de 2018
"El que me ve a mí, ve al Padre"
¡Amor y paz!
-->
http://www.mercaba.org/LECTIO/PAS/semana4_sabado.htm
Los invito,
hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, con el método de la lectio
divina, en este Sábado de la cuarta semana de Pascua.
Dios nos
bendice…
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los
Apóstoles 13,44-52
44 El sábado siguiente casi
toda la ciudad se congregó para escuchar la Palabra del Señor. 45 Los judíos,
al ver la multitud, se llenaron de envidia y se pusieron a rebatir con insultos
las palabras de Pablo. 46 Entonces, Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía:
— A vosotros había que
anunciaros antes que a nadie la Palabra de Dios, pero puesto que la rechazáis y
vosotros mismos no os consideráis dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a
los paganos. 47 Pues así nos lo mandó el Señor:
Te he puesto como luz de las
naciones para que lleves la salvación hasta los confines de la tierra.
48 Los paganos, al oír esto, se
alegraban y recibían con alabanzas el mensaje del Señor. Y todos los que
estaban destinados a la vida eterna creyeron.
49 La Palabra del Señor se
difundió por toda aquella región. 50 Los judíos, sin embargo, sublevaron a las
mujeres distinguidas que adoraban al verdadero Dios, y a los principales de la
ciudad, promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de
su territorio. 51 Ellos, en señal de protesta, se sacudieron el polvo de los
pies y se fueron a Iconio. 52 Los discípulos, por su parte, estaban llenos de
gozo y del Espíritu Santo.
Se presenta aquí una problemática muy
sentida por la comunidad cristiana primitiva: el rechazo del Evangelio por
parte de los judíos y la consiguiente predicación a los paganos. En nuestros
días estamos menos interesados en este tipo de problemas relacionados con el
derecho de precedencia de Israel a la salvación. Sin embargo, en aquella época
estos problemas se consideraban con una gran seriedad y están presentados con
una gran frecuencia en los Hechos de los Apóstoles (13,46s; 18,6;28,28) y en
tres capítulos (9-11) de la Carta a los Romanos. Eran problemas que planteaban
interrogantes y producían angustia en la conciencia de los discípulos: ¿cómo es
posible que el pueblo de las promesas no las haya reconocido una vez cumplidas?
Aquí se subraya la alegría de los
nuevos destinatarios, los efectos positivos de la persecución, el clima de
optimismo que invadía a los discípulos -«estaban llenos de gozo y del Espíritu
Santo»- en medio de unos acontecimientos que no se presentaban ciertamente
demasiado tranquilos.
La Palabra, rechazada por los judíos,
es acogida con entusiasmo por los paganos. Los apóstoles, rechazados en un
lugar, se sacuden el polvo de los pies y difunden la Palabra en otros lugares.
La persecución les llena de la alegría que viene del Espíritu y da la seguridad
de seguir los pasos de Cristo, el justo rechazado por los hombres y exaltado
por Dios.
El libro de los Hechos de los Apóstoles
rebosa de optimismo, de ese optimismo que no procede de la carne, sino del
Espíritu. La alegría no brota de los éxitos, sino de las tribulaciones; no
procede de las realizaciones humanas, sino de sentirse configurados con Cristo,
de sentirse encauzados por el camino hacia Dios.
Evangelio: Juan 14,7-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos: 7 Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde
ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto.
8 Entonces Felipe le dijo:
— Señor, muéstranos al Padre;
eso nos basta.
9 Jesús le contestó:
— Llevo tanto tiempo con
vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo
me pides que os muestre al Padre? 10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el
Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí,
el que está realizando su obra. 11 Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en
el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en
las obras que hago. 12 Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras
que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre. 13 En efecto,
cualquier cosa que pidáis en mi nombre os la concederé, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. 14 Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre.
El tema fundamental del pasaje es la
relación entre Jesús y el Padre. El evangelista, a la pregunta de por qué Jesús
es el único mediador para llegar al Padre, responde que sólo Cristo puede
conducir a los hombres a la comunión con Dios. Jesús es el camino al Padre
porque conduce a él a través de su persona: él está en el Padre y el Padre en
él. A partir de esta mutua inmanencia entre Jesús y el Padre se hace
comprensible que el conocimiento de Jesús lleve al conocimiento del Padre (v.
7).
El lenguaje del Maestro resulta oscuro
para los discípulos, y, por eso, Felipe pide ver la gloria del Padre. No ha
comprendido que se trata de ir al Padre a través de la persona de Jesús. Los
discípulos no han sabido reconocer en la presencia visible de su rabí las
palabras y las obras del Padre (v. 9). Para ver al Padre en el Hijo es preciso
creer en la unión recíproca entre el Padre y el Hijo.
Sólo mediante la fe es posible
comprender la copresencia entre Jesús y el Padre. De ahí que lo único que pueda
pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza ese don. El Señor, en su
llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseñanza en una doble razón: su
autoridad personal, que los discípulos han experimentado en otras ocasiones al
vivir con Jesús, y el testimonio de «las obras que hago» (v. 11).
La obra que Jesús ha inaugurado con su
misión de revelador es sólo un comienzo. Los discípulos proseguirán su misión
de salvación. Más aún: harán obras semejantes a las suyas e incluso mayores.
Por último, el Maestro se ocupa de animar a los suyos y a todos los que crean
en él a participar en la obra de la evangelización y en su misma misión.
MEDITATIO
Felipe quiere ver al Padre, pero no ha
sabido verlo en Jesús. Ha visto con los ojos la realidad externa, pero no ha
visto la realidad escondida con los ojos, mucho más penetrantes, de la fe. Juan
usa de una manera típica el verbo «ver» para indicar dos tipos de realidades:
la del signo visible y la de la gloria del Verbo o realidad sobrenatural.
¿Y tú qué ves cuando contemplas las
obras de Dios? ¿Ves sólo la realidad sensible, el signo, o la acción de Dios,
la realidad significada? Es bueno plantearse una pregunta como ésta, porque el
secularismo invasor no se preocupa más que de la realidad visible, empírica,
palpable. Aunque está dispuesto, a continuación, a correr detrás de «doctas
fábulas» de tipo astrológico o mágico o pseudorreligioso. El discípulo de Jesús
debe caminar entre el positivismo y la superstición, aceptando lo real de la
realidad y aguzando la mirada de la fe, que nos permite ver la acción –o la
«gloria»– de Dios en los acontecimientos humanos, a menudo intrincados, siempre
misteriosos, nunca absurdos.
El Señor ha prometido a su Iglesia la
posibilidad de hacer obras incluso mayores que las que él ha hecho: la grandeza
ha de ser medida en el orden de los valores proclamados por él mismo, esto es,
con el signo por excelencia que es la cruz. Se trata del signo del martirio, de
la entrega, del amor que se da, de consumir nuestra propia vida por el prójimo:
lo que exige ver y apreciar otro orden de valores distintos a los apreciados
por el mundo, un orden de valores que, al final, atrae todos a él.
ORATIO
Me doy cuenta, Señor, de que soy un
buen compañero de Felipe, es decir, que soy un poco miope para ver tu acción en
el mundo. Ayer me lamentaba de la debilidad de tu Iglesia, y quizás no consiga
vislumbrar tu posible mensaje. Me lamentaba asimismo, con acentos de nostalgia,
del hundimiento de esta «cristiandad», sin lograr ver lo nuevo que estás
haciendo brotar. Me lamento de verte ausente de la historia y no consigo verte
allí donde antes no estabas presente y ahora, en cambio, lo estás.
Veo que no
sé leer los «signos de los tiempos», dejándome ir unas veces hacia el pesimismo
y otras hacia el optimismo, es decir, leyendo los acontecimientos humanos o
bien mirando exclusivamente las debilidades de los hombres, o bien
abandonándome a un providencialismo milagrero.
Enséñame tú el arte del discernimiento,
concédeme el don de verte allí donde actúas y el modo en que lo haces. Purifica
mi corazón para no sean mis estados de ánimo, sino tu luz la que me guíe para
descubrirte y encontrarte allí donde actúas, para colaborar contigo, pero, sobre
todo, para amarte como tú quieres.
CONTEMPLATIO
En medio de las tinieblas de la vida
presente, la Escritura se ha vuelto la luz para nuestro camino. Por eso dice
Pedro: «Hacéis bien en prestar[le] atención, como a lámpara que luce en lugar
oscuro» (2 Pe 1,19). Y, a su vez, dice el salmista: «Lámpara es tu palabra para
mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 118,105).
Sabemos, sin embargo, que esta misma
lámpara es oscura para nosotros si la Verdad no la hace brillar en nuestras
almas. Por eso dice aún el salmista: «Tú, Señor, eres mi lámpara, mi Dios que
alumbra mis tinieblas» (Sal 18,29). ¿De qué sirve una luz que arde y no da luz?
Pero la luz creada no brilla para nosotros si no es iluminada por la luz
increada. Ahora bien, el Dios omnipotente, que ha creado las palabras de ambos
Testamentos para nuestra salvación, él mismo es el intérprete (Gregorio Magno,
Homilías sobre Ezequiel, I,7,17).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la
Palabra: «Muéstrame, Señor, tus caminos» (Sal 24,4a).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Te revelaste, Señor, como invisible;
eres un Dios escondido e inefable. Pero te haces visible en cada ser: la
criatura es la flor de tu mirada. Tu mirada confiere el ser, Dios mío, tú te
haces visible en la criatura.
Soy incapaz de darte un nombre, estás
más allá del límite de toda definición humana. Socorre a los hijos de los
hombres: ellos te veneran en figuras diferentes y eres para ellos causa de
guerras religiosas. Sin embargo, ellos te desean, Bien único, oh Inefable y Sin
Nombre.
No sigas oculto aún, manifiesta tu
rostro: así seremos salvos. Responde a nuestra oración: desaparecerán la espada
y el odio, encontraremos la unidad en la diversidad. Aplácate, Señor, tu
usticia es misericordia: ten piedad de nosotros, frágiles criaturas Nicolás de
Cusa, cit. en G. Vannucci, 11 libro della preghiera universale, Florencia,
1985, p. 36Amor y paz.
viernes, 27 de abril de 2018
«Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre sino por mí»
¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, según el método
de la lectio divina, en este viernes de la cuarta semana de Pascua.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Hechos
de los Apóstoles 13,26-33
En aquellos días,
llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga: 26 Hermanos, hijos
de la estirpe de Abrahán, y los que, sin serlo, teméis a Dios, es a vosotros a
quienes se dirige este mensaje de salvación. 27 Ciertamente, los habitantes de
Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús, y al condenarlo cumplieron las
palabras de los profetas que se leen todos los sábados. 28 Sin haber hallado en
él ningún delito que mereciera la muerte, pidieron a Pilato que lo matase. 29 Y
después de cumplir todo lo que acerca de él estaba escrito, lo bajaron del
madero y lo sepultaron. 30 Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. 31
Durante muchos días se apareció a los que habían subido con él desde Galilea a
Jerusalén, los cuales son ahora sus testigos ante el pueblo. 32 Y nosotros os
anunciamos la Buena Noticia: que la promesa hecha a nuestros antepasados 33
Dios nos la ha cumplido a nosotros, sus descendientes, resucitando a Jesús,
como está escrito también en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he
engendrado hoy.
En este discurso -su primer discurso programático-, Pablo desarrolla los mismos argumentos de fondo del primer discurso de Pedro en Pentecostés. Debía ser un esquema habitual en los que anunciaban la Buena Noticia en los ambientes judíos: las antiguas promesas se han cumplido ahora, a pesar del rechazo por parte de los habitantes de Jerusalén, que entregaron a Pilato a un inocente, al que Dios despertó de los muertos. Los matices del discurso son distintos, pero la sustancia es la misma: Jesús, injustamente condenado, ha sido reconocido justo por Dios mediante la resurrección. Y ésta es «la palabra de salvación», ésta es la ((Buena Nueva», ésta es la realización de «la promesa hecha a nuestros antepasados»: Dios es lo suficientemente fuerte para vencer el mal, incluso el más horrible. Dios dará la salvación a los que crean en su poder, el mismo poder que se manifestó en el acontecimiento pascual de Jesús.
Hemos de señalar que Pablo
fundamenta el anuncio de la resurrección en declaraciones de «testigos». Pablo
tiene mucho cuidado en no introducirse en el número de estos, con lo que
reconoce su papel insustituible. Él es sólo un portavoz de «lo que ha
recibido». Con todo, se apresura a añadir: «Y nosotros os anunciamos la Buena
Noticia», introduciéndose en el grupo de los evangelizadores. Nos anuncia la
Palabra de salvación a nosotros, que somos los verdaderos hijos de Abrahán (Mt
3,9), los herederos de las promesas (Gal 3,16-29), el verdadero Israel de Dios
(Gal 6,16), hoy, en este contexto concreto que es el nuestro.
Evangelio: Juan 14,1-6
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en
mí. 2 En la casa de mi Padre hay lugar para todos; de no ser así, ya os lo
habría dicho; ahora voy a prepararos ese lugar. 3 Una vez que me haya ido y os
haya preparado el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar
donde voy a estar yo. 4 Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy.
Tomás replicó:
- Pero, Señor, no
sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?
6 Jesús le respondió:
- Yo soy el camino, la
verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre sino por mí.
Los apóstoles, reunidos en torno a Jesús en el cenáculo, después del anuncio de la traición de Judas, de las negaciones de Pedro y de la inminente partida del Maestro, han quedado profundamente afectados. El desconcierto y el miedo han inundado la comunidad. Jesús lee en el rostro de sus discípulos una fuerte turbación, un peligro para la fe, y por eso les anima a que tengan fe en el Padre y en él (v. 1).
Si el Maestro exhorta a
sus discípulos a la confianza es porque él está a punto de irse a la casa del
Padre a prepararles un lugar. No deben entristecerse por su partida, porque no
los abandona; más aún, volverá para llevarlos con él (vv. 3s).
Los apóstoles no
comprenden las palabras de Jesús. Tomás manifiesta su absoluta incomprensión:
no sabe la meta hacia la que se dirige Jesús ni el camino para llegar a ella; y
es que entiende las cosas en un sentido material. Jesús, en cambio, va al Padre
y precisa el medio para entrar en contacto personal con Dios: «Yo soy el
camino, la verdad y la vida» (v. 6).
Esta fórmula de revelación
es una de las cumbres más elevadas del misterio de Cristo y de la vida
trinitaria: el hombre-Jesús es el camino porque es la verdad y la vida. En
consecuencia, la meta no es Jesús-verdad, sino el Padre, y Jesús es el mediador
hacia el Padre. La función mediadora del hombre-Jesús hacia el Padre está
explicitada por la verdad y por la vida. El Señor se vuelve así, para todos los
discípulos, el camino al Padre, por ser la verdad y la vida. Él es el revelador
del Padre y conduce a Dios, porque el Padre está presente en él y habla en
verdad. Él es el «lugar» donde se vuelve disponible la salvación para los
hombres y éstos entran en comunión con Dios.
MEDITATIO
Jesús también me dice a mí
hoy: «No te inquietes». Tú sabías, Señor, que también había de llegar para mí
el momento de la inquietud y la turbación. Para mí y para tantos otros como yo.
¿Cómo es posible que haya tantos odios y venganzas? ¿Tanta corrupción e
indiferencia? ¿Tanta hambre de dinero y de poder? ¿Tanta violencia y tanta
prepotencia? Fíjate cómo nuestras ciudades se han vuelto semejantes a Sodoma y
Gomorra: ¿cómo es posible no sentirse inquieto?
Jesús responde a mi inquietud
asegurándome que «también hay un lugar para mí» allí donde está él, un lugar
preparado para quien, a pesar de la inquietud, persevera con él en las pruebas
y en la tormenta. Y es que, en definitiva, también en el siglo XXI, sigue
siendo él el camino, la verdad y la vida: con él es como podemos y debemos
atravesar los ciclones de la avidez y de la sensualidad sin límites y los
vientos gélidos de la injusticia y del cinismo.
Todas las fuerzas que nos
desvían, todas las tendencias arrolladoras que nos exigen estar firmemente
aferrados a él.
¿Quieren llevarte por
otros caminos? Acuérdate de que él es el camino. ¿Quieren indicarte soluciones
más adelantadas, más dignas del nuevo milenio? Acuérdate de que él es la
verdad. ¿Quieren enseñarte cómo vivir de un modo más intenso y libre? Acuérdate
de que él es la vida. Acuérdate de que con él puedes iniciar una reconstrucción
no ilusoria, aunque no fácil.
ORATIO
Sostén, Señor, mi corazón
vacilante; tú mismo ves lo difícil que es no quedar preso del asombro en este
mundo que parece haber olvidado incluso que has venido a nosotros. Tú mismo
estás viendo cómo estamos destruyendo, en unos pocos decenios, un patrimonio
espiritual acumulado durante siglos mediante un tenaz trabajo misionero y
pastoral. Tú mismo estás viendo cómo envejecen tus fieles, sin que lleguen
demasiados refuerzos, cómo disminuye la práctica religiosa y el número de
vocaciones, cómo se disgrega la familia, cómo son considerados tus fieles con
cierta suficiencia.
Sostén, Señor, mi fe
vacilante, porque no quiero abandonarte a ti, que eres todo para mí. Sostén
esta débil esperanza mía, que quisiera ver el nuevo milenio iluminado por tu
verdad. Sostén la cada vez menos vívida llama del amor por mis hermanos, a los
que quisiera hacer el supremo regalo de dar testimonio de ti como el único que
pone en contacto con el Dios vivo y verdadero.
Haz que las palabras que
dijiste a Tomás venzan todo mi desánimo y triunfen sobre mi debilidad. Porque
estoy seguro de que eres tú quien tiene la última palabra: «A ti, Señor, me
acojo; no quede yo avergonzado para siempre» (cf. Sal 71,1).
CONTEMPLATIO
Mediante la continua
invocación y el continuo recuerdo de nuestro Señor Jesucristo, se implanta en
nuestra mente una especie de divina tranquilidad, siempre que no olvidemos la
oración continua dirigida a él, la sobriedad sin tregua y la obra de la
vigilancia. En verdad, intentamos realizar siempre del mismo modo y de una
manera propia la invocación a Jesucristo nuestro Señor, gritando con un corazón
ferviente, de modo que podamos tener parte y gustar el santo nombre de Jesús.
La continuidad, en efecto, tanto para la virtud como para el vicio, es la madre
de la costumbre, y la costumbre tiene, después, la misma fuerza que la
naturaleza. La mente que llega a semejante tranquilidad persigue, a
continuación, a los enemigos como el perro que caza las liebres en el
bosquecillo. El perro, para devorarlas; la mente, para aniquilarlos (Hesiquio,
Discurso sobre la sobriedad y las virtudes unidas a la salvación del alma, 98).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).
PARA LA LECTURA
ESPIRITUAL
Nadie escapa a la
posibilidad de ser herido. Todos somos personas heridas, física, psicológica,
mental, espiritualmente. La preyunta principal no es: «aCómo podemos esconder
nuestras heridas?», , a fin de que no nos resulten embarazosas, sino: «iCómo
podemos poner nuestras heridas al servicio de los demás?».
Cuando las heridas dejan
de ser una fuente de vergüenza y se vuelven fuente de curación, nos convertimos
en curadores heridos. Jesús es el curador herido de Dios: por medio de sus
heridas nos ha sanado de nuevo a nosotros. El sufrimiento y la muerte de Jesús
han traído consigo alegría y vida; su humillación ha traído gloria; su rechazo
ha traído una comunidad de amor. Como seguidores de Jesús, también nosotros
podemos hacer que nuestras heridas traigan curación a los otros (H. J. M.
Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 207 [trad. esp.: Pan para el
viaje, PPC, Madrid 1999]).
http://www.mercaba.org/LECTIO/PAS/semana4_viernes.htm
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