¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar
la Palabra de Dios y el comentario, en este 5º domingo de Pascua.
Dios nos bendice...
Lectura del Santo Evangelio según San
Juan 15, 1-8:
Durante la cena pascual,
la víspera de su pasión, Jesús les dijo a sus discípulos: "Yo soy la vid
verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la
corta; pero si da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. Ustedes ya están
limpios por las palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo
unido a ustedes.
Una
rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera,
ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y
ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho
fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece unido a
mí, será echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se queman. Si
ustedes permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran
y se les dará. En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den mucho fruto
y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos”.
Estas
palabras de Jesús que nos trae el Evangelio de hoy tienen como trasfondo la
canción de la viña o del cultivo de uvas que había empleado como imagen
literaria el profeta Isaías para representar al pueblo de Israel (Isaías 5,
1-7), y que sería evocada ocho siglos después por Jesús para manifestar su
propia fidelidad a Dios Padre en contraste con la infidelidad del pueblo
escogido, y exhortar a sus discípulos a permanecer unidos a Él. Reflexionemos
sobre lo que nos dice Jesús en el Evangelio, teniendo también en cuenta los
demás textos bíblicos [Hechos de los Apóstoles 9, 26-31; Salmo 22 (21), 26b-28.30-32;
1ª Carta de Juan 3, 18-24].
1. “Yo soy la vid
verdadera (…) y ustedes son las ramas
La
expresión “Yo soy” empleada por Jesús (“Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy la
puerta”, “Yo soy el buen pastor”, “Yo soy la resurrección y la vida”, “Yo soy
el camino, la verdad y la vida”, “Yo soy el pan de vida”, “Yo soy la vid”, “Yo
soy, el que habla contigo” -como le dice a la Samaritana cuando ella le
pregunta por el Mesías-, “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del
hombre, entonces sabrán que Yo soy”, o simplemente “Yo soy” -como les responde
a quienes llegan a apresarlo-) es en el Evangelio de Juan una referencia al
nombre con el que se le había revelado Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”
(Éxodo 3, 14), que es lo que traduce el nombre “Yahvé”. Más exactamente: “Yo he
actuado, estoy y seguiré actuando”, al contrario de los ídolos, que no actúan
porque no tienen vida.
Lo
que Dios es y la forma en que actúa lo expresan en este pasaje del Evangelio
las imágenes del viñador o cultivador de uvas que llena de todos sus cuidados
la planta que él mismo sembró y de la cual espera los mejores frutos para
producir el mejor vino, y de la vid verdadera que sí ha producido lo mejor, con
la cual Jesús se identifica al prometer que quienes permanezcan unidos a Él como
las ramas al tronco, como los sarmientos a la vid, darán mucho fruto.
Hay
en esta alegoría un detalle significativo: Jesús dice que al que lleva fruto lo
limpia - o en otras traducciones “lo poda”- para que dé más fruto. Esto quiere
decir que, en el proceso de crecimiento espiritual que implica nuestra unión o
comunión con Él, debemos estar dispuestos a experiencias de purificación para
arrancar de nosotros los apegos o afectos desordenados que nos impiden dar un
fruto de buena calidad. Pero, ¿en qué consiste ese fruto que Jesús espera de
sus discípulos, de cada uno y cada una de nosotros? Veámoslo.
2. “Quien permanece unido
a mí da mucho fruto”
El
fruto resultante de permanecer con Jesús es la práctica del amor, cumpliendo el
mandamiento por el cual son reconocidos sus seguidores, como Él mismo había
dicho poco antes y lo repetiría luego en el mismo Evangelio (Jn 14, 34-35; 15,
12.17), como lo manifestaría la Iglesia primitiva de la cual se dice en la
primera lectura que tenía paz y crecía espiritualmente (Hechos 9, 31), y como
lo recalca la segunda lectura (1 Jn 3, 23). Ya ustedes están limpios por mis
palabras, dice Jesús. En efecto, todo el proceso formativo de sus discípulos ha
implicado una purificación inicial, pero ésta debe continuar, porque las tendencias
desordenadas no desaparecen en forma automática y por ello es necesario
reforzar constantemente la conexión con Él.
Ahora
bien, para estar y permanecer unidos a Jesús tenemos que dejarnos vivificar por
la savia que Él quiere comunicarnos: su Espíritu Santo, que nos mueve a
escuchar y comprender la Palabra de Dios en la oración individual y
comunitaria, y a conectarnos con la vida resucitada de Jesús en la comunión
eucarística. Siete veces aparece en este pasaje del Evangelio la idea de estar
en unión con Jesús. Por eso ella constituye el núcleo del mensaje de este
domingo y nos da la clave para examinarnos, preguntándonos: ¿Qué he hecho, qué
hago, qué debo hacer para permanecer conectado a Jesús?
3. “Si permanecen unidos
a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran …”
¡Ama
y haz lo que quieras! San Agustín de Hipona (siglo IV d.C.) expresó en esta
frase el sentido de lo que Jesús les dice a sus discípulos en la última parte
del pasaje evangélico de hoy. Es frecuente la queja de quienes se sienten
desatendidos por Dios porque no oye sus peticiones o parece no tenerlas en
cuenta. Lo que ocurre tal vez es que, quienes así se quejan, por una parte, no
han cumplido la condición que indica Jesús -si permanecen unidos a mí y fieles
a mis enseñanzas-, y, por otra, no han entendido que la oración hecha como es
debido nos dispone a pedir no lo que corresponde a nuestros afectos
desordenados, sino lo que nos conviene para nuestra vida espiritual y eterna.
Pidámosle
entonces a Dios Padre, en el nombre de Jesús e invocando la intercesión de
María Santísima, que permanezcamos unidos a Él, de modo que nunca nos apartemos
de quien nos enseñó con el ejemplo de su vida a cumplir el mandamiento del
amor.
El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez
Montoya, S.J.
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