domingo, 29 de abril de 2018

“Quien permanece unido a mí da mucho fruto”


¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, en este 5º domingo de Pascua.

Dios nos bendice...

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 15, 1-8:
Durante la cena pascual, la víspera de su pasión, Jesús les dijo a sus discípulos: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes.
Una rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera, ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece unido a mí, será echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se queman. Si ustedes permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará. En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den mucho fruto y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos”.
Estas palabras de Jesús que nos trae el Evangelio de hoy tienen como trasfondo la canción de la viña o del cultivo de uvas que había empleado como imagen literaria el profeta Isaías para representar al pueblo de Israel (Isaías 5, 1-7), y que sería evocada ocho siglos después por Jesús para manifestar su propia fidelidad a Dios Padre en contraste con la infidelidad del pueblo escogido, y exhortar a sus discípulos a permanecer unidos a Él. Reflexionemos sobre lo que nos dice Jesús en el Evangelio, teniendo también en cuenta los demás textos bíblicos [Hechos de los Apóstoles 9, 26-31; Salmo 22 (21), 26b-28.30-32; 1ª Carta de Juan 3, 18-24].
1. “Yo soy la vid verdadera (…) y ustedes son las ramas
La expresión “Yo soy” empleada por Jesús (“Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy la puerta”, “Yo soy el buen pastor”, “Yo soy la resurrección y la vida”, “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, “Yo soy el pan de vida”, “Yo soy la vid”, “Yo soy, el que habla contigo” -como le dice a la Samaritana cuando ella le pregunta por el Mesías-, “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo soy”, o simplemente “Yo soy” -como les responde a quienes llegan a apresarlo-) es en el Evangelio de Juan una referencia al nombre con el que se le había revelado Dios a Moisés: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3, 14), que es lo que traduce el nombre “Yahvé”. Más exactamente: “Yo he actuado, estoy y seguiré actuando”, al contrario de los ídolos, que no actúan porque no tienen vida.
Lo que Dios es y la forma en que actúa lo expresan en este pasaje del Evangelio las imágenes del viñador o cultivador de uvas que llena de todos sus cuidados la planta que él mismo sembró y de la cual espera los mejores frutos para producir el mejor vino, y de la vid verdadera que sí ha producido lo mejor, con la cual Jesús se identifica al prometer que quienes permanezcan unidos a Él como las ramas al tronco, como los sarmientos a la vid, darán mucho fruto.
Hay en esta alegoría un detalle significativo: Jesús dice que al que lleva fruto lo limpia - o en otras traducciones “lo poda”- para que dé más fruto. Esto quiere decir que, en el proceso de crecimiento espiritual que implica nuestra unión o comunión con Él, debemos estar dispuestos a experiencias de purificación para arrancar de nosotros los apegos o afectos desordenados que nos impiden dar un fruto de buena calidad. Pero, ¿en qué consiste ese fruto que Jesús espera de sus discípulos, de cada uno y cada una de nosotros? Veámoslo.
2. “Quien permanece unido a mí da mucho fruto”
El fruto resultante de permanecer con Jesús es la práctica del amor, cumpliendo el mandamiento por el cual son reconocidos sus seguidores, como Él mismo había dicho poco antes y lo repetiría luego en el mismo Evangelio (Jn 14, 34-35; 15, 12.17), como lo manifestaría la Iglesia primitiva de la cual se dice en la primera lectura que tenía paz y crecía espiritualmente (Hechos 9, 31), y como lo recalca la segunda lectura (1 Jn 3, 23). Ya ustedes están limpios por mis palabras, dice Jesús. En efecto, todo el proceso formativo de sus discípulos ha implicado una purificación inicial, pero ésta debe continuar, porque las tendencias desordenadas no desaparecen en forma automática y por ello es necesario reforzar constantemente la conexión con Él.
Ahora bien, para estar y permanecer unidos a Jesús tenemos que dejarnos vivificar por la savia que Él quiere comunicarnos: su Espíritu Santo, que nos mueve a escuchar y comprender la Palabra de Dios en la oración individual y comunitaria, y a conectarnos con la vida resucitada de Jesús en la comunión eucarística. Siete veces aparece en este pasaje del Evangelio la idea de estar en unión con Jesús. Por eso ella constituye el núcleo del mensaje de este domingo y nos da la clave para examinarnos, preguntándonos: ¿Qué he hecho, qué hago, qué debo hacer para permanecer conectado a Jesús?
3. “Si permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran …”
¡Ama y haz lo que quieras! San Agustín de Hipona (siglo IV d.C.) expresó en esta frase el sentido de lo que Jesús les dice a sus discípulos en la última parte del pasaje evangélico de hoy. Es frecuente la queja de quienes se sienten desatendidos por Dios porque no oye sus peticiones o parece no tenerlas en cuenta. Lo que ocurre tal vez es que, quienes así se quejan, por una parte, no han cumplido la condición que indica Jesús -si permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas-, y, por otra, no han entendido que la oración hecha como es debido nos dispone a pedir no lo que corresponde a nuestros afectos desordenados, sino lo que nos conviene para nuestra vida espiritual y eterna.
Pidámosle entonces a Dios Padre, en el nombre de Jesús e invocando la intercesión de María Santísima, que permanezcamos unidos a Él, de modo que nunca nos apartemos de quien nos enseñó con el ejemplo de su vida a cumplir el mandamiento del amor.
El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

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