¡Amor y paz!
Al llegar este último día del año 2017, quiero agradecer a los lectores y seguidores
del blog del Movimiento Fratres y desearles un año 2018 lleno de
bendiciones, amor y paz. Les ruego oren por esta iniciativa evangelizadora y
por quien esto escribe.
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, en
este Domingo, último día del año calendario, en que la Iglesia celebra la
Fiesta de La
Sagrada Familia: Jesús, María y José - Ciclo B.
Dios
nos bendice...
Primera
lectura
Lectura del libro del
Eclesiástico (3,2-6.12-14):
Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.
Palabra de Dios
Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 127
R/. Dichosos los que temen al Señor
y siguen sus caminos
Dichoso el que teme al Señor,
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa; tus hijos,
como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.
R/. Dichosos los que temen al Señor
y siguen sus caminos
Dichoso el que teme al Señor,
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa; tus hijos,
como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.
Segunda
lectura
Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los Colosenses (3,12-21):
Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y celebrad la Acción de Gracias: la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
Palabra de Dios
Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y celebrad la Acción de Gracias: la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del Santo
Evangelio según san Lucas (2,22-40):
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor"), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones". Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor"), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones". Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor
Comentario
Celebramos hoy la fiesta
de la Sagrada Familia. Los textos de la liturgia hacen referencia a temas
familiares. En la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico,
escuchamos los consejos que un hombre, Ben Sirac, que vivió varios siglos antes
de Jesucristo, da a sus hijos. El respeto y la veneración de éstos hacia sus
padres es cosa agradable a los ojos de Dios, que éste no dejará sin recompensa.
Los hijos que veneren a sus padres serán venerados a su vez por sus propios
hijos. Todos estos consejos, aun conservando hoy plena validez, parecen
insuficientes, puesto que están dados desde una mentalidad estrictamente rural,
en donde otros aspectos de la vida familiar no son tenidos en cuenta.
No sólo importa hablar hoy
del respeto que los hijos deber a los padres, sino de la actitud de éstos con
relación a los hijos. Esta insuficiencia resulta particularmente notable en
momentos como los actuales, cuando la familia tiene planteados problemas de
pérdida de sus funciones.
Desde una perspectiva
cristiana, la familia continúa teniendo una función insustituible: ser una comunidad
de amor en donde los que la integran puedan abrirse a los demás con una total
sinceridad y confianza. Dejando aparte los consejos que en último lugar da San
Pablo, y que son puramente circunstanciales y muy ligados a las costumbres y
mentalidad de su época y de la cultura greco-romana, la exhortación a virtudes
como la mansedumbre, a la paciencia, al perdón y, sobre todo, al amor, es
siempre bienvenida.
El evangelio de Lucas
que hoy meditamos nos cuenta, dentro del género de los «relatos de la infancia»,
el rito de la presentación del niño en el Templo, celebrado también por los
padres de Jesús.
El fragmento de hoy
concluye con unas palabras muy importantes, que, junto con otros pasajes
paralelos de Mateo, proclaman el “progreso” en el “crecimiento” de Jesús «en
edad, sabiduría y gracia, ante los hombres y ante Dios».
Tiempos hubo en que la
«cristología vertical descendente», la que fue la cristología clásica, se veía
en la necesidad de corregir estas palabras diciendo que, obviamente, Jesús no
podía «crecer, progresar en sabiduría ni en gracia», porque ya era perfecto
desde siempre... La cristología renovada, «ascendente» ahora, por el contrario,
se fijó en estos versículos y los subrayó: sería el evangelio mismo el que nos
estaría afirmando que Jesús «fue haciéndose», no sólo creciendo en edad, sino
«en sabiduría» e incluso «en gracia».
Este evangelio, y sus
paralelos, es, por ello muy importante, por cuanto nos insta a desvincularnos
de los planteamientos griegos estáticos, metafísicos. La «encarnación» no se
habría dado en un momento, como un chispazo de conexión instantánea entre dos
«naturalezas», la divina y la humana, sino que, en todo caso, habría que
pensarla como un proceso histórico.
Pablo da algunos consejos para la convivencia con los
demás. Se requiere humildad, acogida mutua, paciencia. Y si fuese necesario,
perdón. Así procede Dios con nosotros, dice Pablo. Su actitud debe ser el
modelo de la nuestra (v. 12-13). Pero, “por encima de todo”, está el amor, de
Él tenemos que revestirnos, dice Pablo empleando una metáfora frecuente en sus
cartas (v. 14). De este modo “la paz de Cristo” presidirá en nuestros corazones
(v. 15).
Si el amor es el vínculo
que une a las personas, la paz se irá construyendo en un proceso, los
desencuentros irán desapareciendo (los enfrentamientos también) y las
relaciones se harán cada vez más trasparentes. En el marco de la familia
humana, esos lazos son detallados en el texto del Eclesiástico (3,3-17).
Lucas nos presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus
deberes religiosos (vv. 41-42). El niño desconcierta a sus padres quedándose
por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. A los tres días, un lapso de tiempo
cargado de significación simbólica, lo encuentran. Sigue un diálogo difícil,
suena a desencuentro; comienza con un reproche: “¿Por qué nos has hecho esto?”.
La pregunta surge de la angustia experimentada (v. 48). La respuesta sorprende:
“¿Por qué me buscaban?” (v. 49), sorprende porque la razón parece obvia. Pero
el segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían que yo debía estar en las
cosas de mi Padre?”. María y José no comprendieron estas palabras de inmediato,
estaban aprendiendo (v. 50), como nosotros.
La fe, la confianza,
suponen siempre un itinerario. En cuanto creyentes, María y José maduran su fe
en medio de perplejidades, angustias y gozos. Las cosas se harán paulatinamente
más claras. Lucas hace notar que María “conservaba todas las cosas en su
corazón” (v. 51). La meditación de María le permite profundizar en el sentido
de la misión de Jesús. Su particular cercanía a él no la exime del proceso, por
momentos difícil, que lleva a la comprensión de los designios de Dios. Ella es
como primera discípula, la primera evangelizada por Jesús.
No es fácil entender los
planes de Dios. Ni siquiera María “entiende”. Pero hay tres exigencias
fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo (José y María “se
pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él (María es “la que ha creído”); y 3)
Meditar la Palabra de Dios (“María conservaba esto en su corazón”).
Servicio Bíblico Latinoamericano
Koinonía
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