domingo, 31 de diciembre de 2017

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros

¡Amor y paz!

Al comenzar hoy el año 2018, ponemos en manos de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y de la santísima Virgen María todo lo que somos y tenemos, nuestro presente y futuro, trabajos, necesidades y proyectos para que sean santificados y bendecidos.

Los invito, hermanos, a leer e interiorizar la Palabra de Dios y el comentario, en este lunes en que celebramos la solemnidad de la Santísima Virgen María Madre de Dios.

Dios nos bendice…

Primera lectura
Lectura del libro de los Números (6,22-27):

EL Señor habló a Moisés:
«Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel:
“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor te muestre tu rostro
y te conceda la paz”.
Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré».

Palabra de Dios
Salmo
Sal 66

R/. Que Dios tenga piedad y nos bendiga.

V/. Que Dios tenga piedad nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.

V/. Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

V/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (4,4-7):

Hermanos:
Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial.
Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡“Abba”, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Palabra de Dios
Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,16-21):

EN aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Palabra del Señor

Comentario
La Iglesia fija su mirada gozosa en Santa María, Madre de Dios, y la saluda así: "¡Salve, Madre Santa!, Virgen Madre del Rey, que gobierna el cielo y la tierra por los siglos de los siglos". Bella y tierna expresión que nos lleva a adorar al Niño, Rey eterno del universo, en brazos de la Madre.

La fiesta es proclamación de María Madre del Hijo de Dios y Madre de la Iglesia. Trascendental afirmación de fe sobre la realidad del Verbo hecho carne. Actitud espiritual de los creyentes que, de la mano de la Virgen, son conducidos al Salvador. La octava de Navidad considera, pues, el misterio de la maternidad de María, el de la circuncisión de Jesús y el inicio del año.

-María y Jesús

Hoy tenemos una buena oportunidad para interiorizar el misterio del nacimiento del Señor, al lado de María, su Madre. Esta mujer, la más grande de todas las que ha habido y habrá, da un vigor impresionante a la fe. Su aceptación del designio de Dios, pronta y lúcida, da la talla de la personalidad humana y espiritual de María. Sí, claro, Dios la colmó con sus dones. Pero ella continuó siendo libre y cooperó generosamente. Era una mujer, tan moldeada espiritualmente, que adivinaba el querer de Dios con naturalidad. Mujer coherente y sabedora de que sólo Dios plenifica. Y, por ello, fue la "llena de gracia".

Penetramos el misterio de la Navidad, junto a María y con María. Sentimos una profunda ternura por ella: acaba de ser Madre de Dios y también es nuestra Madre. La saludamos y, como pecadores, le pedimos confiadamente su auxilio. "Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".

Santa María, Madre de Dios. Porque realmente el Verbo se ha hecho carne. ¡Gran misterio! El que habita en lo alto, el que es Dios, ha querido penetrar en la historia humana para compartir todo lo que es el grosor de nuestra vida. Dios se humaniza, se hace hombre. Así sabrá de nuestros gozos y de nuestras lágrimas. Pasará por todo, hasta llegar al punto cero de la muerte. ¡Inefable acomodación de Dios! ¡Lógica del Dios misericordioso que se adapta totalmente a nuestra condición y que hace humana su revelación y la consiguiente fe! Todo ha debido empezar, pues, en el seno de una joven que devino Madre. Aquí el misterio emociona y estremece entrañable. El Hijo de Dios nacerá de una Virgen. ¡Qué belleza espiritual la de esta mujer! Lo recordarán los padres de la Iglesia: María, era tan fiel y tan santa, vivía tan atenta a la Palabra, que antes que concibiera a Cristo en su seno, ya lo había concebido en su corazón. La maternidad de María ilumina el camino de la vida cristiana. Y nos descubre el gozo del sí a Dios sin condiciones. Abre las ganas de entregarnos confiadamente al Señor para contribuir a la salvación de la historia.

En el abajamiento del Verbo, hay el sometimiento al rito de la circuncisión. Muestra el arraigo al pueblo concreto al que quiso pertenecer y el valor dado a la observancia de las prescripciones mosaicas. La sangre, derramada en este ritual, es la misma que redimirá la humanidad y que hará inútil la circuncisión. El acontecimiento sagrado incluía la imposición del nombre. El Niño es llamado Jesús. Sabemos que significa Salvador. Vale la pena meditar este nombre que aclara y concreta el nombre de Dios en la visión de la zarza incombustible del Éxodo. ¡Dulce nombre el de Jesús!

-Comienzo del año

El tiempo es una realidad que se abre paso inexorablemente. Nos recuerda la veloz caducidad de la vida. Pero, el cristiano no está montado en un indómito corcel que arrastra fatalmente al jinete hacia el desastre. Para él, el tiempo, es Kairós, oportunidad, don de Dios. Este es el misterio del tiempo en su profundidad. Y, por ende, el creyente celebra, en el tiempo, la redención del Señor. Sí, el año cristiano es año de gracia o año del Señor.

Consuela la bendición que se lee en la primera lectura de la Misa: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz". Decimos Amén, porque tenemos la seguridad de que es así. Ponemos el año iniciado en manos del mismo Señor que nos lo regala. Lo dejamos en buenas manos. Y, confiados, estamos dispuestos a santificarnos, a vivir nuestra filiación divina, a madurar las virtudes teologales.

Un año nuevo es otro don de Dios. Una oportunidad que no debe ser desechada. Nos felicitamos deseándonos lo mejor. No es anticristiano querer la prosperidad material. Pero, como todo tiempo, tendrá su cara y cruz, su gozo y su dolor. Lo que importará, en definitiva, será que vivamos el tiempo que Dios nos presta con el deseo de realizar su querer. Aunque cueste. Es actual y útil la súplica del salmista: "Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato" (SAL/089/12).

-Una plegaria

Rezar a María para interiorizar el gozo de la Navidad y tener la disponibilidad que ella tuvo para con Dios a favor nuestro. Pedir a Dios el saber sentir la alegría en esta fiesta que nos conecta con los inicios de la salvación. Suplicar que lo que Dios ha comenzado en nosotros obtenga plenitud en la vida definitiva junto a Él.

Ofrecer a Dios el nuevo año y orar por el bien, la paz y la fe por todos los hombres del mundo, puesto que por todos murió el Señor.

J. GUITERAS
ORACIÓN DE LAS HORAS
1991, 12.Pág. 419 ss.



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