sábado, 9 de mayo de 2015

«Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí»

¡Amor y paz!

Los invito, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la V Semana de Pascua.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Juan 15,18-21. 
Jesús dijo a sus discípulos: «Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia. Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes. Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió.» 
Comentario

Caminar tras las huellas, cargando nuestra cruz de cada día, es caminar hacia la plena realización de nuestra propia Pascua. Pero ese camino no puede verse libre de persecuciones, de críticas, de rechazos. No serán sólo nuestras palabras, sino nuestra vida, congruente con la fe que profesamos, lo que se convierta en el mejor anuncio del Mensaje de salvación. Al contemplar a Cristo, su amor por nosotros, su entrega en favor de nuestra salvación, su glorificación a la diestra del Padre, percibimos nuestro amor, nuestra propia entrega y nuestra propia glorificación, pues nuestro camino hacia la Gloria del Padre no puede realizarse al margen de Cristo: en Él vivimos, nos movemos y somos. Por eso confiemos nuestra vida totalmente en las manos del Señor; y, aún en las grandes persecuciones que tengamos que sufrir por Él, no demos marcha atrás de un modo cobarde, pues no es a los hombres sino a Dios a quien debemos agradar. 

Ojalá y que quienes formamos la Iglesia de Cristo hubiésemos sido creados de una naturaleza distinta de la de las demás personas de nuestro mundo. Pero Dios, en su amor infinito y gratuito, nos ha llamado con santa llamada; nos ha perdonado, nos ha santificado y nos ha enviado como signos de su amor salvador y misericordioso para que todos encuentren, en la Iglesia de Cristo, el camino que nos salva y nos conduce a la plena unión con Dios. Por eso no podemos pasarnos la vida destruyéndonos mutuamente. Nuestra vocación, que mira a la salvación de toda la humanidad, nos ha de llevar a trabajar constantemente por el Evangelio, impulsados y obedientes al Espíritu Santo, que guía a la Iglesia de Cristo mediante el signo sensible de los sucesores de Pedro y de los apóstoles, y que se convierten también en signo de unidad entre nosotros. Trabajemos, por tanto, constantemente, a favor del Reino de Dios. 

Seamos fieles al Señor, vivamos alegres por la esperanza, seamos pacientes en el sufrimiento y perseveremos en la oración, especialmente rogando por los que nos persiguen. Acerquémonos a los pecadores, a los que nos persiguen y maldicen, pues el Señor nos envió no a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido. Y si por cobardía o por comodidades personales no vamos a los pecadores para hacer llegar a ellos la salvación, ¿qué sentido tiene el cumplir con la Misión que el Señor nos ha confiado?

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