¡Amor y paz!
La fiesta de Navidad está
ya muy próxima. Para que nos preparemos de un modo más inmediato a ella la
Iglesia la hace preceder de una "octava": ocho días que paso a paso
nos conducirán al 25 de diciembre.
La preparación comienza
por la primera página del evangelio según San Mateo. Tabla de los orígenes de
Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abraham...El texto griego literalmente,
debería traducirse: "Libro de la genealogía de Jesucristo...”
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio en la Feria de Adviento: semana antes de la Navidad.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 1,1-17.
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón; Esrón, padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón. Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé; Jesé, padre del rey David. David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías. Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asá; Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías. Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amón; Amón, padre de Josías; Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia. Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor. Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob. Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. El total de las generaciones es, por lo tanto: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta el destierro en Babilonia, catorce generaciones; desde el destierro en Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.
Comentario
Iniciamos estas ferias
privilegiadas con esta parte tan importante, que nos llena de esperanza. Se nos
habla de los antepasados de Jesús; y no se cierran los ojos ante los pecadores,
ante los extranjeros, ante una prostituta y un asesino que se encuentran entre
ellos. Todos están ahí abriendo el camino al Señor. Todos son un signo de la
misericordia divina, pues Él no vino a condenar al mundo, sino para que el
mundo se salve por Él. Al paso del tiempo nosotros volvemos nuestra mirada
hacia Cristo y decimos: Y Cristo me engendró a mí; de Él nació la Iglesia, de
Él hemos nacido nosotros como hijos de Dios. Y el Señor no nos niega como
suyos, por muy pecadores que seamos.
Pero el que seamos, en Cristo, hijos de
Dios, no nos dispensa de la obligación que tenemos de manifestarnos
precisamente como hijos de Dios, pecadores ciertamente, pero en una continua
conversión, para que el Reino de Dios llegue a nosotros cada día con mayor
fuerza y con mayor claridad. Somos tan frágiles y tan inclinados al pecado. Por
eso acudamos a Dios; hagámoslo con la dignidad de hijos en el Hijo. Pidámosle
que la salvación que el Señor nos ha ofrecido se haga realidad en nosotros, de
tal forma que en adelante ya no vivamos como hijos del pecado, sino como hijos
de Dios.
El Señor nos reúne,
recibiéndonos con gran amor como Padre nuestro, lleno de ternura por sus hijos.
Venimos de un pasado tal vez cargado de muchos puntos negros. Pero hoy el Señor
quiere darnos la oportunidad de rehacer nuestra vida, de tal forma que en
adelante no nos manifestemos como malvados y delincuentes, sino como hijos de
Dios, llenos de amor, de perdón y de ternura, como Él se ha manifestado así
para con nosotros. Hoy entramos, nuevamente, en comunión de vida con Él. Él
quiere hacernos participar de su ser divino para que en adelante ya no vivamos
para nosotros mismos, para nuestros caprichos e inclinaciones pecaminosas, sino
para Aquel que por nosotros murió y resucitó.
En Cristo nos hacemos personas de
esperanza. En Cristo volvemos la mirada hacia el futuro; en Cristo comenzamos a
caminar hacia la plena realización del Reino de Dios entre nosotros; Reino que
iremos conquistando, no con nuestras débiles fuerzas, sino con la Fuerza que
nos viene de lo alto, y que el Señor nos ha concedido al hacernos participar de
su misma Vida y de su Espíritu Santo que, a la par de santificarnos, guía
nuestros pasos por el camino del bien. Por eso en esta Eucaristía hemos de
abrir nuestra vida al Don que Dios nos ofrece.
La Iglesia va creciendo día a día, abriéndose paso en medio de un mundo cargado de miserias, de fragilidades, de pecados y de signos de muerte. Y Dios llama a la humanidad entera para que se una a Él por medio de la Esposa de su Hijo, que es su Iglesia. Todos hemos de llegar a ser del mismo Linaje Divino al que hemos sido convocados. Todos y cada uno de los que pertenecemos a la Iglesia no podemos vivir discriminando a los demás, pues el Señor no nos envió a condenar, sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido.
La Iglesia va creciendo día a día, abriéndose paso en medio de un mundo cargado de miserias, de fragilidades, de pecados y de signos de muerte. Y Dios llama a la humanidad entera para que se una a Él por medio de la Esposa de su Hijo, que es su Iglesia. Todos hemos de llegar a ser del mismo Linaje Divino al que hemos sido convocados. Todos y cada uno de los que pertenecemos a la Iglesia no podemos vivir discriminando a los demás, pues el Señor no nos envió a condenar, sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido.
Todos, totalmente todos,
estamos llamados a la santidad. Y esa santidad no podemos verla sólo con tintes
de culto y piedad. La santidad de Dios en nosotros nos pone en camino de
servicio en el amor fraterno, en la justicia, en el trabajo por la paz. Ser de
Cristo, ser criaturas nuevas en Él, esa es la vocación que hemos recibido
cuando fuimos llamados a la fe. Por eso esforcémonos denodadamente, con la
gracia de Cristo, en trabajar para que el mal desaparezca de entre nosotros y
no vuelva a dominarnos. Si somos hijos de Dios, manifestémoslo a través de una
vida recta y de pasar haciendo continuamente el bien a todos.
Roguémosle al Señor que
nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la
gracia de sabernos hijos de Dios, llamados a participar de su Gloria en la
eternidad; enviados para vivir comprometidos en el anuncio del Evangelio de la
Gracia, y en el testimonio de una vida que nazca del Espíritu de Dios, que
habita en nosotros y nos hace ser hijos de Dios en Cristo Jesús. Amén.
Homiliacatolica.com
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