¡Amor y paz!
Jesús acababa de entrar
triunfalmente en Jerusalén; había echado a los mercaderes del templo, y sus
enemigos, llenos de odio y envidia, se acercan a preguntarle: « ¿Con qué
autoridad haces esto?» Jesús ya había manifestado y enseñado que su poder y
misión venía de Dios Padre. Sus enemigos se habían resistido a creerlo y ahora
tampoco venían con ganas de abrirse a la verdad. Por tanto, el Señor opta por
tomar la iniciativa y proponerles una pregunta para ponerlos en aprieto.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la 3ª. Semana de Adviento.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 21,23-27.
Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, para decirle: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad?". Jesús les respondió: "Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?". Ellos se hacían este razonamiento: "Si respondemos: 'Del cielo', él nos dirá: 'Entonces, ¿por qué no creyeron en él?'. Y si decimos: 'De los hombres', debemos temer a la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta". Por eso respondieron a Jesús: "No sabemos". El, por su parte, les respondió: "Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto".
Comentario
Cristo ha venido a
purificar nuestras conciencias de todo pecado y a darnos la salvación. Él no
viene con una autoridad humana, sino con la autoridad que ha recibido de su
Padre Dios, pues el Padre y Él son uno. No porque hayamos recibido el Bautismo
y, en razón de él, seamos templo del Espíritu Santo, tenemos asegurada la
salvación eterna. El Señor nos pide que demos fruto, y que lo demos en
abundancia, pues quien se cierre al amor de Dios y al amor al prójimo, quien
viva en una soledad espiritual, quien piense que está en paz con el Señor
porque le da culto, pero desprecia a su prójimo, se está engañando a sí mismo.
No basta ofrecer el Sacrificio al Señor, es necesario que nuestro interior
quede libre de egoísmos, de injusticias sociales, de persecuciones injustas, de
falta de amor fraterno y solidario. No podemos cerrar nuestro corazón al
llamado que Dios nos hace a la conversión por medio de su Iglesia, pues por su
medio la Palabra de Dios se actualiza entre nosotros, y al mismo tiempo el
Señor continúa, por medio de ella, presente entre nosotros con todo su poder
salvador. ¿Realmente creemos esto?
En la Eucaristía nos
reunimos en torno al Señor como una comunidad de fe, dispuesta a darle un nuevo
rumbo, el rumbo del amor, a nuestra vida personal y social. Por eso, ante el
Señor y confrontando nuestra vida con su Palabra, reconocemos nuestras
miserias, nuestros pecados; y no sólo pedimos perdón, sino que estamos
totalmente dispuestos a reiniciar nuestro camino en el bien, libres de todo
aquello que nos divide o destruye. El Señor, con un gran amor hacia nosotros,
se acerca a cada uno para manifestársenos como el Dios y Padre de misericordia.
Que Él purifique nuestras conciencias de todo pecado, pues tiene poder y
autoridad para hacerlo. Que Él nos descubra sus caminos para seguirlos, y nos
haga brillar con su luz para que jamás nos convirtamos en motivo de maldición,
sino de bendición para todos cuantos nos traten.
Quienes participamos de la Eucaristía sabemos que hemos recibido el poder salvador de Dios, pues el Señor nos lo ha querido participar. La Iglesia de Cristo no tiene un poder humano sino divino. La Iglesia tiene como principal encomienda el trabajar para que todos los hombres, de todos los tiempos y lugares, se reconcilien con Dios y se reconcilien entre sí, de tal forma que vivamos como hijos de Dios unidos por un auténtico amor fraterno. Trabajar por la paz, por la unidad, por el bien de todos es la forma como la Iglesia manifiesta el poder que ha recibido de su Señor. Quien en lugar de preocuparse por su prójimo lo aplasta o destruye; quien en lugar se ser motivo de bendición se convierte en maldición para los demás, no podemos decir que realmente esté cumpliendo con la vocación que ha recibido de ser para todos un signo del amor salvador del Señor. No dejemos que nuestra fe en el Señor se nos diluya. Si realmente creemos en Cristo, si realmente esperamos de Él la salvación, aceptemos al Señor que se acerca a nosotros para purificarnos y renovarnos, de tal forma que en adelante seamos criaturas nuevas en Cristo.
Quienes participamos de la Eucaristía sabemos que hemos recibido el poder salvador de Dios, pues el Señor nos lo ha querido participar. La Iglesia de Cristo no tiene un poder humano sino divino. La Iglesia tiene como principal encomienda el trabajar para que todos los hombres, de todos los tiempos y lugares, se reconcilien con Dios y se reconcilien entre sí, de tal forma que vivamos como hijos de Dios unidos por un auténtico amor fraterno. Trabajar por la paz, por la unidad, por el bien de todos es la forma como la Iglesia manifiesta el poder que ha recibido de su Señor. Quien en lugar de preocuparse por su prójimo lo aplasta o destruye; quien en lugar se ser motivo de bendición se convierte en maldición para los demás, no podemos decir que realmente esté cumpliendo con la vocación que ha recibido de ser para todos un signo del amor salvador del Señor. No dejemos que nuestra fe en el Señor se nos diluya. Si realmente creemos en Cristo, si realmente esperamos de Él la salvación, aceptemos al Señor que se acerca a nosotros para purificarnos y renovarnos, de tal forma que en adelante seamos criaturas nuevas en Cristo.
Que Dios nos conceda, por
intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser un
signo del amor, de la ternura y de la misericordia del Señor para nuestros
hermanos, convirtiendo así a la Iglesia en un signo creíble del amor del Señor
en medio del mundo. Amén.
www.homiliacatolica.com
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