¡Amor y paz!
La vuelta de los 72
discípulos de su ensayo misionero es eufórica: "hasta los demonios se nos
someten en tu nombre".
Jesús los escucha, los
anima y se deja contagiar de su optimismo: "lleno de la alegría del
Espíritu Santo, exclamó: te doy gracias, Padre...". Y alaba a Dios porque
revela estas cosas a los sencillos de corazón y no a los que se creen sabios.
Habla también de su íntima
unión con el Padre, que es la raíz de su misión y de su alegría, y entona la
bienaventuranza de sus seguidores: "dichosos los ojos que ven lo que
vosotros veis".
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XXVI Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 10,17-24.
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre". Él les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo". En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!".
Comentario
Nuestra verdadera alegría:
el que nuestros nombres estén inscritos en el cielo. No importa que en la mente
o en el corazón de los hombres estemos borrados, o tal vez tengan nuestros
nombres como personas no gratas a ellos ni a sus intereses. Todo lo que hagamos
a favor del Reino de Dios, todos nuestros esfuerzos para que el Evangelio de
salvación llegue a más y más personas, no debe realizarse con el afán de ser
considerados como seres que realmente están dando su vida por los demás; pues
no buscamos el aprecio de los hombres, sino sólo la gloria de Dios. No vaya a
suceder que al final, cuando el Señor abra la puerta para encontrarnos con Él
definitivamente, le digamos: ¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en
tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? y que Él
nos responda: No los conozco. ¡Apártense de mí, malvados! Y es que
efectivamente no basta incluso hacer creer a los demás que Dios nos habla y nos
dice lo que hemos de comunicarles. Mientras nosotros no vivamos y caminemos en el
amor, mientras en lugar de unir dividamos a su Iglesia, mientras en nombre de
Dios nos levantemos contra los demás y pongamos en la boca de Dios palabras que
nos separan del amor fraterno, no podemos decir que estamos viviendo conforme a
su Evangelio, sino conforme a nuestros caprichos e imaginaciones. Con humildad
seamos los primeros en hacer nuestro el Evangelio del Señor, para después poder
proclamarlo desde una vida que manifieste que en verdad estamos en Comunión de
Vida con Él y con su Iglesia.
Para el Señor no cuenta la
importancia o el prestigio de las personas conforme a los criterios mundanos.
Para Él todos somos sus hijos. Y a todos nos llama para hacernos conocer su
Palabra, para manifestársenos como Padre, para ofrecernos su perdón, para
levantar nuestra vida de las indignidades en que la metimos, o en las que nos
metieron los demás. El Señor se manifiesta como el Dios que nos ama, que nos
salva y que nos hace participar de su dignidad de Hijo de Dios. Mediante la Fe
y el Bautismo hemos hecho nuestra su vida. Cuando celebremos la Misa, el
Memorial de su Pascua, renovamos nuestro compromiso de comunión de vida con Él;
así, su Evangelio no se queda sólo en un anuncio, sino en la Palabra que cobra vida
en nosotros.
Por eso, al volver a nuestras tareas diarias, vayamos todos a proclamar su Nombre. Lo haremos con la sencillez de quien mediante su vida colabora para que la maldad de la injusticia, del egoísmo, de los odios, de las guerras, de la droga, de la malversación de fondos, del terrorismo, de la inseguridad ciudadana vayan desapareciendo día a día de nuestro entorno. Entonces caerá el reino de la maldad y se afianzará el Reino de Dios entre nosotros. Dios nos ha manifestado su amor, no para que lo vivamos cobardemente, sino para que lo proclamemos ante los demás; para que, siendo instrumentos del Espíritu de Dios, nos esforcemos para que se viva y se camine en la unidad, fruto del amor fraterno que procede de Dios por habernos hecho partícipes de su mismo Espíritu. No sólo nos hemos de alegrar por tener en nosotros el Espíritu del Señor, sino que hemos de ser motivo de alegría para los demás por ayudarles a vivir libres de sus esclavitudes al pecado, a vivir con mayor dignidad porque el hambre, la desnudez, la miseria vayan desapareciendo de entre nosotros.
Por eso, al volver a nuestras tareas diarias, vayamos todos a proclamar su Nombre. Lo haremos con la sencillez de quien mediante su vida colabora para que la maldad de la injusticia, del egoísmo, de los odios, de las guerras, de la droga, de la malversación de fondos, del terrorismo, de la inseguridad ciudadana vayan desapareciendo día a día de nuestro entorno. Entonces caerá el reino de la maldad y se afianzará el Reino de Dios entre nosotros. Dios nos ha manifestado su amor, no para que lo vivamos cobardemente, sino para que lo proclamemos ante los demás; para que, siendo instrumentos del Espíritu de Dios, nos esforcemos para que se viva y se camine en la unidad, fruto del amor fraterno que procede de Dios por habernos hecho partícipes de su mismo Espíritu. No sólo nos hemos de alegrar por tener en nosotros el Espíritu del Señor, sino que hemos de ser motivo de alegría para los demás por ayudarles a vivir libres de sus esclavitudes al pecado, a vivir con mayor dignidad porque el hambre, la desnudez, la miseria vayan desapareciendo de entre nosotros.
Cuando viviendo y actuando como hijos de Dios procuremos el bien de todos
alegrémonos de ser instrumentos del amor de Dios para ellos, pero sobre todo
alegrémonos porque, siendo fieles nosotros mismos al amor de Dios, nuestros
nombres están inscritos en el cielo.
Que Dios nos conceda, por
intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber
amar a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios. Pidámosle al
Señor que nos conceda ser los primeros en hacer nuestra su Palabra y ponerla en
práctica, para que, así, al final, seamos recibidos en las Moradas eternas.
Amén.
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