sábado, 14 de septiembre de 2013

Dios entregó a su Hijo para que todo el que cree en Él no muera

¡Amor y paz!

La fiesta que hoy celebramos recuerda la recuperación de la cruz en que murió Jesús de Nazaret. Había sido trasladada a Persia por el rey Cosroes, como botín de guerra después de apoderarse de Jerusalén (a. 600) y matar en ella a muchos miles de cristianos. Catorce años después, Heraclio, rey de Constantinopla, persiguió y venció a Cosroes y entró victorioso en Jerusalén, portando la cruz que había recuperado. Pero avisado por el patriarca Zacarías de que esa marcha triunfal y lujosa no era aceptable a los ojos de Dios, Heraclio se despojó de sus ricas vestiduras y, descalzo, llevó en su hombro el sagrado madero y lo repuso en el monte Calvario.

Este hecho ocurrió el 14 de septiembre del año 614, y desde entonces el pueblo cristiano celebra con toda solemnidad la fiesta de la Exaltación de la Cruz.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario en este sábado en que la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. De tal manera, hacemos un salto en la lectura continua del Evangelio según San Lucas y leemos un trozo del texto de San Juan.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 3,13-17.
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 
Comentario

El desierto. La abrasadora mordedura del suelo y del cielo; los esqueletos que dan fe de la muerte; el lugar del olvido... No todos los días se convierte el desierto en oasis de seducción. ¡Y el pueblo protesta! Desierto de la existencia; los hombres no mueren sólo de cáncer, leucemia o trombosis... 

¡Cuántos hombres y mujeres mueren de no saber ya a dónde ir! Por mucha fuerza que tengan para alzar los ojos, no encuentran más que serpientes que silban por encima de su cabeza...

Dios lo sabe. Y tanto mejor lo sabe cuanto que su Hijo murió en el desierto del abandono, fuera de los muros de la ciudad. Si hoy la cruz es gloriosa, no lo es por sí misma, pues la maldición pesaba sobre el que moría colgado del madero. ¿Era aquello la maldición de Dios? Muchos así lo pensaban. Más tarde o más temprano le viene al hombre a la mente la idea de que la muerte es la herida fatal, inscrita en nosotros como una mancha de lepra, a la que durante mucho tiempo hemos confundido con un simple lunar. También de Cristo se 
dijo: "¡Le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar...!".

Y, sin embargo, la cruz es gloriosa. Cruz erguida sobre el mundo. La antigua serpiente había tomado rostro de hombre, y Dios, descendiendo en su Hijo hasta el despojo total, levantó la cruz por encima de nuestras miserias. La mordedura de la muerte ha sido transfigurada en fuente de vida. La cruz es gloriosa porque, en lo sucesivo, el rostro del hombre sufriente resplandece con el amor de Dios.

De nosotros depende levantar en el desierto del mundo el signo de un futuro más fuerte que la muerte. No se trata de colocar crucifijos por todas partes; se trata de que nosotros mismos estemos marcados por el amor de tal manera que todo hombre pueda reconocer el rostro de Cristo y la esperanza de curación. El caduceo, emblema de nuestros médicos inspirado en la serpiente antigua, lo está diciendo a su manera, porque, al fin y al cabo, ¿de qué medicina se trata, para salvar al hombre, sino de la que lucha tanto con las armas del amor como con las de la ciencia? En el desierto del hombre hay hombres que luchan contra la muerte para que vivan humanamente los minusválidos, los débiles, los incurables... Y la muerte retrocede, aunque el hombre sabe perfectamente que él no ha de ganar la última batalla. Pero la muerte es vencida cada vez que el amor la impide reinar como dueña y señora.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 162 s.

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