¡Amor y paz!
En el Evangelio
encontramos expresiones sublimes del amor de Dios manifiesto en la voz
entrañable de Jesucristo. El texto de hoy es para contemplar en adoración y
gratitud inacabables. Ya conocíamos por los sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas), aquella promesa maravillosa: "pidan y se
les dará" (Mt 7,7). Pero hoy adquiere un nuevo
tono en el momento de la cena de despedida. Cuando parece que el Señor se aleja y no hay
modo de retenerlo, un modo muy suyo de asegurar que está cercano es darnos el
secreto de su "Nombre": pidan "en mi Nombre," les dice a sus discípulos (Jn
16,24).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en reste sábado de la VIO Semana
de Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 16,23b-28.
Cuando llegue ese día ya no tendrán que preguntarme nada. En verdad les digo que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre se lo concederá. Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, así conocerán el gozo completo. Hasta ahora los he instruido por medio de comparaciones. Pero está llegando la hora en que ya no los instruiré con comparaciones, sino que les hablaré claramente del Padre. Ese día ustedes pedirán en mi Nombre, y no será necesario que yo los recomiende ante el Padre, pues el Padre mismo los ama, porque ustedes me aman a mí y creen que salí de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre.»
Comentario
Pedir es una actitud muy
común entre nosotros: pedimos favores, excusas, servicios, dinero cuando nos
hace falta, responsabilidad a nuestros gobernantes, seguridad, etc. A lo largo
de los siglos los seres humanos se han dirigido a sus dioses pidiéndoles
favores y beneficios, perdón y ayuda, iluminación e inmortalidad. Hoy, en la lectura
evangélica tomada de san Juan, de los discursos de despedida de Jesús durante
su última cena, el Señor nos dice que pidamos seguros de que vamos a recibir.
Que pidamos al Padre en su nombre, es decir, por mediación suya, confiándonos
en sus méritos, que son los del Hijo muy amado de Dios, que entregó su vida
para cumplir la voluntad del Padre dándonos la salvación.
Uno pide cuando tiene
confianza en que va a recibir. Otro ámbito de nuestra vida en donde pedimos
fácilmente es el de la familia: los hijos piden a los padres y viceversa, los
esposos se piden entre sí, sabiendo todos que el amor y el respeto, la
confianza y la ternura de los unos por los otros les llevará a darse
mutuamente. Así Jesús nos dice que pidamos al Padre, como hijos confiados, sabiendo
que hemos entrado a formar parte de la misma familia de Dios, porque Cristo
salió del Padre, vino al mundo y volvió a Dios, para llevarnos con Él, para que
conformásemos con El, mediante la fuerza y el amor del Espíritu, una familia
unida, cuya dimensión terrena es la Iglesia, pero que tiene una dimensión
celeste, trascendente, la de la vida plena de Dios.
Pedir implica estar
dispuesto a dar. El único que no tiene necesidad de pedir es Dios, y sin
embargo quiso ponerse en ese trance, enviando a su Hijo al mundo: Jesús, que
pidió agua a la samaritana, que pidió a sus oyentes fe en sus palabras y en sus
acciones, que pidió a sus discípulos constancia y valor en la tribulación, y
paciencia antes de la venida del Espíritu consolador. Por eso Dios está dispuesto
a darnos siempre con generosidad, porque conoce nuestras carencias, nuestras
grandes y pequeñas necesidades.
Pero mal haríamos en pedir
a Dios, en nombre de Jesucristo, si no estuviéramos dispuestos a dar a nuestros
hermanos cuando nos piden algo, sobre todo a nuestros hermanos pobres y
necesitados, que esperan de nosotros una palabra, una sonrisa, un gesto de
comprensión y de respeto, una ayuda efectiva en sus tribulaciones. Cuando
recibimos lo que pedimos nos llenamos de alegría, pero cuando damos, dijo
Jesús, nuestra alegría es más grande todavía (Hch 20, 35) y la Escritura nos
garantiza que “Dios ama al que da con alegría” (Prov 22, 8; 2Cor 9, 7).
Diario
Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
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