miércoles, 31 de octubre de 2012

¿Son pocos los que se salvan?

¡Amor y paz!

Jesús va camino de Jerusalén y mientras tanto nos va enseñando cuál es el camino que sus seguidores deben recorrer. Hoy responderá a la pregunta de si son pocos los que se salvan.  

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XXX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 13,22-30. 
Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.  Una persona le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?". El respondió: "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: 'Señor, ábrenos'. Y él les responderá: 'No sé de dónde son ustedes'. Entonces comenzarán a decir: 'Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas'. Pero él les dirá: 'No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!'. Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos". 
Comentario

¿Son pocos los que se salvan? Para poder entrar hay que seguir el camino hacia Jerusalén tras las huellas de Jesús. E ir hacia Jerusalén no es ir hacia la muerte, sino hacia la glorificación, que ciertamente pasará por la muerte, por la renuncia, por la entrega a favor del prójimo. Pero no podremos caminar mientras estemos cargados de egoísmos y de maldades, mientras pensemos agradar a Dios sólo por sentarnos a su Mesa Eucarística, pero sin la decisión firme de iniciar un nuevo camino guiados por el Espíritu de Dios.

No basta con escuchar (leer) la Palabra de Dios; hay que hacerla nuestra viviéndola para que nos santifique. Muchos fueron llamados antes que nosotros y fueron, incluso, los depositarios de las promesas divinas; sin embargo, cuando llegó la plenitud de los tiempos y Dios envió a su propio Hijo como el Mesías anunciado y esperado, lo rechazaron. Nosotros, que íbamos por los cruces de los caminos, fuimos invitados a participar de la salvación que, en Cristo, Dios ofrece al mundo; y hemos depositado nuestra fe en Él para tener la puerta abierta que nos lleva a unirnos con Dios.

Pero ¿Vivimos nuestro compromiso de fe con sinceridad? o ¿Sólo nos conformamos con rezar, con dar culto al Señor mientras continuamos encadenados al pecado y a la manifestación de signos de muerte? El Señor quiere que no sólo le demos culto, que no sólo escuchemos su Palabra, sino que seamos obradores de bondad; que como Él pasemos haciendo el bien a todos.

A pesar de que el Señor conoce nuestra fragilidad, Él nos reúne como a su Pueblo santo para celebrar el Memorial del Misterio de su amor. En el Banquete Eucarístico, el Señor nos comunica su Vida y su Espíritu con mayor amplitud, pues Él, antes que nada, nos quiere santos, como Él es Santo. Por eso su Palabra no sólo debe ser escuchada, sino meditada profundamente de tal forma que se haga vida en nosotros. Su Eucaristía no sólo debe ser recibida sino que nos ha de fortalecer de tal forma que día a día seamos transformados, revestidos de Cristo. Este es el primer paso que hemos de dar: dejar que Dios haga su obra de salvación en nosotros.

Pero no podemos quedarnos en una santificación vivida de un modo personalista. El Señor nos quiere apóstoles suyos, portadores no sólo de su Evangelio con nuestras palabras, sino portadores de su salvación desde una vida que se hace entrega en favor de los demás. La presencia del Espíritu Santo en nosotros no sólo nos hace llamar Padre a Dios; no sólo intercede por nosotros pidiendo lo que más nos conviene para nuestra salvación; también nos fortalece para que hagamos el bien, para que abramos los ojos ante las necesidades de nuestro prójimo y nos esforcemos en darles una solución adecuada. Pero no podemos centrarnos únicamente en lograr la paz, la convivencia fraterna, la preocupación de unos por otros. Debemos ser portadores de Cristo, de tal forma que no sólo llenemos las manos de los pobres y necesitados con bienes materiales, sino que llenemos el corazón de todos con el Amor y el Espíritu que proceden de Dios. Entonces realmente estaremos no sólo viviendo en una solidaridad de hermanos, sino viviendo como hijos de Dios por estar unidos al Hijo único de Dios.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda vivir con lealtad nuestra fe, de tal forma que haciendo el bien a todos manifestemos que la salvación ya ha llegado a nosotros y nos encaminamos hacia su posesión definitiva en la eternidad. Amén.

martes, 30 de octubre de 2012

El Reinado de Dios es discreto y abierto a todos

¡Amor y paz!

Dos breves comparaciones le sirven a Jesús para explicarnos cómo actúa el Reino de Dios en este mundo: el grano de mostaza que sembró un hombre y la levadura con la que una mujer quiso fabricar pan para su familia.

Aunque la semilla de la mostaza  es pequeñísima, tiene una fuerza interior que la llevará a ser un arbusto de los más altos. Igualmente, un poco de levadura es capaz de transformar tres medidas de harina, haciéndola fermentar.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este martes de la XXX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 13,18-21.
Jesús dijo entonces: "¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas". Dijo también: "¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa". 
Comentario

Jesús compara el Reino con dos realidades que hacen parte de la vida cotidiana: la casa y el huerto. En la primera protagoniza un varón, en la segunda una mujer. El hombre está en el huerto y la mujer en la casa. Ambos realizan tareas en las que se hacen efectivas acciones transformadoras. Él procura el sustento y ella prepara el alimento: los dos, como nueva pareja humana, son capaces de abrir espacios para la irrupción del Reino.

El hombre siembra la pequeña semilla de un arbusto. Una planta cuyo fruto es un poderoso condimento de las comidas. Cuando el arbusto crece no opaca las demás plantas del huerto, sino que ofrece sombra y cobijo a todos los que se allegan a él. Igual es el Reino, no es poderoso árbol que arrase son todos los nutrientes del suelo y que no permita crecer nada cerca de él. Por el contrario, es un modesto arbusto donde tienen acogida todas las especies, y a su lado crecen todas las flores del jardín.

El Reino en esta comparación está destinado a ser un espacio donde todos los seres humanos son acogidos, especialmente los que se hallan más alejados o marginados. El Reino no puede ocupar toda la huerta. Simplemente está ahí como una instancia entre otras, destinada a ser un espacio de crecimiento y dignificación del ser humano.

La mujer pone una pequeña medida de levadura en medio de la enorme masa de harina. El poder de la levadura penetra hasta el último gramo de la harina y la transforma, convirtiéndola en masa apta para el horno, para el alimento de los seres humanos. De igual manera el Reino se hace presente en la pequeña comunidad (levadura) y la convierte en fermento de toda la sociedad (harina). Aunque la comunidad sea ínfima, el poder de Dios en ella es grande. 
Por esto, transforma toda la masa y la convierte en un espacio apto para que todos los seres humanos tengan una vida digna (masa lista para convertirse en alimento).

Servicio Bíblico Latinoamericano
www.mercaba.org

lunes, 29 de octubre de 2012

Ejercer la caridad no requiere horario ni calendario

¡Amor y paz!

Ayer, el símbolo de los necesitados fue un ciego. Hoy, una mujer encorvada. El Evangelio nos dice literalmente que esta mujer está enferma desde hace 18 años, por haber sido poseída por un espíritu. En ambos casos, Jesús actúa con misericordia y cura. Sólo que en esta ocasión, como en otras, lo hace en sábado, contrariando las normas de su tiempo. Ante el rechazo que esto suscita en el jefe de la sinagoga, Jesús plantea que si aun en sábado cualquiera desata a su asno para llevarlo a beber, ¿cómo no puede ese día ser liberada una mujer que hace mucho tiempo está aprisionada por su mal?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XXX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 13,10-17. 
Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer poseída de un espíritu, que la tenía enferma desde hacía dieciocho años. Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera. Jesús, al verla, la llamó y le dijo: "Mujer, estás curada de tu enfermedad", y le impuso las manos. Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: "Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse curar, y no el sábado". El Señor le respondió: "¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber? Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?". Al oír estas palabras, todos sus adversarios se llenaron de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que él hacía.
Comentario

Jesús acudía a las sinagogas o Escuelas de la Palabra que había en cada pueblo judío para enseñar a la gente que cada sábado se reunía para escuchar la lectura de la Escritura. En la entrada se encontró una mujer completamente doblada por su enfermedad. Las mujeres en aquella época se quedaban en la entrada de la sinagoga o en un lugar aparte, separadas por una reja. Ellas eran seres humanos de segunda clase y se contaban entre las posesiones del varón. Estaban atadas a una sociedad que las ponía en el último lugar y doblegadas por un sistema que nos les daba alternativa para valorarse a sí mismas.

Jesús llama a la mujer, y la libera de todos los prejuicios que la sociedad le había impuesto. Prejuicios que seguramente la atormentaban tanto que le causaban perturbaciones mentales, interpretadas como una posesión demoníaca. La palabra que Jesús le dirige es un reconocimiento de la libertad que debía gozar como ser humano. Más aún, el contacto físico al imponerle las manos, rompía con todos los preceptos que prohibían entrar en contacto con un enfermo. La mujer, al contacto con Jesús se endereza y alaba a Dios. Antes era sólo una víctima de una sociedad excluyente, ahora es una mujer liberada que se incorpora al servicio de Dios.

Esta acción liberadora provoca un choque con el jefe de la sinagoga. Éste no admite que haya roto todos los preceptos y, sobre todo, que haya curado en sábado. Jesús le responde poniendo en evidencia la falsa piedad de los presentes. Pues, si uno procura el bien de unos animales, ¡cómo no realizar el bien a favor del ser humano! La Ley no debe ser excusa para efectuar el bien y la justicia.

La enseñanza de este episodio se concentra en los verbos atar y desatar. La labor de Jesús no es amarrar a al gente con preceptos, normas e infinidad de cosas que no le ayudan a ser libre. La misión de Jesús es liberar, y se concentra en aquellos que están más oprimidos. El pueblo, entonces se siente feliz por que Dios actúa cambiando el estado de las cosas haciéndolas más favorables para la vida de todos.

Servicio Bíblico Latinoamericano

domingo, 28 de octubre de 2012

‘No hay peor ciego que el que no quiere ver’

¡Amor y paz!

Son tantas las necesidades de nuestros hermanos: necesidad de afecto, de pan, de salud, de paz, de techo, de justicia… La lista es muy larga. En todo caso, todos ellos están representados hoy en el Evangelio por un mendigo ciego.

Hay muchos mendigos ciegos sentados junto al camino de nuestra vida esperando a  alguien que sí vea y se compadezca de su miseria. Pero la mayoría resuelve pasar de largo e incluso hay quien los calla para que no afecten la ‘armonía’ del lugar. Jesús nos abre hoy los ojos y nos da ejemplo de cómo actuar ante tantas carencias humanas.   

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este 
XXX Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 10,46-52.
Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!". Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!". Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Animo, levántate! Él te llama". Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
Comentario

Hay un momento desagradable, profundamente desagradable en esta escena evangélica.  Cristo salía de la ciudad de Jericó acompañado de mucha gente. No olvidemos que, por entonces,  Cristo triunfaba ante la afición: multiplicaba panes, curaba enfermos, hacia milagros...

Tenía partidarios: unos pocos que eran partidarios de su doctrina y de su persona con todas sus consecuencias, y otros... los de siempre: el grupo de forofos de ocasión que eran partidarios de sus panes, de sus milagros, etc.

En esto aparece el ciego mendigo sentado al borde del camino y se pone a gritar pidiendo compasión. Y se produce el hecho penoso, profundamente desagradable: uno de estos gestos en que queda al descubierto nuestra miseria humana...

No me refiero a la escena del ciego que grita. Esto no es lo más desagradable, ni mucho menos. Lo deprimente es lo que ocurre a continuación. Lo deprimente corre a cargo de los individuos eufóricos y satisfechos que rodean y acompañan a Cristo. Lo deprimente es que estos hombres se enfurecen contra el ciego mendigo que grita su desgracia, y le dicen que se calle. Esta es la miseria humana. Estos son los verdaderamente miserables de la escena. Mucho más ciegos que el ciego, porque estos no quieren ver que hay ciegos; les molesta mirar y pensar en la desgracia del prójimo. Mucho más pobres que el mendigo, porque la pobreza de esos no está en sus ropas ni en su calzado, sino en su corazón.

¡Que se calle ese estúpido ciego, que se calle! Los bien comidos y bien vestidos de Jericó, los listos que sabían por donde moverse en la vida (en este caso arrimados a Cristo, quien sabe por qué), enmudeciendo al pobrecillo que no sabe por donde ir, ni cómo vivir, que sólo tiene su grito. La gente de Jericó.

No se trata solamente de los de Jericó. Se trata de muchos de nosotros que vamos satisfechos por la vida; se trata también de bastantes de nosotros que nos juntamos al grupo en que va Cristo; de muchos de nosotros que no queremos que se oiga el grito de los necesitados.

¡Que se callen! No oír, no ver, no enterarse de las enormes desgracias humanas. Queremos que nos dejen tranquilos. En Jericó y también en... Que nos dejen incluso ir detrás de Cristo sin pararnos a ver qué le ocurre al necesitado. Que no le oigamos, que no sepamos lo que le pasa, porque entonces... ¡vamos a perder nuestra tranquilidad de conciencia!

sábado, 27 de octubre de 2012

Las desgracias no son castigos que nos envía Dios

¡Amor y paz!

En tiempo de Jesús -hoy también, por desgracia es corriente esa interpretación- se creía que las víctimas de una desgracia recibían un castigo por sus pecados. Es una manera fácil de justificarse y acallar la conciencia.

Pero Jesús da otra interpretación: las catástrofes, las desgracias no son un castigo divino. Jesús lo afirma sin equívoco alguno. No obstante, son, para todos, una invitación a la conversión. Todos nuestros males o los de nuestros vecinos son signos de la fragilidad humana; no hay que abandonarse a una seguridad engañosa... vamos hacia nuestro "fin"... es urgente tomar posición (Noel Quesson).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 13,1-9.
En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera". Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'. Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'". 
Comentario

a) Dos hechos de la vida son interpretados aquí por Cristo, sacando de ellos una lección para el camino de fe de sus seguidores. Se pueden considerar como ejemplos prácticos de la invitación que nos hacía ayer, a saber interpretar los signos de los tiempos.

No conocemos nada de esa decisión que tomó Pilato de aplastar una revuelta de galileos cuando estaban sacrificando en el Templo, mezclando su sangre con la de los animales que ofrecían. Sí sabemos por Flavio Josefo que lo había hecho en otras ocasiones, con métodos expeditivos, pero no es seguro que sea el mismo caso. Tampoco sabemos más de ese accidente, el derrumbamiento de un muro de la torre de Siloé, que aplastó a dieciocho personas.

Jesús ni aprueba ni condena la conducta de Pilato, ni quiere admitir que el accidente fuera un castigo de Dios por los pecados de aquellas personas. Lo que sí saca como consecuencia que, dado lo caducos y frágiles que somos, todos tenemos que convertirnos, para que así la muerte, sea cuando sea, nos encuentre preparados.

También apunta a esta actitud de vigilancia la parábola de la higuera que al amo le parecía que ocupaba terreno en balde. Menos mal que el viñador intercedió por ella y consiguió una prórroga de tiempo para salvarla. La parábola se parece mucho a la queja poética por la viña desagradecida, en Isaías 5 y en Jeremías 8.

b) ¡Cuántas veces, como consecuencia de enfermedades imprevistas o de accidentes o de cataclismos naturales, experimentamos dolorosamente la pérdida de personas cercanas a nosotros! La lectura cristiana que debemos hacer de estos hechos no es ni fatalista, ni de rebelión contra Dios. La muerte es un misterio, y no es Dios quien la manda como castigo de los pecados ni "la permite" a pesar de su bondad. En su plan no entraba la muerte, pero lo que sí entra es que incluso de la muerte saca vida, y del mal, bien. Desde la muerte de Cristo, también trágica e injusta, toda muerte tiene un sentido misterioso pero salvador.

Jesús nos enseña a sacar de cada hecho de estos una lección de conversión, de llamada a la vigilancia (en términos deportivos, podríamos hablar de una "tarjeta amarilla" que nos enseña el árbitro, por esta vez en la persona de otros). Somos frágiles, nuestra vida pende de un hilo: tengamos siempre las cosas en regla, bien orientada nuestra vida, para que no nos sorprenda la muerte, que vendrá como un ladrón, con la casa en desorden.

Lo mismo nos dice la parábola de la higuera estéril. ¿Podemos decir que damos a Dios los frutos que esperaba de nosotros? ¿Que si nos llamara ahora mismo a su presencia tendríamos las manos llenas de buenas obras o, por el contrario, vacías?

Una última reflexión: ¿tenemos buen corazón, como el de aquel viñador que "intercede" ante el amo para que no corte el árbol? ¿nos interesamos por la salvación de los demás, con nuestra oración y con nuestro trabajo evangelizador? ¿Somos como Jesús, que no vino a condenar, sino a salvar? Con nosotros mismos, tenemos que ser exigentes: debemos dar fruto. Con los demás, debemos ser tolerantes y echarles una mano, ayudándoles en la orientación de su vida.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 210-214

viernes, 26 de octubre de 2012

¿Habrá razón para seguir esperando otro Mesías?

¡Amor y paz!

Jesús pide un lenguaje y unas actitudes de coherencia. Si trabajamos a partir de la razón natural y de sus conocimientos, es obligado ser coherentes. ¿Y cómo no vamos a serlo si trabajamos a partir de una actitud de fe?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la  XXIX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 12,54-59.
Dijo también a la multitud: "Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede.  Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede. ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo". 
Comentario

Si conociendo las Escrituras percibimos que en Jesús se están cumpliendo lo que del Mesías anunció Dios por medio de la Ley y los Profetas, ¿Habrá razón para rechazarlo? ¿Habrá razón para seguir esperando otro Mesías? Nosotros decimos creer en Él, ¿Somos sinceros en nuestra fe? o ¿Actuamos con hipocresía de tal forma que, a pesar de nuestros rezos, vivimos como si no conociéramos a Dios y a su Hijo, enviado a nosotros como Salvador? No podemos llamarnos realmente hombres de fe en Cristo cuando, según nosotros, vivimos en paz con el Señor, pero vivimos como enemigos con nuestro prójimo. Si al final llegamos ante el Señor divididos por discordias y egoísmos, en lugar de Vida encontraremos muerte; en lugar de una vida libre de toda atadura de pecado y de muerte, estaremos encarcelados y sin esperanzas de la salvación, que Dios concede a quienes aman a su prójimo como Cristo nos ha amado a nosotros.

En la Eucaristía, el Señor nos reúne para hacernos partícipes de su perdón y de su paz; para hacernos partícipes de su vida y de su amor. Él se convierte en fortaleza nuestra para que el pecado no vuelva a dominarnos. Viviendo en comunión de vida con Él, su victoria será eficaz en nosotros; entonces nos convertiremos en una continua alabanza del Nombre de Dios y en un signo real y concreto del amor para nuestro prójimo. Por eso la participación en la Eucaristía es un compromiso de fidelidad al Señor que nos libra de la esclavitud de la muerte y nos hace caminar a impulsos no ya de nuestras inclinaciones pecaminosas, sino a impulsos de la Vida de Dios y de su Espíritu en nosotros. Abramos, pues, nuestro corazón y todo nuestro ser, a la comunicación de la Gracia que el Señor nos ofrece.

Vayamos a nuestra vida diaria con el corazón renovado y la mirada limpia; vayamos con un corazón capaz de amar a nuestro prójimo y de hacerle el bien. Seamos un signo de Cristo en nuestro mundo. Que todos alcancen a percibir que la Salvación, que Dios ofrece a la humanidad, se ha cumplido en nosotros. No vivamos pecando, no vivamos destruyéndonos, no vivamos divididos. Quien vive esclavo del pecado, aun cuando con los labios confiese a Jesús como Señor, con sus obras estará denigrando su Santo Nombre. Seamos, pues, constructores de un mundo más fraterno, más libre de signos de muerte. Entonces, realmente, podremos decir que el Reino de Dios no sólo se ha acercado a nosotros, sino que ya está dentro de nosotros.

Que Dios nuestro Padre nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, vivir en fidelidad a su Voluntad; de tal forma que por medio de la eficacia de su Palabra y la acción del Espíritu Santo en nosotros, seamos, ya desde ahora, santos como Dios es Santo. Entonces la Iglesia será en el mundo un signo creíble de Cristo, el cual, por medio de ella, conducirá a todos los hombres a la eterna Salvación. Amén.

jueves, 25 de octubre de 2012

“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra”, dice Jesús

¡Amor y paz!

Jesús hace hoy unas afirmaciones que pueden parecernos un tanto paradójicas: desea prender fuego a la tierra y pasar por el bautismo de su muerte; no ha venido a traer paz, sino división.

El fuego del que habla aquí Cristo no es, ciertamente, el fuego destructor de un bosque o de una ciudad, no es el fuego que Santiago y Juan querían hacer bajar del cielo contra los samaritanos, no es tampoco el fuego del juicio y del castigo de Dios, como solía ser en los profetas del AT.

Está diciendo con esta imagen tan expresiva que tiene dentro un ardiente deseo de llevar a cabo su misión y comunicar a toda la humanidad su amor, su alegría, su Espíritu. El Espíritu que, precisamente en forma de lenguas de fuego, descendió el día de Pentecostés sobre la primera comunidad.

Lo mismo pasa con la paz y la división. La paz es un gran bien y fruto del Espíritu. Pero no puede identificarse con una tranquilidad a cualquier precio. Cristo es -ya lo dijo el anciano Simeón en el Templo- "signo de contradicción": optar por él puede traer división en una familia o en un grupo humano (J.A).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este jueves de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 12,49-53. 
Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra". 
Comentario

A veces son las paradojas las que mejor nos transmiten un pensamiento, precisamente por su exageración y por su sentido sorprendente a primera vista.

El Bautista anunció, refiriéndose a Jesús: "yo os bautizo con agua, pero viene el que es más fuerte que yo: él os bautizará en Espíritu Santo y fuego" (Lc 3,16). El fuego con el que Jesús quiere incendiar el mundo es su luz, su vida, su Espíritu. Ése es el Bautismo al que aquí se refiere: pasar, a través de la muerte, a la nueva existencia e inaugurar así definitivamente el Reino.

Ésa es también la "división", porque la opción que cada uno haga, aceptándole o no, crea situaciones de contradicción en una familia o en un grupo. Decir que no ha venido a traer la paz no es que Jesús sea violento. Él mismo nos dirá: "mi paz os dejo, mi paz os doy". La paz que él no quiere es la falsa: no quiere ánimos demasiado tranquilos y mortecinos. No se puede quedar uno neutral ante él y su mensaje. El evangelio es un programa para fuertes, y compromete. Si el Papa o los Obispos o un cristiano cualquiera sólo hablara de lo que gusta a la gente, les dejarían en paz. Serían aplaudidos por todos. 

¿Pero es ése el fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra, la evangelización que nos ha encargado?

Jesús aparece manso y humilde de corazón, pero lleva dentro un fuego que le hace caminar hacia el cumplimiento de su misión y quiere que todos se enteren y se decidan a seguirle. Jesús es humilde, pero apasionado. No es el Cristo acaramelado y dulzón que a veces nos han presentado. Ama al Padre y a la humanidad, y por eso sube decidido a Jerusalén, a entregarse por el bien de todos.

¿Nos hemos dejado nosotros contagiar ese fuego? Cuando los dos discípulos de Emaús reconocieron finalmente a Jesús, en la fracción del pan, se decían: "¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?". La Eucaristía que celebramos y la Palabra que escuchamos, ¿nos calientan en ese amor que consume a Cristo, o nos dejan apáticos y perezosos, en la rutina y frialdad de siempre? Su evangelio, que a veces compara con la semilla o con la luz o la vida, es también fuego.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 203-206

miércoles, 24 de octubre de 2012

Estemos preparados: Jesús vendrá a la hora menos pensada

¡Amor y paz!

Jesús exhorta a la vigilancia, especialmente a los pastores de la Iglesia, a los responsables de la comunidad (v.41). Ellos tienen el encargo especial de velar por el rebaño (1 P 5. 1-4). La tentación típica del ministerio, al tardar el Señor, es la de olvidarse de que sólo se es administrador, actuar como si fuera el dueño, a su capricho, en su propio provecho. La tentación de explotar al rebaño, de apacentarse a sí mismos.

La fidelidad al Señor, que es el amo, y a la comunidad, a cuyo servicio ha sido destinado, define la actitud radical de todo administrador (cf. 1 Co 4. 2). No debe olvidar que ha de rendir cuentas. Sólo si se ha mostrado fiel será el siervo asociado al reinado de Cristo. El siervo infiel, en cambio, no tiene parte en su Reino. No cabe excusa. El administrador ha recibido encargos de mayor responsabilidad. Pero ha recibido también dones correspondientes (Comentario Bíblicos-5 V/Pág. 544).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XIX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios lo bendiga…

Evangelio según San Lucas 12,39-48. 
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada". Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?". El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: 'Mi señor tardará en llegar', y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. 
Comentario

a) A la comparación de ayer -los criados deben estar preparados para la vuelta de su señor- añade Jesús otra: debemos estar dispuestos a la venida del Señor como solemos estar alerta para que no entre un ladrón en casa. La comparación no está, claro está, en lo del ladrón, sino en lo de "a qué hora viene el ladrón".

Pedro quiere saber si esta llamada a la vigilancia se refiere a todos, o a ellos, los apóstoles. Jesús le toma la palabra y les dice otra parábola, en la que los protagonistas son los administradores, los responsables de los otros criados. La lección se condensa en la afirmación final: "al que mucho se le confió, más se le exigirá".

b) Todos tenemos el peligro de la pereza en nuestra vida de fe. O del amodorramiento, acuciados como por tantas preocupaciones.

Hoy nos recuerdan que debemos estar vigilantes. Las comparaciones del ladrón que puede venir en cualquier momento, o el amo que puede presentarse improvisamente, nos invitan a que tengamos siempre las cosas preparadas. No a que vivamos con angustia, pero sí con una cierta tensión, con sentido de responsabilidad, sin descuidar ni la defensa de la casa ni el arreglo y el buen orden en las cosas que dependen de nosotros.

Si se nos ha confiado alguna clase de responsabilidad, todavía más: no podemos caer en la fácil tentación de aprovecharnos de nuestra situación para ejercer esos modos tiránicos que Jesús describe tan vivamente.

La "venida del Hijo del Hombre" puede significar, también aquí, tanto el día del juicio final como la muerte de cada uno, como también esas pequeñas pero irrepetibles ocasiones diarias en que Dios nos manifiesta su cercanía, y que sólo aprovechamos si estamos "despiertos", si no nos hemos quedado dormidos en las cosas de aquí abajo. El Señor no sólo nos "visita" en la hora de la muerte, sino cada día, a lo largo del camino, si sabemos verle.

En el Apocalipsis, el ángel les dice a los cristianos que vivan atentos, porque podrían desperdiciar el momento de la visita del Señor: "mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20). Sería una lástima que no le abriéramos al Señor y nos perdiéramos la cena con él.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 200-203
www.mercaba.org

martes, 23 de octubre de 2012

Estemos atentos a lo fundamental: hacer que Dios reine en el mundo


¡Amor y paz!

Este texto es el final de una serie de recomendaciones que Jesús hace a sus discípulos para que no anden obsesionados por la comida o el vestido y aprendan que existe una jerarquía de valores en la comunidad cristiana: la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido. La vida es el valor supremo; lo material es necesario, pero al servicio de la vida.

Y ¿cómo llegará el discípulo a poseer la vida en plenitud? No precisamente acaparando bienes materiales, sino más bien compartiéndolos con los que no tienen y centrándose en lo que es fundamental: buscar que reine Dios en el mundo. 

De ahí que la principal actitud del cristiano sea tener una disposición ininterrumpida al servicio: “tener el delantal puesto y encendidos los candiles a la espera del señor que vuelve de la boda, para abrirle la puerta” (Servicio Bíblico Latinoamericano).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 12,35-38. 
Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.  Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! 
Comentario

Desde hace unos años se ha insistido mucho y con razón, sobre la necesidad que tienen los cristianos de insertar su fe en lo más profundo de su vida humana, y, por lo tanto, de participar con los demás hombres en los grandes proyectos colectivos de liberación humana y de fraternidad universal que cruzan la historia.

Hubo épocas, en efecto, en las que los cristianos parecieron desinteresarse de lo terreno y de lo temporal. La reciente y gran acusación contra la Iglesia era la de decir que la Fe era el "opio del pueblo"... el pensamiento del cielo y del infierno era como un refugio que adormecía a los hombres y que los alienaba de sus tareas humanas.

¿Qué es lo que piensa Jesús de esto? ¿Es alienador el evangelio? Y si aliena a los hombres, ¿en qué dirección lo hace?

-Jesús decía: "Poneos el traje de trabajo" -"llevad ceñida la cintura"- y "mantened las lámparas encendidas".

Llevar puesto el delantal es estar presto para el trabajo. Es el "uniforme" de servicio. (Lucas 12, 37;17, 8;Juan 13, 4; Efesios 6, 14). Era también el atuendo del viajero el que llevaban los Hebreos para celebrar la Pascua (Éxodo 12, 11) Tener la lámpara encendida, es estar siempre a punto, incluso durante la noche.

No, el cristiano no es un alienado... Por el contrario, está en alerta constante, siempre presto a la acción y preparado para servir día y noche.

¿Estoy yo preparado para servir en todo instante, en todo momento?

-Pareceos a los que aguardan a que su amo vuelva de la boda para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame.

¿Por qué y para quién hay que estar siempre disponible? Para la "llegada" o para el "retorno", de alguien. El detalle "retorno de la boda" quiere indicar que se trata de una hora tardía e indeterminada: en las civilizaciones rurales de antaño, puede decirse que las bodas eran la única circunstancia en la cual se regresaba tarde a casa.

Sí, Jesús viene... Se corre el riesgo de no estar esperándolo... porque su llegada es de "improviso", imprevisible, oculta... ¿Estoy siempre a punto de recibir a Jesús? "Viene" de muchas maneras:

- en su Palabra, propuesta cada día, esta allí. ¿Soy fiel a la oración?

- él está en todo hombre que necesita de mí... "he tenido hambre, estaba 
solo..." - en la Iglesia y lo que me propone, esta allí... "quien a vosotros escucha, a mí me escucha..."

- en los acontecimientos, "signos de los tiempos", que es preciso descifrar, esta allí...

- en mis alegrías y mis penas, en mi muerte y en mi vida esta allí.

Los hijos vuelven de la escuela: es Jesús quien viene y espera mi disponibilidad. Un colega viene a pedirme que le eche una mano: es Jesús quien viene. Se me invita a una reunión importante para participar en la vida de la escuela, de la empresa, de la colectividad, de la Iglesia... ¿me quedaré tranquilo en mi rincón? Estoy preparando la comida...

Trabajo en mi oficina, en mi despacho, en mi taller...

Acepto una responsabilidad que se me confía...

Es Jesús que viene y al que hay que recibir.

-Dichosos esos criados si el Amo al llegar los encuentra "en vela".

Velar, en sentido estricto, es renunciar al sueño de la noche, para terminar un trabajo urgente, o para no ser sorprendido por un enemigo... En un sentido más simbólico, es luchar contra el entorpecimiento, la negligencia, para estar siempre en estado de disponibilidad. ¡Dichosos! ¡Dichosos ellos!

-Os aseguro que el Amo se ceñirá el delantal, los hará recostarse y les servirá uno a uno.

Noel Quesson
Palabra de Dios para cada día 2
Evang. de Pentecostés a Adviento
Edit. Claret/Barcelona 1983.Pág. 238 s.

lunes, 22 de octubre de 2012

“La vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”

¡Amor y paz!

Hiriente parábola la de hoy, sólo consignada por Lucas, dicha para despertar a cualquier alma dormida sobre el montón de trigo de sus graneros. Necesito pan, y debo buscarlo; es mi deber. Pero no debo amontonar el grano para que se pudra, máxime si otros se mueren de hambre. Está bien que ahorre para mi futuro y para el de los míos, pero ¿qué sentido tiene programar sólo mis gozos y placeres del cuerpo, privándome de las alegrías y gozos del espíritu solidario, caritativo, benefactor, justo?

¡Qué desgraciado es el hombre que no siente y vive la felicidad de ayudar a los demás a ser felices! (Dominicos 2003).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este lunes de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 12,13-21.
Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?". Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas". Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'. Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'. Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".
Comentario

La segunda parte de la instrucción a los discípulos antes de comenzar la enseñanza a las multitudes tiene que ver con un asunto muy debatido: la plata, el dinero, que tiene en cada uno de nuestros países un nombre popular típico...

El dinero siempre es fuente de conflictos, agresiones y opresión. Uno quita a otro sus derechos por apoderarse de un capital. Los empleados públicos se corrompen dando y recibiendo sobornos. Los candidatos a altos cargos del estado reciben dineros de dudosa procedencia. Fondos destinados a obras sociales van siendo «serruchados» a su paso por las diversas dependencias burocráticas de la administración del Estado y llegan a su destino muy disminuidos, incluso a veces no legan. En toda campaña electoral se aparecen dineros que vienen de nadie sabe dónde... Malversación de fondos, tráfico de influencias, especulación financiera, fuga de capitales, quiebras empresariales ficticias...

De este modo la sociedad se convierte en un mercado donde se negocia con la honestidad, la justicia y el derecho. La ambición, al acaparamiento y el enriquecimiento se tornan entonces, en la medida de toda acción interhumana dando al traste con los grandes valores que deben sostener la sociedad.

En medio de este imperio del dinero, Jesús clama por una comunidad fraterna donde se respete el derecho y la dignidad de las personas. Para llegar allá, es necesario cambiar nuestra actitud ante el dinero. Es necesario dejarlo de considerar el bien supremo, el mayor valor. Es necesario no creer que su poder es omnipotente y superior a la acción de Dios. En pocas palabras, Jesús nos pide que pongamos a Dios y su reinado como supremo valor de nuestra vida, y que le quitemos ese lugar al dinero. De esto depende la salvación, pues, ¿qué saca el ser humano con atesorar bienes y capitales si a cambio lo único que obtiene es explotación, marginación y la destrucción de la naturaleza?

La comparación que Jesús propone para comprender la ficción que en nuestras mentes crea la riqueza, nos debe ayudar a comprender que el mayor bien humano es la vida en sí misma. Y que ésta no se alcanza acumulando cosas, sino ganando espacios donde ella florezca en todo su esplendor: una sociedad justa, un ser humano nuevo, una naturaleza respetada y protegida.

Servicio Bíblico Latinoamericano