¡Amor y paz!
Hiriente parábola la de
hoy, sólo consignada por Lucas, dicha para despertar a cualquier alma dormida sobre el montón de trigo de
sus graneros. Necesito pan, y debo buscarlo; es mi deber. Pero no debo
amontonar el grano para que se pudra, máxime si otros se mueren de hambre. Está
bien que ahorre para mi futuro y para el de los míos, pero ¿qué sentido tiene
programar sólo mis gozos y placeres del cuerpo, privándome de las alegrías y
gozos del espíritu solidario, caritativo, benefactor, justo?
¡Qué desgraciado es el
hombre que no siente y vive la felicidad de ayudar a los demás a ser felices! (Dominicos 2003).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el evangelio y el comentario, en este lunes de la XXIX Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 12,13-21.
Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?". Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas". Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'. Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'. Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".
Comentario
La segunda parte de la
instrucción a los discípulos antes de comenzar la enseñanza a las multitudes
tiene que ver con un asunto muy debatido: la plata, el dinero, que tiene en
cada uno de nuestros países un nombre popular típico...
El dinero siempre es
fuente de conflictos, agresiones y opresión. Uno quita a otro sus derechos por
apoderarse de un capital. Los empleados públicos se corrompen dando y
recibiendo sobornos. Los candidatos a altos cargos del estado reciben dineros
de dudosa procedencia. Fondos destinados a obras sociales van siendo
«serruchados» a su paso por las diversas dependencias burocráticas de la
administración del Estado y llegan a su destino muy disminuidos, incluso a
veces no legan. En toda campaña electoral se aparecen dineros que vienen de
nadie sabe dónde... Malversación de fondos, tráfico de influencias,
especulación financiera, fuga de capitales, quiebras empresariales ficticias...
De este modo la sociedad
se convierte en un mercado donde se negocia con la honestidad, la justicia y el
derecho. La ambición, al acaparamiento y el enriquecimiento se tornan entonces,
en la medida de toda acción interhumana dando al traste con los grandes valores
que deben sostener la sociedad.
En medio de este imperio
del dinero, Jesús clama por una comunidad fraterna donde se respete el derecho
y la dignidad de las personas. Para llegar allá, es necesario cambiar nuestra
actitud ante el dinero. Es necesario dejarlo de considerar el bien supremo, el
mayor valor. Es necesario no creer que su poder es omnipotente y superior a la
acción de Dios. En pocas palabras, Jesús nos pide que pongamos a Dios y su
reinado como supremo valor de nuestra vida, y que le quitemos ese lugar al
dinero. De esto depende la salvación, pues, ¿qué saca el ser humano con
atesorar bienes y capitales si a cambio lo único que obtiene es explotación,
marginación y la destrucción de la naturaleza?
La comparación que Jesús
propone para comprender la ficción que en nuestras mentes crea la riqueza, nos
debe ayudar a comprender que el mayor bien humano es la vida en sí misma. Y que
ésta no se alcanza acumulando cosas, sino ganando espacios donde ella florezca
en todo su esplendor: una sociedad justa, un ser humano nuevo, una naturaleza
respetada y protegida.
Servicio Bíblico Latinoamericano
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