¡Amor y paz!
Son tantas las necesidades
de nuestros hermanos: necesidad de afecto, de pan, de salud, de paz, de techo,
de justicia… La lista es muy larga. En todo caso, todos ellos están representados
hoy en el Evangelio por un mendigo ciego.
Hay muchos mendigos ciegos
sentados junto al camino de nuestra vida esperando a alguien que sí vea y se compadezca de su
miseria. Pero la mayoría resuelve pasar de largo e incluso hay quien los calla
para que no afecten la ‘armonía’ del lugar. Jesús nos abre hoy los ojos y nos da
ejemplo de cómo actuar ante tantas carencias humanas.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este
XXX Domingo del Tiempo
Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 10,46-52.
Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!". Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!". Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Animo, levántate! Él te llama". Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
Comentario
Hay un momento
desagradable, profundamente desagradable en esta escena evangélica. Cristo salía de la ciudad de Jericó acompañado
de mucha gente. No olvidemos que, por entonces, Cristo triunfaba ante la afición: multiplicaba
panes, curaba enfermos, hacia milagros...
Tenía partidarios: unos
pocos que eran partidarios de su doctrina y de su persona con todas sus consecuencias,
y otros... los de siempre: el grupo de forofos de ocasión que eran partidarios
de sus panes, de sus milagros, etc.
En esto aparece el ciego
mendigo sentado al borde del camino y se pone a gritar pidiendo compasión. Y se
produce el hecho penoso, profundamente desagradable: uno de estos gestos en que
queda al descubierto nuestra miseria humana...
No me refiero a la escena
del ciego que grita. Esto no es lo más desagradable, ni mucho menos. Lo
deprimente es lo que ocurre a continuación. Lo deprimente corre a cargo de los
individuos eufóricos y satisfechos que rodean y acompañan a Cristo. Lo
deprimente es que estos hombres se enfurecen contra el ciego mendigo que grita
su desgracia, y le dicen que se calle. Esta es la miseria humana. Estos son los
verdaderamente miserables de la escena. Mucho más ciegos que el ciego, porque
estos no quieren ver que hay ciegos; les molesta mirar y pensar en la desgracia
del prójimo. Mucho más pobres que el mendigo, porque la pobreza de esos no está
en sus ropas ni en su calzado, sino en su corazón.
¡Que se calle ese estúpido
ciego, que se calle! Los bien comidos y bien vestidos de Jericó, los listos que
sabían por donde moverse en la vida (en este caso arrimados a Cristo, quien
sabe por qué), enmudeciendo al pobrecillo que no sabe por donde ir, ni cómo
vivir, que sólo tiene su grito. La gente de Jericó.
No se trata solamente de
los de Jericó. Se trata de muchos de nosotros que vamos satisfechos por la
vida; se trata también de bastantes de nosotros que nos juntamos al grupo en
que va Cristo; de muchos de nosotros que no queremos que se oiga el grito de
los necesitados.
¡Que se callen! No oír, no
ver, no enterarse de las enormes desgracias humanas. Queremos que nos dejen
tranquilos. En Jericó y también en... Que nos dejen incluso ir detrás de Cristo
sin pararnos a ver qué le ocurre al necesitado. Que no le oigamos, que no
sepamos lo que le pasa, porque entonces... ¡vamos a perder nuestra tranquilidad
de conciencia!
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