domingo, 30 de septiembre de 2012

Por Jesús, ¡todo o nada!

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la 1ª. Lectura y el Evangelio que serán proclamados en las Eucaristías de hoy, el XXVI Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Libro de los Números 11,25-29.
Entonces el Señor descendió en la nube y le habló a Moisés. Después tomó algo del espíritu que estaba sobre él y lo infundió a los setenta ancianos. Y apenas el espíritu se posó sobre ellos, comenzaron a hablar en éxtasis; pero después no volvieron a hacerlo. Dos hombres - uno llamado Eldad y el otro Medad - se habían quedado en el campamento; y como figuraban entre los inscritos, el espíritu se posó sobre ellos, a pesar de que no habían ido a la Carpa. Y también ellos se pusieron a hablar en éxtasis. Un muchacho vino corriendo y comunicó la noticia a Moisés, con estas palabras: "Eldad y Medad están profetizando en el campamento". Josué, hijo de Nun, que desde su juventud era ayudante de Moisés, intervino diciendo: "Moisés, señor mío, no se lo permitas". Pero Moisés le respondió: "¿Acaso estás celoso a causa de mí? ¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!". 
Evangelio según San Marcos 9,38-43.45.47-48.
Juan le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros". Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros. Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. 
Comentario

Muchas son las ideas que hoy pueden ser reflexionadas, por lo que seleccionaremos algunas que creemos más oportunas. Si hemos estado atentos, habremos visto que hay una gran similitud entre la primera lectura y el evangelio: en ambos casos, en efecto, Dios obra al margen del pequeño círculo de los elegidos, con los consiguientes celos de éstos. Así, Moisés se reunió con un grupo de ancianos para que recibieran el espíritu del Señor y se pusieran todos a hablar en éxtasis. Mas he aquí que otros dos que no estaban en el grupo también lo hicieron, lo que provocó los celos de Josué.

La respuesta de Moisés es magnífica: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" En el relato evangélico sucede algo semejante: un desconocido expulsa demonios en nombre de Jesús y con muy buen resultado. Los apóstoles se sienten heridos en su amor propio de grupo privilegiado, pero se encuentran con el espíritu amplio de Jesús: Que no se lo impidan, pues nadie puede hacer tal cosa y estar contra Cristo y su gente; ya que quien no está contra ellos, está con ellos.

Dos cosas nos llaman la atención en ambos relatos: Primero: el pequeño grupo de los que creen, de los religiosos, de los dedicados al apostolado, se sienten los dueños del Espíritu de Dios y sus únicos depositarios. Creen que lo recibido gratuitamente de Dios les pertenece de forma exclusiva como si fuese su propiedad privada. Todos sabemos por experiencia que esto es algo muy real y de todos los días.

Permanentemente nos comparamos con los otros -a los que suponemos fuera del Reino de Dios porque no están visiblemente con nosotros- y nos creemos superiores, los únicos buenos y virtuosos. Como lo comprobábamos en domingos anteriores, también la fe puede ser la ocasión para elevar nuestro orgullo y nuestra ambición. Pensamos que la fe nos da derechos y privilegios, y la asumimos de forma exclusivista, es decir: con la pretensión de dejar afuera al resto de la humanidad. De esta forma, nuestro modo de pensar y de obrar contradice radicalmente el pensamiento y la obra de Dios.

Moisés le pregunta a Josué si acaso se ha vuelto celoso... Son los celos enfermizos que nos acosan cuando nos acercamos a alguien importante y queremos usar con exclusividad los beneficios de su amistad o de su protección. El hecho mismo de tener estos celos indica que tenemos una fe con segundas intenciones, y nos movemos más por los beneficios que nos pueda aportar la religión que por su sentido de entrega a los demás.

Supongo que no hace falta ejemplificar demasiado cuando los ejemplos están a la orden del día, y todos sabemos muy bien cómo estos celos perjudican la vida comunitaria, crean resentimientos e impiden la expansión del Reino de Dios; sabemos cómo nos importa más nuestro amor propio que el Evangelio y cómo olvidamos al segundo en beneficio del primero.

Así, por ejemplo, suele suceder que en una comunidad un pequeño grupo de personas acaparen las principales tareas o responsabilidades, sin compartirlas con los demás, que así se van sintiendo marginados. Otros pretenden retener ciertos cargos considerados socialmente importantes; otros pasan por alto lo que hace otro grupo sin ser capaces de alentarlos, o sólo ven las deficiencias y los errores. Y, en general, constatamos que solemos ser bastante cerrados en nuestro pequeño grupo, considerando un gran honor el pertenecer a él y poniendo trabas para el ingreso de otros candidatos.

Como conclusión de este tipo de conducta: anteponemos nuestros intereses al bien común, nuestro grupito a la comunidad, nuestra comunidad a los intereses generales del país o de la Iglesia, etc. Esta fe -una mala fe- se pone al servicio de variadas formas de egoísmo, nos cierra al diálogo, nos vuelve engreídos y, como conclusión final, nos impide crecer con el aporte de los demás.

Lo más lamentable es cuando los cristianos nos dirigimos con ese mismo espíritu a los no cristianos, a los de otros credos o confesiones religiosas, o sencillamente a los que no creen. El orgullo religioso es tan peligroso como el orgullo social o político. Nos encierra en un pensamiento rígido y nos transforma en jueces implacables de los demás. Nos ciega para no ver el bien de los demás, impidiéndonos enriquecernos con el aporte de verdad y de bien que hay a nuestro alrededor. Hoy como nunca debemos tener en cuenta esta denuncia que nos hace tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento: en nombre de Dios, de la fe, de la religión, de la piedad o de la Iglesia, podemos ser injustos con los demás, podemos herirlos, atacarlos y pretender destruirlos.

Todo esto ha sucedido y sucede. Detrás de muchas guerras de religión o de ciertas discusiones teológicas o de conflictos entre Iglesia y Estado, se suele esconder una posición personal de prestigio y de poder. Siempre es más fácil defender nuestro orgullo detrás de la aureola de santos o de mártires. Segundo: la respuesta que da Moisés («Es el mismo Señor quien les infunde su Espíritu») está relacionada con lo dicho por Jesús a Nicodemo: «El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes ni adónde va ni de dónde viene. Así es todo aquel que nace del Espíritu» (/Jn/03/08). El Espíritu de Dios no solamente tiene la libertad del viento, sino también la generosidad del viento, que sopla para todos por igual sin dejarse aferrar por nadie.

Así, dice Moisés, ojalá todos fueran profetas, escucharan la Palabra y la anunciaran. Y el profeta Joel anuncia la era mesiánica como el momento en que el Espíritu es derramado sobre todos, adultos y jóvenes, para que proclamen las maravillas de Dios (Joel 3), texto al que aludirá Pedro para explicar lo sucedido en Pentecostés (He 2,17-21). La conclusión de todo esto es clara: la obra de Dios no es egoísta; muy al contrario: respeta, descubre y valora cuanto de bueno hay en el mundo, porque todo proviene del mismo Espíritu. Los cristianos podemos estar seguros de que tenemos con nosotros el Espíritu y la Palabra de Dios, cuando somos capaces de descubrir la obra de ese mismo Espíritu más allá de las estrechas paredes de nuestro yo, de nuestro grupo, de nuestra Iglesia.

El auténtico hombre de Dios es abierto, generoso, de ideas amplias. No se empecina solamente en lo suyo -si bien lo considera auténtico-, sino que es capaz de valorar cuanto hay de auténtico en los demás; no se ahoga en nombres y etiquetas -católico, cristiano, ortodoxo-, sino que trata de descubrir el espíritu que está por dentro de la cosa. Si el Espíritu de Dios tiene tal generosidad, no pretendamos encerrarlo en un esquema determinado. Nosotros, por ejemplo, tenemos una forma occidental de comprender a Dios y a Jesucristo; pero reconozcamos que puede haber formas asiáticas, africanas o americanas. De la misma manera, otras filosofías y religiones pueden aportarnos mucho para comprender no sólo el sentido de la vida, sino hasta el mismo espíritu del Evangelio. Dios no es propiedad privada de los cristianos; Él está por encima de nuestras categorías y divisiones. Su amor rebasa nuestros estrechos límites y conceptos. Su manera de obrar es más eficaz que nuestros calculados métodos; ni siquiera necesita de este sacramento, de esta Biblia o de este sacerdote para salvar a tanta gente sincera que jamás oirá hablar de Jesucristo o de la Iglesia. Es así como Jesús aplica para este caso particular cierto refrán en boga en aquella época y aplicable sobre todo en la política: "El que no está contra nosotros, está a favor nuestro"; y también afirma: «Uno que hace milagros en mi nombre (con mi poder) no puede luego hablar mal de mí.» El mismo Jesús reconoce, entonces, que su fuerza puede obrar fuera del círculo de los discípulos, quienes han de considerar a todos los hombres como amigos, salvo que hechos concretos hagan pensar lo contrario. Mientras exista en los demás recta intención y autenticidad de vida, no hay motivos para que pensemos que Cristo no obra en ellos.

Este punto de vista generoso de Jesús también se aplica al siguiente caso: "El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa". Lo importante es el vaso de agua dado generosamente a un hermano, con el cual Cristo se identifica. Ese tal también tiene la recompensa del Espíritu.

La segunda parte del evangelio parece ser la otra cara de la moneda: si hemos de ser amplios en nuestro punto de vista hacia los demás, debemos ser muy estrictos con nosotros mismos, ya que el Reino de Dios es exigente. Jesús expresa su idea a través de una comparación que exagera las notas para poner de relieve mejor el significado de su pensamiento: si nuestra mano o el pie o el ojo es motivo para que pequemos, es mejor que los cortemos para entrar sin ellos al Reino, que conservarlos para perderlo todo por nuestro mal proceder.

Es evidente que cuando una persona peca -aunque materialmente lo haga con determinado miembro del cuerpo-, en realidad el pecado radica en su interior, como vimos en el domingo vigesimosegundo. Por tanto, lo que pone de relieve la expresión del Señor no es la relación entre el pecado y determinado miembro del cuerpo, sino la necesidad de saber renunciar a cosas muy queridas -como puede ser un pie, una mano o el ojo- cuando estas cosas nos impiden el acceso al Reino. Jesús emplea el verbo "acortar", para que entendamos que el Reino es nuestro valor absoluto y que no podemos entregarnos a él a medias o jugando con dos cartas en la mano...

Alguien podrá preguntar ahora qué significa ese pie y mano u ojo que deben ser cortados para entrar en el Reino de Dios. Si nos examinamos con un poco de detención, no nos llevará mucho tiempo el descubrirlo. Podemos hacernos la pregunta de otra manera: ¿Qué es eso que nos impide crecer en la libertad y en el amor? ¿En qué circunstancias dejamos a un lado el Evangelio y tantos buenos ideales para seguir cierto camino que sabemos es torcido? ¿No sucede que en algunos aspectos de nuestra vida tratamos de hacer una componenda entre el bien y el mal, entre las convicciones interiores y los imperativos sociales, entre las exigencias de la fe y los criterios del mundo? Dicho lo mismo en forma positiva: Jesús vale más para un auténtico creyente que toda la riqueza del mundo o que toda la sabiduría humana. Jesús, como Reino de Dios vivo y presente en medio de nosotros, es nuestro valor supremo y vale más que la integridad física y hasta que la vida misma.

Posiblemente pensemos que el Evangelio exagera un poco al valorizar así a Jesucristo. Mas no exagera, sino que expresa una profunda convicción: si hay fe, hay opción total y definitiva por lo absoluto de la vida. Todo lo demás se vuelve relativo y, en consecuencia, se puede prescindir de ello. Para el cristiano, Jesucristo no es una cosa más. Es aquel elemento a partir del cual o desde cuyo punto de vista, algo es bueno o malo, verdadero o falso. Jesucristo nos da la verdadera dimensión de las cosas y nos permite discernir aquello que en verdad sacia la sed de vida de aquello que la apaga sólo por momentos. Como vemos, estos párrafos de Marcos son una llamada para que asumamos con seriedad y responsabilidad los compromisos de la fe. Si la auténtica fe apunta a la vida plena, por ella debemos renunciar a todo lo demás. Y todo aquello que la pueda disminuir, reducir o eliminar, es escándalo; es decir, es motivo para que caigamos en la trampa. Hay cosas que tienen las apariencias de la vida, pero no lo son. Y la fe puede a veces tener las apariencias de la muerte -por la renuncia que implica- aunque en realidad conduce a la vida. Que estemos prevenidos para no caer en la trampa... Si nos decimos cristianos, al menos comprendamos la opción que nos exige todo. Y ese «todo» no es una simple metáfora ni una exageración. Es el todo que no tiene atenuante ni paliativo alguno. Jugar a la vida, es jugar al todo. Y ésta es la síntesis del evangelio de hoy.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 287 ss.

sábado, 29 de septiembre de 2012

La historia no es sólo lo que se ve y se toca

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este sábado en que celebramos la fiesta de los santos Miguel, Gabriel y Rafael arcángeles.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 1,47-51.
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: "Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez". "¿De dónde me conoces?", le preguntó Natanael. Jesús le respondió: "Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera". Natanael le respondió: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". Jesús continuó: "Porque te dije: 'Te vi debajo de la higuera', crees . Verás cosas más grandes todavía". Y agregó: "Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre". 
Comentario

La historia no es sólo lo que se ve y se toca. Hay una dimensión trascendente, oculta e invisible de la historia. La revelación es un des-ocultamiento de esa realidad, que es el fundamento de nuestra esperanza.

Los ángeles son los que nos recuerdan y los que nos hacen visible esa dimensión trascendente. El mundo de los ángeles no es otro mundo, sino la dimensión trascendente de nuestra historia. En la Biblia se evita presentar a Dios actuando en forma directa en la historia, pues esto amenazaría la trascendencia de Dios. Ahí donde aparece un ángel, es Dios mismo quien actúa.

El ángel Miguel, cuyo nombre significa "quién como Dios", aparece en el Apocalipsis en una guerra frontal con Satanás, el cual es derrotado y arrojado a la tierra. Miguel aquí representa a los mártires, que han derrotado a Satanás, gracias a la sangre del Cordero y al testimonio que dieron. Gabriel y Rafael, son otras representaciones históricas de Dios. Gabriel significa "fuerza de Dios" y Rafael "medicina de Dios". 

En el evangelio de Juan se nos dice que los cielos están abiertos y los ángeles suben y bajan sobre Jesús. Es el sueño de Jacob que aparece en Gn 28, 10-17. Creer en los ángeles es creer en la presencia trascendente de Dios en la historia. Detrás de cada persona y de cada suceso liberador hay siempre un ángel, es decir, hay siempre una realidad divina trascendente. Lo contrario es satanás, que representa el misterio de la iniquidad detrás de las personas y estructuras opresoras. La lucha de los ángeles contra los demonios es la representación simbólica de la lucha trascendente entre el bien y el mal (léase Ef. 6, 10-20).

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)

viernes, 28 de septiembre de 2012

Y nosotros, ¿quién decimos que es Jesús?

¡Amor y paz!

Ayer el interesado por saber quién era Jesús fue Herodes. Hoy la pregunta se la hace Jesús mismo a los suyos. Incluidos nosotros. ¿Quién es él? ¿Es un personaje real o ficticio? Es un hombre importante, ¿pero sólo hombre? ¿Es Dios? ¿Sólo Dios? ¿Es un profeta, importante, pero profeta? ¿Es nuestro Salvador o alguien que simplemente hace milagros?

Muchas veces no advertimos quién es Jesús realmente. A veces preferimos a otros personajes y lo dejamos a Él a un lado. Recién nacido, en ocasiones lo convertimos en un personaje ‘secundario’ y le damos más importancia a ‘Papá Noel’ o a ‘Santa Claus’.

¿Cuántas veces muchos que se dicen cristianos prefieren rendirle culto a un santo o una santa o a un ángel y marginan a Jesús? O ¿cuántos intentan llegar al Padre ‘directamente’ y hacen caso omiso que Él es el Camino, la Verdad y la Vida? Piense en qué Cristo cree y sabrá que clase de cristiano es.   

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 9,18-22. 
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día". 
Comentario

¿Quién es Jesús para nosotros? No podemos responder a esa pregunta con palabras magistrales nacidas del estudio. Nuestra respuesta debe ser muy sencilla; nacida de la vida, de lo que realmente hemos experimentado de Él; de cómo le hemos permitido entrar en nuestra vida y darle un cambio a nuestro ser y actuar; o, por desgracia, de cómo lo hemos ignorado o, peor, aún, de cómo lo hemos expulsado de nuestra vida para poder llevar una existencia conforme a nuestros caprichos e inclinaciones equivocadas. Cuando el Señor nos dice: Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los anciano, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día, nos está dando a conocer qué somos nosotros para Él; ante Él valemos el precio de su sangre, de su muerte, de su resurrección. Él nos ama de tal manera que ha salido a nuestro encuentro para ofrecernos el perdón y darnos la oportunidad de participar de su Gloria a la diestra de su Padre. Él quiere, así, que seamos sus amigos y hermanos, de su misma sangre, disfrutando de la misma herencia que le corresponde como Hijo. Ojalá y el Señor también signifique mucho en nuestra existencia, y aceptando en nosotros su Vida, y dejándonos guiar por su Espíritu no sólo digamos que Él es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el Salvador, sino que esa realidad de fe nos ayude a darle un nuevo sentido a nuestra existencia y a convertirnos en testigos de su amor en medio de nuestros hermanos.

El Señor nos manifiesta su amor hasta el extremo en este Memorial de su Pascua; Él sigue amándonos y confiando en nosotros; Él continúa llamándonos para que estemos con Él en este momento de soledad, convertido en momento de soledad sonora por estar en un diálogo de amor con Él. Así como Jesús se retiró con sus discípulos a un lugar solitario a orar, así ahora estamos solos con Él para que en un encuentro personal podamos responder a su cuestionamiento sobre lo que Él significa en nuestra vida. Este momento de encuentro entre Dios y nosotros no puede reducirse a un desgranar oraciones por costumbre; es el momento de tomar conciencia de lo que Dios es en nuestra vida y de lo que nosotros somos para Dios. 

Abramos todo nuestro ser para que en Él habite el Señor; entonces será posible esa Comunión de Vida entre Él y nosotros; y nuestro volver a la vida ordinaria será un ir como criaturas renovadas que podrán manifestar su fe viviendo a la altura de hijos de Dios y esforzándose para que el Reino de Dios se haga realidad en medio de las actividades de los hombres, reinando la paz, la justicia, la bondad, la fraternidad, la alegría, la solidaridad. Entonces, en verdad, no sólo habremos venido a visitar a Cristo, sino que Él irá con nosotros e impulsará nuestra vida para que trabajemos de tal forma que no sólo anunciemos su Evangelio con los labios, sino que nosotros mismos nos convirtamos en una Buena Noticia del amor salvador de Dios para todos los pueblos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo como un esfuerzo constante que nos lleve a hacer de nuestro mundo un signo verdadero del Reino del amor, de la justicia y de la paz que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.

Homilía Católica

jueves, 27 de septiembre de 2012

La fama de Jesús se extiende

¡Amor y paz!

La fama de Jesús se extiende y llega a oídos de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, el asesino de Juan el Bautista.

Este Herodes era hijo de Herodes el Grande, el de los inocentes de Belén. Su actitud parece muy superficial, de mera curiosidad. Está perplejo, porque ha oído que algunos consideran que Jesús es Juan resucitado, al que él había mandado decapitar.

Este Herodes es el que más tarde dice Lucas que amenaza con deshacerse de Jesús y recibe de éste una dura respuesta: "id y decid a ese zorro..." (Lc l 3,3132). En la pasión, Jesús, que había contestado a Pilato, no quiso, por el contrario, decir ni una palabra en presencia de Herodes, que seguía deseando verle, por las cosas que oía de él "y esperaba presenciar alguna señal o milagro" (Lc 23,8-12).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este jueves de la XXV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 9,7-9.
El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: "Es Juan, que ha resucitado". Otros decían: "Es Elías, que se ha aparecido", y otros: "Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado". Pero Herodes decía: "A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?". Y trataba de verlo. 
Comentario

Ante Jesús siempre ha habido reacciones diversas, más o menos superficiales.
Entonces unos creían que era Elías, que ya se había anunciado que volvería (Jesús afirmó claramente que este anuncio de Malaquías 3,23 se había cumplido con la venida del Bautista, su Precursor). Otros, que había resucitado Juan o alguno de los antiguos profetas. Por parte de Herodes, el interés se debe a su deseo por presenciar algo espectacular. Otros reaccionaron totalmente en contra, con decidida voluntad de eliminarlo.

En el mundo de hoy, por parte de algunos, también hay curiosidad y poco más. Si lo vieran por la calle, le pedirían un autógrafo, pero no se interesarían por su mensaje. Otros buscan lo maravilloso y milagrero, cosa que no gustaba nada a Jesús: "esta generación malvada pide señales". Para otros, Jesús ni existe. Otros le consideran un "superstar", o un gran hombre, o un admirable maestro. Otros se oponen radicalmente a su mensaje, como pasó entonces y ha seguido sucediendo durante dos mil años. Abunda la literatura sobre Jesús, que siempre ha sido una figura apasionante. Una literatura que en muchos casos es morbosa y comercial.

Sólo los que se acercan a él con fe y sencillez de corazón logran entender poco a poco su identidad como enviado de Dios y su misión salvadora. Nosotros somos de éstos. Pero ¿ayudamos también a otros a enterarse de toda la riqueza de Jesús? Son muchas las personas, jóvenes y mayores, que también en nuestra generación "desean ver a Jesús", aunque a veces no se den cuenta a quién están buscando en verdad. Nosotros deberíamos dar testimonio, con nuestra vida y nuestra palabra oportuna, de que Jesús es la respuesta plena de Dios a todas nuestras búsquedas.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 103-107

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Jesús envía a sus apóstoles a sanar y predicar

¡Amor y paz!

Jesús ya había elegido a los doce apóstoles. Ahora les envía con poder y autoridad a una primera misión evangelizadora. Lo que les encarga en concreto es que liberen a los poseídos por los demonios, que curen a los enfermos y que proclamen el Reino de Dios.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XXV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 9,1-6.
Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades. Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: "No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno. Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir. Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes. 
Comentario

Para este viaje misionero, Jesús les encomienda a sus apóstoles un estilo de actuación que se ha llamado "la pobreza evangélica", sin demasiadas provisiones para el camino. Les avisa, además, que en algunos lugares los acogerán bien y en otros, no. Sacudirse el polvo de los pies era una expresión que quería significar la ruptura con los que no querían oír la Buena Noticia: de modo que no se llevaran de allá ni siquiera un poco de tierra en sus sandalias.
Ésta es la doble misión que Jesús encomendó a la Iglesia: por una parte, anunciar el evangelio y, por otra, curar a los enfermos y liberarlos de sus males también físicos y psíquicos.

Exactamente lo que hacía Jesús: que iluminaba con su palabra a sus oyentes, y a la vez les multiplicaba el pan o les curaba de sus parálisis o les libraba de los demonios o incluso les resucitaba de la muerte. El binomio "predicar-curar" se repite continuamente en el evangelio y ahora en la vida de la Iglesia. Se puede decir que durante dos mil años se está cumpliendo la última afirmación del evangelio de hoy: "ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes". ¡Cuánto bien corporal y social ha hecho la comunidad cristiana, además del espiritual, sacramental y evangelizador!

También deberíamos revisar como comunidad y cada uno personalmente el desprendimiento que Jesús exige de los suyos. Los misioneros -la Iglesia- deben ser libres interiormente, sin demasiado bagaje. No deben buscarse a sí mismos, sino dar ejemplo de desapego económico, no fiarse tanto de las provisiones o de los medios técnicos, sino de la fuerza intrínseca de la Palabra que proclaman y del "poder y autoridad" que Jesús les sigue comunicando para liberar a este mundo de todos sus males y anunciarle la noticia de la salvación de Dios.

No trabajamos a nuestro estilo, sino según las consignas de Jesús. Porque no somos nosotros los que salvamos al mundo: sólo somos conductores -es de esperar que buenos conductores- de la fuerza salvadora del Resucitado y de su Espíritu.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 100-103

martes, 25 de septiembre de 2012

Escuchar y practicar la Palabra para ser de la familia de Jesús

¡Amor y paz!

Entre quienes seguían a Jesús aparecen hoy también "su madre y sus hermanos", o sea, María su madre y los parientes de Nazaret, que en lengua hebrea se designan indistintamente con el nombre de "hermanos". El Señor aprovecha la ocasión para decir cuál es su nuevo concepto de familia o de comunidad: "mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra".

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentarlo, en este martes de la XXV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 8,19-21.
Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. Entonces le anunciaron a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte". Pero él les respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican". 
Comentario

Estaba Jesús hablando, cuando se presentó alguien con la noticia de que su familia estaba afuera esperando que saliera, porque el gentío era tan grande que no podían llegar hasta Él. Jesús no sale, y al aviso de que la familia está afuera y quieren verlo, responde: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”.

La frase de Jesús reitera su pensamiento sobre la Palabra: que hay que escucharla, asumirla, irradiarla, y ahora, hacerla práctica, es decir, testificarla con las obras. De esta manera, “hacemos la voluntad del Padre”. Pues, para Lucas “hacer la voluntad del Padre” significa, ante todo, “escuchar y poner en práctica la Palabra”.

Para muchos, la frase de Jesús está cargada de dureza y desprecio por su familia, pero por duro que parezca ese comportamiento, para Él, ante el Reino, todo pasaba a segundo plano: no estaba dispuesto a que nadie malinterpretara el contenido del Reino; ni los jefes religiosos ni la familia pueden intentar encerrarlo en el estrecho círculo de la tradición o de las obligaciones familiares. El futuro, ya presente, es algo inédito y está por construir; no se le puede definir de acuerdo al pasado; los marcos estrechos son rotos por Jesús. 

La verdadera familia de Jesús no está constituida pues por los lazos de la carne o de la sangre, sino por la obediencia a la Palabra de Dios. Nos hacemos hermanos de Jesús y miembros de su «nueva familia» por el compromiso que asumamos con su proyecto. Es decir, si nos comprometemos en la construcción del Reino de Dios con una actitud profética que esté siempre a la escucha de la Palabra; que no calle ante el dolor y el sufrimiento y que grite con toda su voz contra el hambre, la miseria, la opresión y la muerte, contra la hipocresía y la injusticia, contra el egoísmo, contra la falta de compromiso con los empobrecidos, contra la cobardía e insensibilidad frente a la realidad cruel que vivimos. Ser parte de la familia de Jesús es, en definitiva, compartir su vida y su proyecto: liberar de todas la esclavitudes a los empobrecidos de la tierra.

Servicio Bíblico Latinoamericano

lunes, 24 de septiembre de 2012

“No se enciende una lámpara para ponerla debajo de la cama”

¡Amor y paz!

El sábado pasado leíamos la parábola de la semilla, la Palabra de Dios, que debería dar el ciento por uno de fruto si la escuchamos "con un corazón noble y generoso" y la guardamos.

Las breves enseñanzas de hoy son continuación de aquella. Jesús quiere que seamos luz que ilumine a los demás: un candil no se enciende para esconderlo. No tiene que quedar oculto lo que la Palabra nos ha dicho: debe hacerse público. Si actuamos así, será verdad lo de que "al que tiene, se le dará", porque la Palabra multiplica sus frutos en nosotros. Y al revés, al que no le haga caso, "se le quitará hasta lo que cree tener" y quedará estéril.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XXV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 8,16-18.
No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado. Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener".
Comentario

Uno de los frutos mejores de la Palabra de Dios que escuchamos -por ejemplo en nuestra Eucaristía- es que se convierta en luz dentro de nosotros y también en luz hacia fuera.

Para eso la escuchamos: para que, evangelizados nosotros mismos, evangelicemos a los demás, o sea, anunciemos la Buena Noticia de la verdad y del amor de Dios. Lo que recibimos es para edificación de los demás, no para guardárnoslo. Como la semilla no está pensada para que se quede enterrada, sino para que germine y dé fruto.

Tenemos una cierta tendencia a privatizar la fe, mientras que Jesús nos invita a dar testimonio ante los demás. ¡Qué efecto evangelizador tiene el que un político, o un deportista, o un artista conocido no tengan ningún reparo en confesar su fe cristiana o su adhesión a los valores más profundos!

¿Iluminamos a los que viven con nosotros? ¿Les hacemos más fácil el camino? No hace falta escribir libros o emprender obras muy solemnes. ¡Cuánta luz difunde a su alrededor aquella madre sacrificada, aquel amigo que sabe animar y también decir una palabra orientadora, aquella muchacha que está cuidando de su padre enfermo, aquel anciano que muestra paciencia y ayuda con su interés y sus consejos a los más jóvenes, aquel voluntario que sacrifica sus vacaciones para ayudar a los más pobres! No encienden una hoguera espectacular. Pero sí un candil, que sirve de luz piloto y hace la vida más soportable a los demás.

El día de nuestro Bautismo -y lo repetimos en la Vigilia Pascual cada año se encendió para cada uno de nosotros una vela, tomando la luz del Cirio pascual símbolo de Cristo. Es un gesto que nos recuerda nuestro compromiso, como bautizados, de dar testimonio de esa luz ante las personas que viven con nosotros.

El Vaticano II llamó a la Iglesia Lumen Gentium, luz de las naciones. Lo deberíamos ser en realidad, comunicando la luz y la alegría y la fuerza que recibimos de Dios, de modo que no queden ocultas por nuestra pereza o nuestro miedo. Jesús, que se llamó a sí mismo Luz del mundo, también nos dijo a sus seguidores: vosotros sois la luz del mundo. Somos Iglesia misionera, que multiplica los dones recibidos comunicándolos a cuantos más mejor.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 92-96

domingo, 23 de septiembre de 2012

La lucha por tener nos deshumaniza y…

¡Amor y paz!

“Dime cuánto tienes cuánto vales”, es un dicho que sintetiza los valores por los que el hombre lucha cada día, hasta el punto de ver en los otros sus competidores y hasta sus enemigos. Es una lucha que a la larga nos deshumaniza y nos separa de Dios. Por eso, Jesús nos propone un camino distinto: el camino del servicio hasta dar la vida por los demás.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXV Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 9,30-37.
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".
Comentario

Decididamente, nuestra sociedad mide el valor del hombre con el metro del tener; el "tanto tienes, tanto vales" que ya oíamos decir -todavía con un deje de lamento a nuestros abuelos, ha alcanzado hoy día una fuerza suprema: se admira y se envidia al que tiene, se intenta emular al que tiene, se busca la cercanía del que tiene, se da preferencia al que tiene, se respeta al que tiene, se pone de ejemplo y modelo al que tiene, se le da más al que más tiene.

Pero esta manera de entender al hombre y vivir la vida es deshumanizadora; tener significa:

-vivir sin esfuerzo, y la vida es tarea;
-no tener problemas, y la vida es superación;
-no recibir críticas, y la vida es aprender de los errores;
-apoyarse en lo que uno tiene, y la vida se apoya en lo que uno es;
-sentirse dueño de sí mismo, y la vida la tenemos en usufructo, pero no en posesión absoluta;
-sentirse seguro de sí mismo, y la vida es aventura y riesgo.
-contentarse con la materialidad, y el hombre es apertura a la transcendencia, a Dios.

El tener deshumaniza, porque cierra los ojos, embota el corazón y la mente, impide valorar el ser -profundidad- a quien se conforma con el tener -superficialidad-, y esto tanto si se es de los que tienen como si se es de los que ambicionan. Lo que se posee siempre será ajeno a uno mismo; identificarse uno con sus posesiones siempre será un error; que sean muchos los que caen en él, que nuestra sociedad lo fomente no significa que haya que aceptarlo como no-error.

-La deshumanización del mandar: poder/servicio 

Paralela a la deshumanización del tener camina la deshumanización del poder.
Todos quieren mandar, todos quieren tener poder, sea del grado o del tipo que sea; del presidente de la nación al albañil que ordena a un aprendiz, todos buscan su grande o pequeña parcela de poder. Y el poder, que se supone es la autorización que el pueblo da a algunos para que organicen la vida y la sociedad, termina por ser el camino para imponer, oprimir, manipular, dominar.

Entender el poder como servicio es difícil, por más que todos lo definan así en la práctica. Todos quieren estar arriba para tener a alguien por debajo, sentirse superiores, disponer sobre vidas y haciendas -como los señores feudales- o, al menos, poder gritar al subordinado, poner en evidencia su inferioridad.

El poder así entendido es propio de inhumanos, de quienes no han sido capaces de madurar como personas y se cobijan al amparo de la cuota de poder que les haya correspondido en suerte para crecerse, auto-afirmarse, buscar su propia seguridad. Lo malo es que se hace a costa del que está debajo, al que se desprecia, se oprime, se insulta, se esclaviza, se somete. Y así surge una espiral de poder inhumano, que crece y deshumaniza más y más.

Por eso Jesús advierte tan seriamente ante la tentación de buscar el poder. Y propone para sus discípulos la única forma humanizadora de entender el poder y la autoridad:

-el que quiera ser el primero, tiene que hacerse el último;
-la única forma válida de autoridad es el servicio;
-por eso, el primero es el que más sirve, no el que más poder detenta;
-el orgullo y la presunción, tan típicas en las autoridades (siempre buscando los privilegios protocolarios y otros) ponen al hombre en evidencia, acaban por mostrarlo ridículo; sólo la humildad nos hace comprender y vivir la verdad de lo que somos, y sólo la verdad nos hace libres.

A pesar de todo, el poder sigue tentando al hombre, cierto conocido periodista suele afirmar que cuando a un español se le pone una gorra (tradicional símbolo de poder), se transforma y se vuelve un tirano. Probablemente la afirmación no sirva exclusivamente para los españoles.

-La deshumanización de la "madurez" Lo que en la práctica se toma por madurez tiene poco que ver con lo que teóricamente se define como tal. 

Solemos tomar por madurez:

-el perder la sencillez de la inocencia;
-el aprender a mentir y engañar, en el trabajo, en la familia, con los amigos; 
-el saber disimular, aparentar ser lo que no somos y tener lo que no tenemos;
-el llegar "muy alto", a puestos de responsabilidad (o sea, donde se manda mucho y se responde poco);
-el tener muchas "horas de vuelo", y cuanto peores, mejor;
-el llegar a un punto en el que uno ya no se fía de nada ni de nadie;
-el ser realista y tener los pies en tierra (es decir: perder las ilusiones y esperanzas, dejar de creer en la utopía, perder la capacidad de soñar con un futuro mejor);
-el recelar de todo lo nuevo, lo joven, lo diferente, lo distinto a lo que nosotros somos, sabemos o conocemos;
-el vivir, en fin, bajo las directrices que nos marca el rol que nos ha tocado vivir, siguiendo las reglas del juego, caiga y pase lo que pase.

Esto se toma por madurez, pero esto no es madurez. Jesús propone como modelo a los niños; acogerlos, hacerse como ellos; lo cual no es una invitación al infantilismo, sino a la autenticidad, a la sencillez, a la transparencia propia de los niños; porque ahí es donde está la verdadera madurez del hombre; en su autenticidad, en su honradez, en su transparencia; en su sí que es un sí y su no que es un no, sin más complicaciones ni dobleces. Por eso hemos de desenmascarar esa falsa madurez que no es sino un cocktel de hipocresía, recelo, mentira, falsedad y disimulo que no nos hace más humanos, sino todo lo contrario. Por eso, por paradójico que parezca, tenemos que aceptar que el modelo de madurez lo encontramos en los niños.

-Tres dianas certeras

La palabra de Dios de hoy hace tres dianas certeras. Dios no quiere para el hombre otra cosa que su bien, y ese bien se puede decir así; que el hombre sea hombre, que lo sea del todo, que llegue a la plenitud. Pues bien, en el camino a esa plenitud humana necesitamos saber asumir estas tres realidades fundamentales:

-no somos más hombres por tener más, sino por ser más;
-no somos más hombres por mandar más, sino por servir más;
-no somos más hombres por saber más, sino por ser como los niños.

Un programa así tiene poca garra, hoy por hoy, en nuestra sociedad, plenamente convencida de todo lo contrario. Pero nosotros tenemos que seguir haciendo este anuncio. Quizás haya alguien que se canse de tanta fantasía barata, de seguir gregariamente el rebaño y quiera abrir los ojos, y busque algo más auténtico... ¡Ojalá que entonces pueda encontrar a su lado alguien que siga anunciando dónde está la verdadera humanidad! Nosotros estamos llamados a ser uno de esos mensajeros. ¿Dispuestos a predicar con el ejemplo?

LUIS GRACIETA
DABAR 1991, 46

sábado, 22 de septiembre de 2012

¿Cuál es su actitud frente a la Palabra de Dios?

¡Amor y paz!

Hoy, Jesús relata la parábola del sembrador y Él mismo la explica. El Señor espera que quien escuche la Palabra lo haga “con un corazón bien dispuesto”, de tal manera que “la retengan”, y “den fruto gracias a su constancia”. ¿Cuál es su actitud ante la Palabra de Dios?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XXIV Semana del tiempo ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 8,4-15.
Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, él les dijo, valiéndose de una parábola: "El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo. Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad. Otra cayó entre las espinas, y estas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron. Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno". Y una vez que dijo esto, exclamó: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!". Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola, y Jesús les dijo: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender. La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios. Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás. Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar. Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia. 
Comentario

Esta parábola nos habla de la suerte que pueden correr los que escuchan la Palabra de Dios, es decir, los que están oyendo el mensaje que Jesús está proclamando por aldeas y pueblos. 

Lo que nos presenta la parábola, el arrojar indiscriminadamente las semillas por todas partes, de manera que algunas caigan sobre un camino o entre piedras o entre abrojos, corresponde al método en el que el labrador esparce la semilla sobre todo el campo, sobre los caminos, las plantas, las piedras y todo lo demás. Después ara el campo, enterrando las semillas en el suelo y en el proceso también entierra las malas hierbas, destruye el camino y entierra las piedras que estaban en la superficie. Esta forma de sembrar es la que presupone la parábola de Jesús. 

Jesús habla a la gente de esta manera porque las parábolas, como las alegorías, las fábulas, las leyendas y los proverbios, hacen parte de la forma de hablar de la gente sencilla, son características comunes de nuestra vida diaria, además reflejan fielmente las condiciones de vida de la gente. Jesús le habla al pueblo utilizando su propias palabras, por eso para entender el mensaje de esta parábola, debemos estar familiarizados con los métodos palestinos de siembra en tiempos de Jesús.

Los discípulos piden a Jesús que les explique el sentido de la parábola. Entonces Jesús les dice: “A ustedes les ha sido concedido como regalo conocer lo secreto del Reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas, de forma que mirando, miren y no vean, oyendo, oigan y no entiendan”. Esta frase hay que entenderla en su sentido fuerte: Jesús hablaba de esta manera para que no cualquiera captara lo que quería decir. 

Simplemente buscaba provocar una inquietud de búsqueda de sentidos más profundos en los que lo oían; pero también quería hacer una advertencia a sus discípulos: Pónganse más atentos porque si no entienden esta parábola, no podrán entender ninguna otra. Y les explica por qué la respuesta que se daba a su enseñanza dependía del lugar social en el que se estuviera y de los intereses que se defendieran.

El sembrador siembra la Palabra. Hay unos (los sembrados en la tierra dura del camino) en los que se siembra la palabra y, en cuanto la oyen, viene el Tentador y arrebata la palabra sembrada en ellos. Hay otros que se parecen a éstos: son los sembrados en terreno pedregoso; en cuanto oyen la palabra reaccionan con gran alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, son inconstantes y oportunistas y en cuanto les llega un conflicto o una persecución por causa de la palabra que escucharon, sucumben. Otros son diferentes: los sembrados entre las espinas; son los que oyen la Palabra pero las preocupaciones por el presente, la trampa de las riquezas, y todos los tipos de codicias que les entran ahogan la palabra y le impiden dar fruto. Y hay también los sembrados en tierra buena, los que oyen la palabra y la acogen y dan un fruto sobreabundante.

Siguiendo con la explicación alegórica de la parábola nos podríamos preguntar: ¿qué clase de terreno somos?, mejor dicho, ¿cómo estamos asumiendo en nuestra vida la Palabra de Dios?, y ¿cuál es nuestro compromiso con el mensaje del Reino que Jesús nos anunció?

Servicio Bíblico Latinoamericano