¡Amor y paz!
Ciertamente Dios ha creado
todo, como lo asegura el libro del Génesis: “Muy bien y muy bueno”. Sin
embargo, el pecado ha hecho que a pesar de esta realidad, como dice san Pablo,
no todo nos es conveniente. Y es aquí en dónde se prueba realmente quién es o
no verdaderamente cristiano.
La tentación se presenta
indistintamente para todos; sin embargo, el cristiano, ejercitado en la oración
y en la renuncia a sí mismo, convencido que la vida en Cristo vale la pena
cualquier renuncia, es capaz de renunciar a todo aquello que, aunque se
presenta bajo la apariencia de bien, sabe que lo conducirá irremisiblemente a
perder la amistad con Dios (P. Ernesto María Caro).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes en que celebramos
la Fiesta de San Lorenzo, diácono y
mártir.
Dios
los bendiga…
Evangelio según San Juan 12,24-26.
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
Comentario
La Iglesia de Roma nos invita hoy a
celebrar el triunfo de san Lorenzo, que superó las amenazas y seducciones del
mundo, venciendo así la persecución diabólica. Él, como ya se os ha explicado
más de una vez, era diácono de aquella Iglesia. En ella administró la sangre
sagrada de Cristo; en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de
Cristo. El apóstol san Juan expuso claramente el significado de la Cena del
Señor, con aquellas palabras: Como Cristo dio su vida por nosotros, también
nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Así lo entendió san
Lorenzo; así lo entendió y así lo practicó; lo mismo que había tomado de la
mesa del Señor, eso mismo preparó. Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su
muerte.
También
nosotros, hermanos, si amamos de verdad a Cristo, debemos imitarlo. La mejor
prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo
padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Según
estas palabras de san Pedro, parece como si Cristo sólo hubiera padecido por
los que siguen sus huellas, y que la pasión de Cristo sólo aprovechara a los
que siguen sus huellas. Lo han imitado los santos mártires hasta el
derramamiento de su sangre, hasta la semejanza con su pasión; lo han imitado
los mártires, pero no sólo ellos. El puente no se ha derrumbado después de
haber pasado ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos.
Tenedlo
presente, hermanos: en el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los
mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados,
así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su
género de vida, ha de desesperar de su vocación: Cristo ha sufrido por todos.
Con toda verdad está escrito de él que quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad.
Entendamos,
pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento
de sangre, además del martirio. El Apóstol, refiriéndose a Cristo, dice: A
pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. ¡Qué gran
majestad! Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos. ¡Qué gran humildad! Cristo se rebajó: esto es,
cristiano, lo que debes tú procurar. Cristo se sometió: ¿cómo vas tú a
enorgullecerte? Finalmente, después de haber pasado por semejante humillación y
haber vencido la muerte, Cristo subió al cielo: sigámoslo.
San
Agustín (354-430), obispo de Hipona (Norte de áfrica) y doctor de la
Iglesia
Sermón 304 ; PL 38, 1385 (trad. cf breviario 10/08)
Sermón 304 ; PL 38, 1385 (trad. cf breviario 10/08)
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