¡Amor
y paz!
Dice
el dicho popular que “No hay peor sordo que el que no quiere oír”. Y así ocurre
con quien no quiere escuchar o leer la Palabra de Dios o a quien habiéndola
leído o escuchado no se deja interpelar por ella. Algunos simplemente no
escuchan la Palabra porque hay otras cosas que los ensordecen, sonidos o gritos
que hacen inaudible la voz de Dios.
Mateo
nos habla hoy de la curación de un sordomudo endemoniado, pero también menciona muchas de las actividades de Jesús, nacidas de su compasión e interés por la multitud: enseña
en las sinagogas, proclama la Buena Noticia del Reino de Dios y cura las
enfermedades y dolencias.
Jesús pone de presente que la tarea es muy grande, que faltan quienes se comprometan a seguirla realizando
y pide rogar a Dios para que envíe más evangelizadores.
Es
seguro que si alguien lee siempre el Evangelio con mucha atención y fe se
sentirá llamado a colaborar con Jesús en la salvación del mundo.
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes
XIV del Tiempo Ordinario.
Dios
los bendiga…
Evangelio
según San Mateo 9,32-38.
En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: "Jamás se vio nada igual en Israel". Pero los fariseos decían: "Él expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios". Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."
Comentario
a)
Jesús cura a un mudo. Probablemente, un sordomudo, porque el término que emplea
Mateo puede significar ambas cosas.
La
reacción ante el gesto de Jesús es dispar. La gente sencilla queda admirada:
«nunca se ha visto en Israel cosa igual». Pero los fariseos no quieren
reconocer la evidencia: «este echa los demonios con el poder del jefe de los
demonios».
Jesús,
además de su buen corazón, que siempre se compadece de los que sufren -él
recorre pueblos y aldeas y se da cuenta de cómo sufre la gente-, está
mostrando, para el que lo quiera ver, su dominio contra el mal y la muerte, su
carácter mesiánico y divino.
La
escena termina con un pasaje que introduce ya el capítulo que seguirá, el
discurso «de la misión». Jesús se compadece de las personas que aparecen
«extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor», y se dispone a
movilizar a sus discípulos para que vayan por todas partes a difundir la buena
noticia.
Pero
lo primero que les dice no es que trabajen y que prediquen, sino que recen:
«rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
b)
También ahora el mundo necesita la buena noticia de Jesús.
¡Cuántas
personas a nuestro alrededor están extenuadas, desorientadas, sordas a la
Palabra más importante, la Palabra de Dios! Si saliéramos de nuestro mundo y
«recorriéramos los caminos», nos daríamos cuenta, como Jesús, de las
necesidades de la gente. ¿No se puede decir que «la mies es mucha» y que muchos
están «como ovejas que no tienen pastor»? Es bueno recordar el comienzo de
aquel documento tan famoso del Vaticano II, la «Gaudium et spes»: «El gozo y la
esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre
todo de los pobres y de los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y
angustia de los discípulos de Cristo» (GS 1).
Ahora
no va Jesús por los caminos. Pero vamos nosotros, y se escucha nuestra voz, la
de la Iglesia. Todos estamos comprometidos en la evangelización, en que
nuestros contemporáneos, jóvenes y mayores, oigan hablar de Jesús y se llenen
de esperanza con su mensaje de salvación. Unos evangelizan desde su ministerio
de responsables de la comunidad. Todos, desde su identidad de cristianos
bautizados, «sacerdotes», o sea, mediadores de la palabra y de la alegría de
Dios para con los demás.
Está
bien que el primer consejo que nos da Jesús para el trabajo misionero sea la
oración: «la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues,
al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Para que no nos creamos
que todo depende de nuestros talentos o de las estructuras o de las
instituciones. Es Dios el que salva, el que quiere que el mundo participe de su
vida y de su alegría. Y es a él a quien debemos mirar, en primer lugar, los
cristianos, en nuestra misión de anunciadores de la buena noticia.
Además,
eso sí, pondremos todos los medios y energías para dar ese testimonio y hacer
oír la voz de Dios en nuestros ambientes.
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 118-122
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 118-122
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