¡Amor
y paz!
"No
todo el que me dice: Señor, Señor...". Al acercarse a la conclusión del discurso,
Mateo desarrolla una oposición a los diversos niveles. Hay quien habla
continuamente de Dios ("Señor, Señor"), y luego se olvida de hacer su
voluntad. Hay quien se hace la ilusión de trabajar por el Señor ("hemos
profetizado en tu nombre, hemos arrojado los demonios, hemos hecho
milagros"); pero luego, el día de las cuentas (el día de la verdad), verá
que no lo ha conocido ("nunca os conocí; apartaos de mí").
Con
estas palabras denuncia Jesús una disociación frecuente y muy perniciosa. El
sabe que en el hombre frecuentemente hay como dos almas: una, que escucha,
reflexiona, discute y programa; otra, que olvida obrar, aplicar los programas,
satisfecha con la alegría de la escucha y la discusión. Una vida cristiana
fundada en esta disociación es del todo inconsecuente. Es como una casa
construida sin cimientos. Se construye de prisa, pero está destinada a hundirse.
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves
de la 12ª. semana del tiempo ordinario.
Dios
los bendiga…
Evangelio
según San Mateo 7,21-29.
No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?'. Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal'. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande". Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.
Comentario
Es
muy probable que Mateo polemice con ciertos carismáticos presuntuosos; gente
que tenía siempre en los labios el nombre de Cristo, pero que luego no resolvía
nada. Existe el peligro de una oración ("Señor, Señor") que no se
traduzca en vida y en compromiso ("la voluntad de Dios"). Existe el
riesgo de una escucha de la palabra que no se convierte en nada práctico y
operante. Existe el riesgo de ciertos momentos comunitarios que se cierran en
sí mismos.
Mateo ciertamente no condena la oración, ni la escucha de la palabra,
ni el momento comunitario. Más aún, sabe muy bien que la oración, la escucha de
la palabra y el encuentro comunitario son la raíz de la praxis cristiana. Pero
la raíz debe justamente germinar. Porque permanece en pie que lo esencial de la
vida cristiana no es decir, ni tampoco confesar a Cristo de palabra, sino
practicar el amor concreto a los pobres, a los extraños y a los oprimidos.
Acuden a la mente las palabras de la escena grandiosa del juicio: "Venid,
tomad posesión del reino, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y
me disteis de beber, fui peregrino y me acogisteis" (25,34ss).
Más
aquí no podemos evitar una pregunta: ¿Por qué a veces la oración se cierra en
sí misma, la escucha de la palabra no se traduce en vida y el encuentro con los
hermanos no se abre al mundo? Pienso que la respuesta está implícitamente
contenida en una advertencia que el evangelista ha subrayado ya: "Nadie
puede servir a dos señores".
Ahora bien, la disociación que estamos
describiendo es justamente el intento desesperado de servir a dos señores:
servir a Dios con la oración, con la escucha de la palabra, con el contacto con
los hermanos, y, luego, servir al mundo y a nosotros mismos con las opciones
concretas y cotidianas de la vida (la profesión, la política, y así
sucesivamente).
La raíz de la disociación me parece que es el intento de salvar
la obediencia a Dios y, a la vez, de sustraerse a la exigencia de conversión
que lleva consigo. Es siempre, desde luego, una falta de fe. Al no sentirnos
seguros a la sombra de la palabra de Dios (palabra que, no obstante, escuchamos
y en la que nos complacemos), seguimos buscando la seguridad propia en nosotros
mismos. A Dios la oración y la meditación; a nuestros intereses el resto de la
vida. Es un intento verdaderamente insensato de servir a dos señores. Sigue
entonces siendo cierto, como nos lo ha sugerido reiteradamente el evangelista,
que es de la vida cotidiana de donde se deduce si tenemos o no un solo señor;
que por la vida cotidiana se entiende quién es de veras nuestro señor.
BRUNO
MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 83
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 83
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