¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves 22 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Col 1,9-14):
Hermanos, desde que nos enteramos de vuestra conducta, no dejamos de rezar a Dios por vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera, vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios. El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias al Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
Salmo responsorial: 97
R/. El Señor da a conocer su victoria.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones
su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de
Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama
al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.
Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son
de trompetas, aclamad al Rey y Señor.
Versículo antes del Evangelio (Mt 4,19):
Aleluya. Venid conmigo, dice el Señor, y yo os haré pescadores de hombres. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 5,1-11):
En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago
Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando
vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado
de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón,
le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la
barca a la muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes
para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche
y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo
así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban
romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en
su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.
Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí,
Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y
de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo
de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo
a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra
las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Comentario
Hoy día todavía nos resulta sorprendente comprobar cómo
aquellos pescadores fueron capaces de dejar su trabajo, sus familias, y seguir
a Jesús («Dejándolo todo, le siguieron»: Lc 5,11), precisamente cuando Éste se
manifiesta ante ellos como un colaborador excepcional para el negocio que les
proporciona el sustento. Si Jesús de Nazaret nos hiciera la propuesta a
nosotros, en nuestro siglo XXI..., ¿tendríamos el coraje de aquellos hombres?;
¿seríamos capaces de intuir cuál es la verdadera ganancia?.
Los cristianos creemos que Cristo es eterno presente; por lo tanto, ese Cristo
que está resucitado nos pide, no ya a Pedro, a Juan o a Santiago, sino a Jorge,
a José Manuel, a Paula, a todos y cada uno de quienes le confesamos como el
Señor, repito, nos pide desde el texto de Lucas que le acojamos en la barca de
nuestra vida, porque quiere descansar junto a nosotros; nos pide que le dejemos
servirse de nosotros, que le permitamos mostrar hacia dónde orientar nuestra
existencia para ser fecundos en medio de una sociedad cada vez más alejada y necesitada
de la Buena Nueva. La propuesta es atrayente, sólo nos hace falta saber y
querer despojarnos de nuestros miedos, de nuestros “qué dirán” y poner rumbo a
aguas más profundas, o lo que es lo mismo, a horizontes más lejanos de aquellos
que constriñen nuestra mediocre cotidianeidad de zozobras y desánimos. «Quien
tropieza en el camino, por poco que avance, algo se acerca al término; quien
corre fuera de él, cuanto más corra más se aleja del término» (Santo Tomás de
Aquino).
«Duc in altum»; «Boga mar adentro» (Lc 5,4): ¡no nos quedemos en las costas de
un mundo que vive mirándose el ombligo! Nuestra navegación por los mares de la
vida nos ha de conducir hasta atracar en la tierra prometida, fin de nuestra
singladura en ese Cielo esperado, que es regalo del Padre, pero
indivisiblemente, también trabajo del hombre —tuyo, mío— al servicio de los
demás en la barca de la Iglesia. Cristo conoce bien los caladeros, de nosotros
depende: o en el puerto de nuestro egoísmo, o hacia sus horizontes.
Rev. D. Pedro IGLESIAS Martínez (Ripollet, Barcelona, España)
Evangeli.net
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