¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves 24 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (1Tim 4,12-16):
Querido hermano: Nadie te desprecie por ser joven; sé tú un modelo para los fieles, en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez. Mientras llego, preocúpate de la lectura pública, de animar y enseñar. No descuides el don que posees, que se te concedió por indicación de una profecía con la imposición de manos de los presbíteros. Preocúpate de esas cosas y dedícate a ellas, para que todos vean cómo adelantas. Cuídate tú y cuida la enseñanza; sé constante; si lo haces, te salva ras a ti y a los que te escuchan.
Salmo responsorial: 110
R/. Grandes son las obras del Señor.
Justicia y verdad son las obras de sus manos, todos sus
preceptos merecen confianza: son estables para siempre jamás, se han de cumplir
con verdad y rectitud.
Envió la redención a su pueblo, ratificó para siempre su alianza, su nombre es
sagrado y temible.
Primicia de la sabiduría es el temor del Señor, tienen buen juicio los que lo
practican; la alabanza del Señor dura por siempre.
Versículo antes del Evangelio (Mt 11,28):
Aleluya. Venid a mí, todos los que estéis fatigados y agobiados por la carga, y yo os daré alivio, dice el Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 7,36-50):
En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con
él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad
una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del
fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los
pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con
los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el
perfume.
Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera
profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es
una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo:
«Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y
el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de
ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más».
Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón:
«¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en
cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No
me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No
ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te
digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A
quien poco se le perdona, poco amor muestra».
Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a
decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo
a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».
Comentario
Hoy, Simón fariseo, invita a comer a Jesús para llamar la
atención de la gente. Era un acto de vanidad, pero el trato que dio a Jesús al
recibirlo, no correspondió ni siquiera a lo más elemental.
Mientras cenan, una pecadora pública hace un gran acto de humildad: «Poniéndose
detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar y con sus lágrimas le mojaba los
pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía
con el perfume» (Lc 7,38).
El fariseo, en cambio, al recibir a Jesús no le dio el beso del saludo, agua
para sus pies, toalla para secarlos, ni le ungió la cabeza con aceite. Además
el fariseo piensa mal: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de
mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora» (Lc 7,39). ¡De hecho, el
que no sabía con quién trataba era el fariseo!
El Papa Francisco ha insistido mucho en la importancia de acercarse a los
enfermos y así “tocar la carne de Cristo”. Al canonizar a santa Guadalupe
García, Francisco dijo: «Renunciar a una vida cómoda para seguir la llamada de
Jesús; amar la pobreza, para poder amar más a los pobres, enfermos y
abandonados, para servirles con ternura y compasión: esto se llama “tocar la
carne de Cristo”. Los pobres, abandonados, enfermos y los marginados son la
carne de Cristo». Jesús tocaba a los enfermos y se dejaba tocar por ellos y los
pecadores.
La pecadora del Evangelio tocó a Jesús y Él estaba feliz viendo cómo se
transformaba su corazón. Por eso le regaló la paz recompensando su fe valiente.
—Tú, amigo, ¿te acercas con amor para tocar la carne de Cristo en tantos que
pasan junto a ti y te necesitan? Si sabes hacerlo, tu recompensa será la paz
con Dios, con los demás y contigo mismo.
Mons. José Ignacio ALEMANY Grau, Obispo Emérito de Chachapoyas (Chachapoyas, Perú)
Evangeli.net
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