¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este sábado 29 del tiempo ordinario, ciclo b.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Ef 4,7-16):
A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la
medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando
cautivos y dio dones a los hombres». El «subió» supone que había bajado a lo
profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de todos
los cielos para llenar el universo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a
otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para
el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la
edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la
fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de
Cristo en su plenitud.
Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por
todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce
al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las
cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien
ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren,
actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para
construcción de sí mismo en el amor.
Salmo responsorial: 121
R/. Vamos alegres a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del
Señor!». Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las
tribus del Señor.
Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los
tribunales de justicia, en el palacio de David.
Versículo antes del Evangelio (Ez 33,11):
Aleluya. No quiero la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva, dice el Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 13,1-9):
En aquel tiempo, llegaron algunos que le contaron lo de
los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les
respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los
demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os
convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que
se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que
los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os
convertís, todos pereceréis del mismo modo».
Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue
a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Ya hace
tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala;
¿para qué va a cansar la tierra?’. Pero él le respondió: ‘Señor, déjala por
este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si
da fruto en adelante; y si no da, la cortas’».
Comentario
Hoy, las palabras de Jesús nos invitan a meditar sobre el
inconveniente de la hipocresía: «Un hombre tenía plantada una higuera en su
viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró» (Lc 13,6). El hipócrita
aparenta ser lo que no es. Esta mentira llega a su cima al fingir virtud (aspecto
moral) siendo vicioso, o devoción (aspecto religioso) al buscarse uno mismo y
sus propios intereses y no a Dios. La hipocresía moral abunda en el mundo, la
religiosa perjudica a la Iglesia.
Las invectivas de Jesús contra los escribas y fariseos —más claras y directas
en otros pasajes evangélicos— son terribles. No podemos leer o escuchar lo que
acabamos de leer o escuchar sin que estas palabras nos lleguen al fondo del
corazón, si realmente las hemos escuchado y entendido.
Lo diré en plural personal, ya que todos experimentamos la distancia entre lo
que aparentamos ser y lo que somos de veras. Lo somos los políticos cuando nos
aprovechamos del país proclamando que estamos a su servicio; los cuerpos de
seguridad cuando protegemos a grupos corruptos en nombre del orden público; el
personal sanitario cuando suprimimos vidas incipientes o terminales en nombre
de la medicina; los medios de comunicación social cuando falseamos las noticias
y pervertimos al personal diciendo que lo estamos divirtiendo; los
administradores de los fondos públicos cuando desviamos una parte de ellos
hacia nuestros bolsillos (individuales o de partido) y alardeamos de honestidad
pública; los laicistas cuando impedimos la dimensión pública de la religión en
nombre de la libertad de conciencia; los religiosos cuando vivimos de nuestras
instituciones con infidelidad al espíritu y a las exigencias de los fundadores;
los sacerdotes cuando vivimos del altar pero no servimos abnegadamente a
nuestros feligreses con espíritu evangélico; etc.
¡Ah!: y tú y yo también, en la medida en que nuestra conciencia nos dice lo que
tenemos que hacer y dejamos de hacerlo para dedicarnos únicamente a ver la paja
en el ojo ajeno sin querer darnos cuenta siquiera de la viga que ciega el
nuestro. ¿O no?
—Jesús, Salvador del mundo, ¡sálvanos de nuestras pequeñas, medianas y grandes
hipocresías!
Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)
Evangeli. net
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