¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este sábado 18 del tiempo ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (2Cor 9,6-10):
El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios. Tiene Dios poder para colmaros de toda clase de favores, de modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras buenas. Como dice la Escritura: «Reparte limosna a los pobres, su justicia es constante, sin falta». El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia.
Salmo responsorial: 111
R/. Dichoso el que se apiada y presta.
Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus
mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será
bendita.
Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. El
justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo.
No temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor. Su corazón
está seguro, sin temor, hasta que vea derrotados a sus enemigos.
Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, y alzará la
frente con dignidad.
Versículo antes del Evangelio (Jn 8,12):
Aleluya. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Jn 12,24-26):
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará».
Comentario
Hoy, la Iglesia —mediante la liturgia eucarística que
celebra al mártir romano san Lorenzo— nos recuerda que «existe un testimonio de
coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día,
incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios» (San Juan Pablo II).
La ley moral es santa e inviolable. Esta afirmación, ciertamente, contrasta con
el ambiente relativista que impera en nuestros días, donde con facilidad uno
adapta las exigencias éticas a su personal comodidad o a sus propias
debilidades. No encontraremos a nadie que nos diga: —Yo soy inmoral; —Yo soy
inconsciente; —Yo soy una persona sin verdad... Cualquiera que dijera eso se
descalificaría a sí mismo inmediatamente.
Pero la pregunta definitiva sería: ¿de qué moral, de qué conciencia y de qué
verdad estamos hablando? Es evidente que la paz y la sana convivencia sociales
no pueden basarse en una “moral a la carta”, donde cada uno tira por donde le
parece, sin tener en cuenta las inclinaciones y las aspiraciones que el Creador
ha dispuesto para nuestra naturaleza. Esta “moral”, lejos de conducirnos por
«caminos seguros» hacia las «verdes praderas» que el Buen Pastor desea para
nosotros (cf. Sal 23,1-3), nos abocaría irremediablemente a las arenas
movedizas del “relativismo moral”, donde absolutamente todo se puede pactar y
justificar.
Los mártires son testimonios inapelables de la santidad de la ley moral: hay
exigencias de amor básicas que no admiten nunca excepciones ni adaptaciones. De
hecho, «en la Nueva Alianza se encuentran numerosos testimonios de seguidores
de Cristo que (...) aceptaron las persecuciones y la muerte antes que hacer el
gesto idolátrico de quemar incienso ante la estatua del Emperador» (San Juan
Pablo II).
En el ambiente de la Roma del emperador Valeriano, el diácono «san Lorenzo amó
a Cristo en la vida, imitó a Cristo en la muerte» (San Agustín). Y, una vez
más, se ha cumplido que «el que odia su vida en este mundo, la guardará para
una vida eterna» (Jn 12,25). La memoria de san Lorenzo, afortunadamente para
nosotros, quedará perpetuamente como señal de que el seguimiento de Cristo
merece dar la vida, antes que admitir frívolas interpretaciones de su camino.
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Evangeli. net
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