¡Amor y paz!
Hoy, Sábado Santo, no meditamos un evangelio en
particular, puesto que es un día que carece de liturgia. Pero, con María, la
única que ha permanecido firme en la fe y en la esperanza después de la trágica
muerte de su Hijo, nos preparamos, en el silencio y en la oración, para
celebrar la fiesta de nuestra liberación en Cristo, que es el cumplimiento del
Evangelio.
La coincidencia temporal de los acontecimientos entre la muerte y la
resurrección del Señor y la fiesta judía anual de la Pascua, memorial de la
liberación de la esclavitud de Egipto, permite comprender el sentido liberador
de la cruz de Jesús, nuevo cordero pascual cuya sangre nos preserva de la
muerte.
Otra coincidencia en el tiempo, menos señalada pero sin embargo muy rica en
significado, es la que hay con la fiesta judía semanal del “Sabbat”. Ésta
empieza el viernes por la tarde, cuando la madre de familia enciende las luces
en cada casa judía, terminando el sábado por la tarde. Esto recuerda que
después del trabajo de la creación, después de haber hecho el mundo de la nada,
Dios descansó el séptimo día. Él ha querido que también el hombre descanse el
séptimo día, en acción de gracias por la belleza de la obra del Creador, y como
señal de la alianza de amor entre Dios e Israel, siendo Dios invocado en la
liturgia judía del Sabbat como el esposo de Israel. El Sabbat es el día en que
se invita a cada uno a acoger la paz de Dios, su “Shalom”.
De este modo, después del doloroso trabajo de la cruz, «retoque en que el
hombre es forjado de nuevo» según la expresión de Catalina de Siena, Jesús
entra en su descanso en el mismo momento en que se encienden las primeras luces
del Sabbat: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,3).
Ahora se ha terminado la obra de
la nueva creación: el hombre prisionero antaño de la nada del pecado se
convierte en una nueva criatura en Cristo. Una nueva alianza entre Dios y la
humanidad, que nada podrá jamás romper, acaba de ser sellada, ya que en
adelante toda infidelidad puede ser lavada en la sangre y en el agua que brotan
de la cruz.
La carta a los Hebreos dice: «Un descanso, el del séptimo día, queda para el
pueblo de Dios» (Heb 4,9). La fe en Cristo nos da acceso a ello. Que nuestro
verdadero descanso, nuestra paz profunda, no la de un solo día, sino para toda
la vida, sea una total esperanza en la infinita misericordia de Dios, según la
invitación del Salmo 16: «Mi carne descansará en la esperanza, pues tu no
entregarás mi alma al abismo».
Que con un corazón nuevo nos preparemos para celebrar en la alegría las bodas del Cordero y nos dejemos desposar plenamente por el amor de Dios manifestado en Cristo.
P. Jacques PHILIPPE (Cordes sur Ciel, Francia)
Evangeli. net
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