domingo, 21 de junio de 2020

¡No temáis!


¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, a la manera de la lectio divina, en este XII Domingo de Tiempo Ordinario, ciclo A.

Dios nos bendice...

Lectio Divina: 12º Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Lectio
Domingo, 21 de junio de 2020
Dar testimonio del Evangelio sin miedo
Mateo 10,26-33

1. ORACIÓN INICIAL

En la oscuridad de una noche sin estrellas,
la noche vacía de sentido
tú, Verbo de la Vida,
como relámpago en la tempestad del olvido,
has entrado en el límite de la duda,
al abrigo de los confines de la precariedad,
para esconder la luz.
Palabras hechas de silencio y de cotidianidad
tus palabras humanas, precursoras de los secretos del Altísimo:
como anzuelos lanzados en las aguas de la muerte
para encontrar al hombre, sumergido en su ansiosa locura,
y retenerlo preso, por el atrayente resplandor del perdón.
A Ti, Océano de Paz y sombra de la eterna Gloria, te doy gracias:
Mar en calma para mi orilla que espera la ola, ¡que yo te busque!
Y la amistad de los hermanos me proteja
cuando la tarde descienda sobre mi deseo de ti. Amén.

2. LECTURA

a) El texto:

26 «No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. 27 Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. 28 «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.29 ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. 30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. 31 No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. 32 «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; 33 pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos.

b) Momento de silencio:
Dejamos que la voz del Verbo resuene en nosotros.

3. MEDITACIÓN

a) Preguntas para la reflexión:

No hay nada encubierto que no deba ser descubierto: la verdad bajo los velos del silencio se extiende más que si se expone en las ávidas manos de los hombres sordos al soplo del Espíritu. La palabra de Dios que escuchas ¿dónde la colocas? ¿A merced de tus pensamientos aventureros o en el sagrario de tu acogida profunda?

Lo que os digo en la oscuridad decidlo a la luz: Cristo habla en las tinieblas, en el secreto del corazón. Para ofrecer sus palabras a la luz éstas deben pasar por tu pensamiento, dentro de tu sentir, en las entrañas antes de subir a los labios. Las palabras que habitualmente diriges a los otros ¿son palabras dichas en el secreto por Él o silabas de pensamientos que vienen al acaso?

Y no tened miedo de los que matan el cuerpo: ninguno, ni nadie podrá hacerte mal, si Dios está contigo. Podrán hacerte prisionero, pero no podrán quitarte la libertad y la dignidad porque son insustraibles por cualquiera. Miedos, temores, sospechas, ansias... pueden llegar a ser un recuerdo lejano. ¿Cuándo lo dejarás en la confianza que Dios no te abandona nunca y tiene cuidado de ti?

Dos pájaros ¿no se venden quizás por un as? Y sin embargo ninguno de ellos caerá a tierra sin que lo quiera mi Padre. La providencia de Dios puede asemejarse al destino, pero es otra cosa totalmente distinta. Los pájaros caen a tierra No es Dios quien los arroja a tierra, sino que cuando caen el Padre está allí. No es Dios quien manda la enfermedad, pero cuando el hombre se enferma, El Padre está allí con Él. Nuestras cosas le pertenecen. La soledad que a veces nos aprisiona no es abandono. ¿Volveremos alrededor la mirada para encontrar los ojos de Cristo que vive con nosotros aquel momento de desolación?

Quien me reconoce delante de los hombres, también yo lo reconoceré delante de mi Padre: Dar a Cristo el coraje de nuestra fe en Él... esta exigencia de vida en la que Dios no es un accesorio, sino el pan cotidiano y la carta identificadora, ¿por sí te interpela o todavía queda algún deseo oculto? También entre los jefes, dice Juan, muchos creyeron en Él, pero no lo reconocían abiertamente a causa de los fariseos, para no ser expulsados de la sinagoga. ¿Arriesgas tu nombre por Él?

b) Clave de lectura:

¡No temed! Es la palabra clave, que repetida tres veces, confiere unidad al pasaje. Probablemente es una unidad literaria que recoge cuatro dichos aislados. La fe exige como disposición de fondo el no temer. Los argumentos que surgen: proclamación pública del evangelio (vv. 26-27), la disponibilidad para afrontar el martirio sacrificando la vida física para llegar a la vida eterna (v. 28), imágenes de confianza en la providencia (vv. 29-31), la profesión valerosa de la fe en Cristo (vv. 32-33
 
Es de eficacia notable las contradicciones: velado / desvelado, escondido / conocido, tinieblas / luz, cuerpo / alma, reconocer / renegar...que evidencian las orillas de la vida evangélicamente vivida. Los velos del conocimiento se abren a la luz y sobre los techos del universo la palabra escuchada en el secreto corre. Todo el hombre está presente al corazón de Dios, y si las criaturas de la tierra destilan ternura, cuanto más la vida de una criatura–hijo.

v. 26. No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que está escondido, no está reservado a unos pocos, sino simplemente guardado en espera de ser manifestado. Hay un tiempo para tener escondido y hay un tiempo para manifestar, diría el Qoelet... saber guardar la verdad en el secreto de los días que pasan: esto es lo que forja la credibilidad de la manifestación. No se puede arrojar una semilla al aire, se guarda en el surco del corazón, se deja a sí misma mientras se transforma muriendo, se le sigue atentamente en su germinar a la luz, hasta que la espiga no esté madura y lista para la siega. Cada palabra de Dios pide pasar a través del surco de la propia historia para llevar a su tiempo fruto abundante.

v. 27. Lo que Yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz y lo que oís al oído proclamadlo desde los terrados. Jesús habla en el secreto, nosotros hablamos en la luz. Dios habla, nosotros escuchamos y nos convertimos en su boca para otros. Las tinieblas de la escucha, del poner dentro, de asimilar preceden a la aurora de todo anuncio. Y cuando desde los terrados se oiga la buena noticia los hombres se verán obligados a mirar a lo alto. Un tesoro de gloria contiene cada momento de escucha, es un momento de espera que prepara al nacimiento de la luz

v. 28. Y no temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; temed más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la Gehenna. Se puede tener miedo de aquéllos que pueden golpear lo que no es el hombre en su plenitud: quitar la vida terrena no equivale a morir. El único verdaderamente temible es Dios. Pero Dios también después de la muerte conserva la vida del hombre, por esto no hay que temer. Suceda lo que suceda Dios está con el hombre Y esta es una certeza que permite navegar entre las borrascas más devastadoras porque los tesoros del hombre están guardados por Dios, y de la mano de Dios ninguno puede quitar a los elegidos.

v. 29. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ninguno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. Dos pajarillos, un as. Un mínimo valor que sin embargo está en el pensamiento del Padre. Donde la vida palpita, allí está Dios, completamente. Este cuidado profundo encanta y consuela...e invita a poner oído a todo lo que vibra y lleva la imagen santa del Eterno esplendor. Dos pajarillos: dos pequeñísimas criaturas, de vida breve. El valor de las cosas no se viene por su grandeza o potencia, sino por aquello que anima a lo que es “cuerpo”. Por tanto, todo espacio habitado que acoge la impronta del Creador es lugar de encuentro con Él, testimonio de su atención.

v. 30. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. La preocupación de Dios por sus criaturas llega hasta contar los cabellos de nuestra cabeza ¡Es absurdo el Señor en su manera de amar! Cuando la desolación y el abandono se convierten en las palabras de hoy día, bastará contar cualquier cabello de nuestra cabeza recordar la presencia de Dios en nosotros. La protección del Padre celestial no faltará nunca a los discípulos de Jesús. El Misterio que todo lo abraza no puede desaparecer en aquéllos que han elegido el seguir a su Hijo, dejando la tierra de sus seguridades humanas.

v. 31. No temáis pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. Si Dios derrocha sus preocupaciones por dos pajarillos, cuanto más las tendrá por nosotros. De frente a esta imagen viva de la sensibilidad humana y religiosa de Cristo, desaparece el temor. Dios está a favor del hombre, no contra él. Y si calla, no es porque no se preocupe de nosotros, sino porque sus pensamientos sobre nosotros tienen prospectivas más grandes que traspasan los horizontes de la temporalidad terrena.

v. 32. Todo aquél que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Reconocerse. Cuando en una plaza llena, te encuentras entre rostros desconocidos, experimenta la sensación de extranjero. Pero apenas vislumbra un rostro familiar se te agranda el corazón y te abres camino hasta llegar a él. Este reconocerse permite manifestarte delante de los otros y de exponerte. Cristo entre la gente es el rostro familiar que debe ser reconocido como Maestro y Señor de nuestra vida. ¿Y qué temor se puede tener pensando que Él nos reconocerá delante del Padre en los cielos?

v. 33. Pero a quien me niegue delante de los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en el cielo. ¿Podemos pensar en un Jesús vengativo? No es un discurso de poca monta, sino un discurso que nace de un encuentro existencial. El que Cristo no podrá reconocer como algo propio a quien haya escogido todo menos a Él, es un discurso de fidelidad y de respeto a la libertad humana. Dios respeta la criatura al punto tal de no interferir ni en el espacio de su errar. El evangelio exige pertenencia, no palabras o hechos. ¡El corazón habita en el cielo, cuando Cristo es su aliento de vida.

4. ORACIÓN (Salmo 22,23-32)

Contaré tu fama a mis hermanos,
reunido en asamblea te alabaré:
«Los que estáis por el Señor, alabadlo,
estirpe de Jacob, respetadlo,
temedlo, estirpe de Israel.
Que no desprecia ni le da asco
la desgracia del desgraciado;
no le oculta su rostro,
le escucha cuando lo invoca».
Tú inspiras mi alabanza en plena asamblea,
cumpliré mis votos ante sus fieles.
Los pobres comerán, hartos quedarán,
los que buscan al Señor lo alabarán:
«¡Viva por siempre vuestro corazón!».
Se acordarán, volverán al Señor
todos los confines de la tierra;
se postrarán en su presencia
todas las familias de los pueblos.
Porque del Señor es el reino,
es quien gobierna a los pueblos.
Ante él se postrarán los que duermen en la tierra,
ante él se humillarán los que bajan al polvo.
Y para aquel que ya no viva
su descendencia le servirá:
hablará del Señor a la edad venidera,
contará su justicia al pueblo por nacer:
«Así actuó el Señor».

5. CONTEMPLACIÓN

Señor, entre los velos de lo recibido y no dado que yo pueda meditar y acoger todo de ti. No sea mi anunciarte un repetidor inconsciente, sino una palabra poseída en cuanto que vivida y largamente rumiada. Se desvele a mis sentidos la belleza de tu presencia, y en el misterio de tu donarte incesante descienda el velo del encuentro cerca de ti. El tesoro escondido por los siglos es ahora conocido y de las tinieblas se ha levantado una luz por los siglos. La aurora de un día sin ocaso, reluciendo sobre aquello que el amor ha creado y el pecado ha roto, haga de nuevo todas las cosas. Te reconoceré Dios mío delante de mis hermanos. porque será imposible para mí tener escondida la lámpara que tú has encendido en mi vida. ¿Quién me dará palabras que me creen y hagan de mi limite una definición maravillosa de lo que soy, yo, en particular, como ningún otro? Solo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna. Y yo las comeré y ofreceré a costa de ser devoradas con ellas. Me bastará sentirme un pajarillo para encontrar la esperanza cuando la tormenta me bañe, porque los ases que tu das por los pajarillos no se cuentan en tu alforja. Amén.

Orden de los Carmelitas

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