¡Amor y paz!
Los invito a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles
de la 3ª semana de Pascua, ciclo A.
Celebramos hoy a Santa Catalina de Siena, virgen y doctora
de la Iglesia, a quien pedimos interceda por nosotros.
Dios nos bendice...
Día
litúrgico: Miércoles III de Pascua
1ª Lectura (Hch 8,1-8): Aquel día, se desató
una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los
apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaría. Unos hombres piadosos enterraron
a Esteban e hicieron gran duelo por él. Saulo, por su parte, se ensañaba con la
Iglesia, penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres.
Los que habían sido dispersados iban de un lugar a otro anunciando la Buena
Nueva de la Palabra. Felipe bajó a la ciudad de Samaría y les predicaba a Cristo.
El gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque
habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos
poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y
lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Salmo responsorial: 65
R/. Aclamad al Señor,
tierra entera.
Aclamad
al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su
gloria. Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!».
«Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre». Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres.
Transformó el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Alegrémonos en él, que con su poder gobierna enteramente.
«Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre». Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres.
Transformó el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Alegrémonos en él, que con su poder gobierna enteramente.
Versículo antes del Evangelio (Jn 6,40): Aleluya. Todo el que
cree en el Hijo tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el último día, dice el
Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Jn 6,35-40): En aquel tiempo,
Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá
hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me
habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que
venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que
me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite
el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al
Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».
Comentario
«El
que venga a mí, no tendrá hambre»
Hoy
vemos cuánto le preocupan a Dios nuestro hambre y nuestra sed. ¿Cómo podríamos
continuar pensando que Dios es indiferente ante nuestros sufrimientos? Más aún,
demasiado frecuentemente "rehusamos creer" en el amor tierno que Dios
tiene por cada uno de nosotros. Escondiéndose a Sí mismo en la Eucaristía, Dios
muestra la increíble distancia que Él está dispuesto a recorrer para saciar
nuestra sed y nuestro hambre.
Pero, ¿de qué "sed" y qué "hambre" se trata? En definitiva, son el hambre y la sed de la "vida eterna". El hambre y la sed físicas son sólo un pálido reflejo de un profundo deseo que cada hombre tiene ante la vida divina que solamente Cristo puede alcanzarnos. «Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna» (Jn 6,39). ¿Y qué debemos hacer para obtener esta vida eterna tan deseada? ¿Algún hecho heroico o sobre-humano? ¡No!, es algo mucho más simple. Por eso, Jesús dice: «Al que venga a mí no lo echaré fuera» (Jn 6,37). Nosotros sólo tenemos que acudir a Él, ir a Él.
Estas palabras de Cristo nos estimulan a acercarnos a Él cada día en la Misa. ¡Es la cosa más sencilla en el mundo!: simplemente, asistir a la Misa; rezar y entonces recibir su Cuerpo. Cuando lo hacemos, no solamente poseemos esta nueva vida, sino que además la irradiamos sobre otros. El Papa Francisco, el entonces Cardenal Bergoglio, en una homilía del Corpus Christi, dijo: «Así como es lindo después de comulgar, pensar nuestra vida como una Misa prolongada en la que llevamos el fruto de la presencia del Señor al mundo de la familia, del barrio, del estudio y del trabajo, así también nos hace bien pensar nuestra vida cotidiana como preparación para la Eucaristía, en la que el Señor toma todo lo nuestro y lo ofrece al Padre».
Pero, ¿de qué "sed" y qué "hambre" se trata? En definitiva, son el hambre y la sed de la "vida eterna". El hambre y la sed físicas son sólo un pálido reflejo de un profundo deseo que cada hombre tiene ante la vida divina que solamente Cristo puede alcanzarnos. «Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna» (Jn 6,39). ¿Y qué debemos hacer para obtener esta vida eterna tan deseada? ¿Algún hecho heroico o sobre-humano? ¡No!, es algo mucho más simple. Por eso, Jesús dice: «Al que venga a mí no lo echaré fuera» (Jn 6,37). Nosotros sólo tenemos que acudir a Él, ir a Él.
Estas palabras de Cristo nos estimulan a acercarnos a Él cada día en la Misa. ¡Es la cosa más sencilla en el mundo!: simplemente, asistir a la Misa; rezar y entonces recibir su Cuerpo. Cuando lo hacemos, no solamente poseemos esta nueva vida, sino que además la irradiamos sobre otros. El Papa Francisco, el entonces Cardenal Bergoglio, en una homilía del Corpus Christi, dijo: «Así como es lindo después de comulgar, pensar nuestra vida como una Misa prolongada en la que llevamos el fruto de la presencia del Señor al mundo de la familia, del barrio, del estudio y del trabajo, así también nos hace bien pensar nuestra vida cotidiana como preparación para la Eucaristía, en la que el Señor toma todo lo nuestro y lo ofrece al Padre».
Fr.
Gavan JENNINGS
(Dublín, Irlanda)
(Dublín, Irlanda)
Evangeli.net
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