domingo, 8 de diciembre de 2019

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este domingo en que celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

Dios nos bendice...

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1.26-38):

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor

Comentario

Un día como hoy, en 1854, el Papa Pío IX declaró solemnemente el dogma de la
“Inmaculada Concepción” de María con estos términos: “La santísima Virgen María fue  preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano” (Carta apostólica “Ineffabilis Deus”).

Los latinoamericanos, como acostumbramos hacerlo, hemos aguardado este día desde anoche con las velas festivas y orantes encendidas. La aurora nos recibe resentándonos el rostro de la mujer más bella y pura que ha vivido en esta tierra. El misterio es profundo pero la puerta de entrada es sencilla: el rostro amable de María. De su personalidad emana sobre nosotros una luz nueva que renueva nuestras ganas de vivir, su presencia en nuestras vidas en este día nos trae esperanza y gozo espiritual.

El escenario del evangelio de hoy es la pequeña casa de María en Nazaret, la misma de sus padres Joaquín y Ana. Una casa de familia donde se vive la cotidianidad del trabajo y del amor. Este mismo espacio se convierte ahora en imagen del escenario de nuestra historia vista con los ojos del Dios que sólo quiere la salvación de la humanidad entera.

Nada mejor que las mismas palabras del Evangelio para comenzar a contemplar esta escena tantas veces comentada: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lucas 1,28). Por el saludo del Ángel comprendemos que la “Inmaculada” es el anuncio del triunfo de la “gracia”. Con la palabra “llena de gracia” (en griego “kejaritomene”), María hace su entrada en la Biblia. “Llena de gracia” será en última instancia el verdadero nombre de María, el que mejor describe su personalidad interior.

La palabra “gracia” (“jaris”) tiene en la Biblia el doble significado de “belleza” y de “favor de Dios”. María es la obra maestra del Dios creador: la suya es una belleza interior, humana, espiritual. Esto quiere decir que todos sus sentimientos, sus pensamientos, sus relaciones son bellas. Su personalidad presenta una gran armonía, una perfecta sintonía entre lo interior y lo exterior. Y esta obra de Dios realizada en María es la que quiere realizar por medio de su Hijo Jesús, el Salvador, en cada persona sin excepción.

Por eso en esta solemnidad decimos en voz alta, de manera más vibrante e intensa, este saludo que es al mismo tiempo una invocación, y que se repite diariamente miles y miles de veces en el mundo entero: “¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!”.

En el diálogo que sigue al saludo, en el momento propiamente dicho de la Anunciación, el Ángel repite la palabra “gracia”, “has hallado gracia delante de Dios” (1,30). Y le dice entonces de manera explícita en qué consiste la consideración que Dios ha tenido con ella: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús” (1,31).

Llega finalmente el instante cumbre en el cual el Ángel le desvela a María la fuente de la que brota esta plenitud de gracia: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios” (1,35).

Celebramos entonces la acción del Espíritu Santo, el Espíritu que hace “Santos”, en la persona de María. Con razón el Papa Pío IX, comentando el relato de la Anunciación el día de la proclamación del dogma, decía que “Con ese singular y solemne saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era sede de todas las gracias divinas y que estaba adornada de todos los carismas del divino Espíritu”. Decía además que María “era como un tesoro casi infinito de los mismos, y abismo inagotable”. 

Hoy en la solemnidad de la “Inmaculada Concepción”, nos aproximamos una vez más a este movimiento de “gracia” que en María es “completo” y para nosotros una tarea todavía por realizar. En un día como éste comprendemos, teniendo a María como espejo, la altísima vocación y dignidad para la cual hemos sido llamados por Aquel que “nos ha elegido en él (en Cristo) antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Efesios 1,4).

Profundizando la Palabra de Dios por boca del Ángel, “Tú eres llena de gracia”, y guiados por la liturgia festiva de esta solemnidad que desglosa las afirmaciones del dogma, dejémonos tomar de la mano y ser acompañados en un itinerario espiritual que nos permita buscar y encontrar algunos rasgos significativos de la plenitud de gracia y de santidad de María.

Dejémonos guiar por estas tres preguntas:
(1) ¿Qué quiere decir “Inmaculada Concepción”?
(2) ¿Por qué Dios quería que la Madre de su Hijo fuera “Inmaculada”?
(3) ¿Qué implica para nosotros?

1. ¿Qué quiere decir “Inmaculada Concepción”?

Afirmamos que María es “llena de gracia” desde el primer instante de su vida, desde la raíz de su existencia, desde su concepción en el vientre de su madre;
María fue generada “Inmaculada”. “Inmaculada” significa “sin mancha”, y en
este caso específico, “sin mancha de culpa original”. La implicación entonces es
doble: no sólo que no está en situación de pecado sino sobre todo que está en
amistad con Dios.

Esto quiere decir que para María la germinación de su vida humana coincidió con la germinación de la vida divina en ella. No ha habido en ella dos momentos distintos: primero su venida al mundo como simple criatura humana y después el ser inserta en la santidad de Dios con el don de la gracia. Sólo en la persona de María se ha dado este  sorprendente inicio a la vida.

Lo contrario lo constatamos en las palabras del Salmo “Miserere”: “Mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre” (51,7). Cada vez que nos encontramos, aún sin quererlo, con nuestra tendencia a la maldad, verificamos la verdad de estas palabras. Es la naturaleza humana: todos los seres humanos entramos en el mundo, no con la belleza deseada y querida por el amor de Dios, sino con la debilidad que arrastra la historia de nuestra estirpe, sea la que cargamos en nuestra genética personal como la que nos transmitimos masivamente unos a otros de generación en generación. Aún los niños más cándidos en el momento menos esperado nos sorprenden con un gesto de egoísmo, de capricho o de agresión, que no necesariamente han aprendido en las caricaturas de la televisión.

Con María no fue así. Ella es la única excepción que Dios --previendo lo que todos alcanzaríamos por la sangre derramada por aquel que nos amó de manera infinita-- quiso dejarnos como reflejo maravilloso de su grandiosa santidad en medio de una humanidad muchas veces corrompida por las fuerzas del pecado.

Bien decía de forma poética el filósofo Juan Bautista Vico:
“Yo, mísero hombre, suspirando clamo a ti,
Virgen Santa, Inmaculada y Pura…
El universal naufragio había absorbido a todas
las gentes dispersas por la tierra, en el pecado generadas:
Tú, entre todas la mujeres nacidas en el mundo,
obtuviste escampo de tan triste suerte”.

2. ¿Por qué Dios quería que la Madre de su Hijo fuera “Inmaculada”?

A María se le concedió la gracia de una maternidad única e irrepetible, la cual se realizó por la acción del Espíritu Santo que “descendió” sobre ella (ver 1,35). Así ella y solo ella se convirtió en la “Madre de Dios”: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús” (1,31).

Es en función de esta vocación y misión, prevista por el eterno designio de Dios, que María fue preservada de la mancha del pecado y colmada del Espíritu de Santidad de Dios desde el primer instante de su vida: María es constituida en “digna morada” del Hijo de Dios encarnado (oraci￳n colecta).

Como ya se dijo, el “no tener mancha” supone no solamente vencer el pecado sino sostener la amistad con Dios. Pues bien, en María se ve claramente el significado de este segundo aspecto. 

Esto nos permite percatarnos de un doble dinamismo espiritual por el cual la santidad va tomando forma en la vida de uno:

(1) Un dinamismo de purificación, es decir, una fuerza espiritual que anula nuestro pecado en cuanto distanciamiento de Dios y ruptura de la Alianza con Él. 
---Se rehace entre Dios y nosotros el vínculo de amor y fidelidad.

(2) Un dinamismo de comunión de vida y de amistad con Dios. 
---Se realiza en nosotros el proyecto original divino: la plena comunión con Él y con lo creado. Contemplando a la Inmaculada nos aproximamos entonces a aquella única e irrepetible comunión con el Señor que María experimentó en su maternidad divina. Pero Dios también ha pensado en nosotros, llamados a formar a Jesús en
nuestro corazón. Como bien enseñaban los Padres de la Iglesia San Agustín, San Ambrosio y otros.  San Ambrosio, por ejemplo, lo expresaba así:  
 
Bienaventurados vosotros lo que habéis oído y creído: toda persona que cree, concibe y general al Verbo de Dios… Hay una sola madre de Cristo según la carne; en cambio, según la fe, Cristo es el fruto de todos, porque toda persona recibe el Verbo de Dios, siempre que, inmaculada e inmune de vicios, custodie la castidad con pudor” (San Ambrosio, “In Lucas” II, 26).
 
Es así como la “Inmaculada” se convierte para nosotros en una fuerte invitación para que realicemos un camino cotidiano de conversión que vaya desprendiendo cada vez más nuestro corazón de toda forma de mal y lo haga siempre más apasionadamente amante del bien. 

Es un camino hacia una belleza siempre posible. Porque si por una parte es verdad que el mal es deformidad de la bella, por la otra el bien es armonía y gracia que hacen encantadora la existencia.

Ahora, si reconocemos que por un instinto de la naturaleza que no siempre sabemos explicar todos somos impulsados hacia la belleza humana, también hoy reconocemos a partir de lo que Dios hizo en María que con la fuerza de la gracia podemos enamorarnos y saciarnos de una belleza moral y espiritual superior, una belleza que no es de este nuestro pobre mundo, sino que es el reflejo de la belleza eterna de Dios.

Entonces es en función del Hijo de Dios y hombre perfecto que vendrá a este mundo a través de su carne, su sangre y su historia personal sin pecado, que a María le fue concedida la gracia de ser “Inmaculada”, pero, como podemos ver, es también por todos nosotros.

3. ¿Qué implica para nosotros?

La celebración de la “Inmaculada Concepción” no se puede quedar en el “recorderis” de un dogma y en la pura consideración de la rica doctrina que entraña. Ella apunta a situaciones concretas de nuestra vida en las cuales Dios nos quiere interpelar. 

Grandes valores propiamente “cristianos” emergen del misterio de María y nosotros los recibimos y nos los apropiamos mediante la contemplación de la hermosura de quien será la Madre del Hijo de Dios. 

3.1. Una manera distinta de aproximarnos a María: la Buena Noticia de la Santidad

Puesto que María fue “escogida” (ver la segunda lectura de hoy) como nuestro ejemplar, como un paradigma de belleza espiritual al cual referirnos, ella es para nosotros como un “espejo”, más exactamente un “espejo de santidad”.

No vemos en María una mujer cualquiera sino la “bendita entre todas las mujeres”, en la cual encontramos aquella fisonomía que Dios desde la eternidad pensó y quiso para cada uno de nosotros. Bien decía el ya citado Padre de la Iglesia:
“Qué puede haber de más alto en la madre de Dios o de más espléndido de Aquella que del mismo esplendor fue escogida? ¿O que puede haber de más casto que Aquel que generó sin mancha?” (Ambrosio, “De virginibus”,
II, 7).
A cada uno, mirándose en el espejo, que es la personalidad espiritual de María, le corresponderá discernir la modalidad específica por medio de la cual Dios quiere que alcance la santidad. Como decía una antigua invocación litúrgica:
Corremos detrás de ti, oh Virgen Inmaculada, fascinados por tu santidad”.

3.2. Librar sin temor el combate espiritual: La Buena Noticia de la Victoria

Cuando nos miramos en el “espejo” de María notamos enseguida una gran diferencia en nosotros: lo que María alcanz￳ por “gracia” desde el comienzo de su existencia nosotros lo alcanzamos como fruto de la victoria sobre nuestras contradicciones internas a lo largo de nuestra vida. 

Pero al fin y al cabo, también la “gracia” nos implica porque nuestra victoria no será distinta de la ya alcanzada por el Crucificado, vencedor definitivo del mal del mundo.

No podemos sustraernos a esta tarea. La vida es esa palestra de combate, donde a pesar de que nos abruman nuestras debilidades y contradicciones, salimos adelante animados por una victoria que ya se nos ha anunciado como nuestra. La imagen de aquella mujer del Génesis que pisa la cabeza de la serpiente –símbolo del mal en la historia– nos invita a no desistir en la lucha contra el pecado que tenemos que derrotar: 

Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Génesis 3,15).

3.3. El respeto por la vida desde sus orígenes: La Buena Noticia del valor prioritario de la Vida

Este singular conflicto lo podemos ver claramente en el campo de la vida y de la muerte, cuando éstos dependen de la decisión humana.

Es así como el misterio de María nos traslada también hoy al campo de la ética civil y de la moral cristiana, dándonos una pista para el discernimiento: la “Inmaculada” nos enseña que estamos llamados a respetar, a venerar y a amar toda vida humana desde su “concepción”.

Y si esta es nuestra actitud ante el instante sagrado de la germinación de la vida, ¿cuánto más se podría esperar del respeto total y de la promoción de la vida que nos compete a lo largo de todas las etapas de nuestro crecimiento hasta la muerte?

La “Inmaculada Concepción” es un anuncio profético de la Buena Noticia de la Vida, que es al mismo tiempo una verdad y un derecho. Un creyente en Cristo siempre se preocupará por defender la Vida y estará atento para que no se impongan otros intereses privados, políticos o económicos que atenten contra ella; ni siquiera lo será nuestra pretendida autonomía personal para hacer lo que queramos.  Fue en ese sentido que el Concilio Vaticano II se pronunció fuertemente hace cuarenta años: 

En realidad, Dios, Señor de la vida, confió a los hombres el altísimo
ministerio de proteger la vida, que se ha de cumplir en manera digna del hombre. La vida, por consiguiente, ya desde su misma concepción, se ha de defender con sumo cuidado” (“Gozos y Esperanzas”, 51).

La “Inmaculada Concepción” nos enseña en primera persona que para Dios el ser humano, por el hecho de haber sido concebido para la vida, ya es una persona, vulnerable a todos los males. Por tanto, como Dios hizo con María, habrá que protegerla.

3.4. Un nuevo criterio en las relaciones: La Buena Noticia de la Gratuidad

Para un mundo en el que muchas veces priman la contraprestaci￳n, “yo te doy pero si tú me das”, donde lo econ￳mico es criterio para hacer alianzas o destruir relaciones, la palabra “gracia” –que en María es un sello que la identifica– introduce una profética novedad.

La “Inmaculada Concepción” anuncia la absoluta gratuidad del amor de Dios. Su Alianza con nosotros no depende de lo que le damos sino de su extraordinaria fidelidad. Por lo tanto es otro valor el que fundamenta la relación.

Es un mutuo llamado y un mutuo consentimiento el que edifica el amor. La valoración mutua y la muta entrega, es la fuerza que lo impulsa. Nadie se aprovecha de nadie ni tampoco luchan por imponerse sus intereses: ambos se dan  a sí mismos mediante su “sí” y se acogen con un gran respeto.

Pero antes del “sí” consciente de la entrega hay un amor primero que prende la llama de amor.  María fue “llena de gracia”, o sea infinitamente amada, desde sus orígenes y por tanto antes de que pudiera tener su voluntad personal para dar su consentimiento libre.

Cuando María pronuncia su “sí” gozoso de amor, su “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38), se completa el arco que había comenzado a elevarse en la iniciativa de Dios “Tú eres llena de gracia” (1,28). La entrega gratuita de María fue provocada por el don de la gracia que le había concedido el Señor. 

La “Inmaculada” nos ense￱ña que la venida de Dios a nuestra vida no es una amenaza contra nuestra libertad personal. ¡Todo lo contrario!  La verdadera libertad es siempre una fuerza de amor y no una pretensión. Uno se siente más vivo cuando se da a sí mismo, cuando se abandona totalmente, cuando todo lo que uno hace se convierte en consagración plena y gozosa, en la alabanza y 
glorificación de Dios.

Esto interroga cómo es nuestra relación con Dios. A veces la oración no es un encuentro feliz de amor sino una negociación con él para que nos vaya mejor en lo que nos preocupa. Es verdad que a veces se tienden a trasladar las relaciones comerciales que mueven la sociedad a la relación con Dios. Con María aprendemos que el amor de Dios no está condicionado por el nuestro: su amor se nos anticipa, es más grande y supera el nuestro. Y nosotros lo recibimos con sencillez y sin pretensiones, como lo hizo María, para que sea exaltada la misericordia del Todopoderoso (ver Lc 1,49). 

No es por nuestros méritos que Dios nos quiere sino por lo que somos. ¿Qué implica esto para nosotros hoy cuando en nuestra sociedad tendemos a marginar al que no produce, al enfermo, al anciano, al que no nos reporta económicamente?

3.5. Un nuevo parámetro de belleza: La Buena Noticia de la Integralidad de la Vida

Hemos dicho que la palabra “gracia” está asociada con “belleza” y que ésta es la celebración de la belleza de María, que es la belleza de la santidad.

A propósito los artistas orientales y occidentales se han preocupado por retratarla como la mujer más bella siguiendo en cada momento de la historia los parámetros de belleza que les impone la cultura. Son inolvidables, por ejemplo, las “Inmaculadas” de Murillo que tanto han incidido en la imagen que tenemos de María en el arte latinoamericano desde la Colonia.

Pero la “Inmaculada Concepci￳n” nos está diciendo que la verdadera belleza es la que es reflejo de una más profunda y auténtica que proviene de dentro.

Esto interpela nuestras modas culturales, alentadas por las “top models”, donde la belleza femenina y masculina parece querer reducirse al llamado “sex-appeal”, a la sensualidad. Esto impone comportamientos y búsquedas en los que la belleza tiende a quedarse al nivel de la epidermis, no importando si las
personas están o no por dentro en armonía consigo mismas. El ideal de belleza se ha empobrecido mucho. 

María nos invita a rescatar la belleza, a desearla y a buscarla. Como la suya, no se trata de una belleza de fachada, reducida a lo externo, sino que proviene de lo interior, de un corazón puro y generoso. Un discípulo de Jesús no rechaza el cuerpo, porque la suya es una espiritualidad de la “encarnaci￳n”; lo que sí tiene
claro es que no tiene sentido limitarlo a un objeto de consumo, sino que hace de esta profunda unidad significada en el cuerpo una mediación que comunica un lenguaje de amor auténtico para los hermanos. Quien es así, no importa lo que nos digan las imágenes publicitarias, siempre será una persona bella.

Hoy, con la Iglesia, nos atrevemos a exaltar la belleza haciendo nuestro el himno litúrgico: 
 
Tú eres toda hermosa,
¡oh Madre del Señor!;
Tú eres de Dios la gloria,
la obra de su amor 
En fin…

La celebración no se agota en la misma persona de María sino que se vierte sobre nosotros. Como lo hemos visto, esta solemnidad está cargada de una fascinación espiritual y de una gran consolación que desata en nosotros algunas responsabilidades precisas de comportamiento y de vida. 

Lo más bello de todo es saber que María no es solamente una propuesta de vida sino una persona viva que está aquí a nuestro lado como madre, siempre pronta para ayudarnos y sostenernos en nuestro camino de gracia y de fe, en el que junto con ella trazamos el arco espiritual que configura nuestra existencia, el que va desde el “llena de gracia” hasta el “hágase en mí según tu Palabra”.

Terminemos dirigiéndonos a María, en este maravilloso día, con las palabras del poeta Paul Claudel:

“Estar contigo, María, donde tú estás.
Sin decir nada, nada, contemplando tu rostro,
dejando al corazón cantar su propia lengua,
cantar no más porque se tiene el corazón más lleno,
como el mirlo que sigue su idea en coplas repentinas.
Porque Tú eres hermosa, porque eres inmaculada,
la mujer de la Gracia al fin restituida.
La criatura en su bien primero y en su plenitud final,
tal como salió de Dios la mañana de su esplendor original.
Intacta infaliblemente porque eres la Madre de Jesús,
que es la verdad en tus brazos, y la esperanza y el fruto.
Porque eres la mujer, el Edén de la ternura olvidada,
cuya mirada halla al punto el corazón y hace saltar las lágrimas acumuladas.
(...) Porque Tú estás ahí para siempre, simplemente porque Tú eres María,
Simplemente porque existes tú.
Madre de Jesucristo, muchas gracias!”.
(De “La Virgen al Mediodía”)

Padre Fidel Oñoro CJM

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