domingo, 24 de noviembre de 2019

INRI: una burla que pasó a ser profesión de fe

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este Domingo 34, último del Tiempo Ordinario, en que celebramos la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Ciclo C.

Dios nos bendice...

Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel (5,1-3):

En aquellos días, todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebron y le dijeron:
«Hueso tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho: “Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”».
Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.

Palabra de Dios

Salmo
Sal 121,1-2.4-5

R/.
 Vamos alegres a la casa del Señor.

V/. Qué alegría cuando me dijeron:
¡«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.

V/. Allá suben las tribus, las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,12-20):

Hermanos:
Demos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque en él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles.
Tronos y Dominaciones,
Principados y Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo,
y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (23,35-43):

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Palabra del Señor

Comentario


La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, instituida en 1925 por el papa Pío XI y programada después del Concilio Vaticano II (1962-1965) para el último domingo del año litúrgico, antes de comenzar el tiempo del Adviento en el que nos prepararnos para la Navidad. Reflexionemos sobre el significado de este título con el que reconocemos a Jesús, a la luz del texto anteriormente leído del Evangelio según san Lucas, y teniendo en cuenta las demás lecturas bíblicas de este domingo: 2 Samuel 5, 1-3; Salmo 122 (121), 1-2. 4-5; Colosenses 1, 12-20.
1. El reino de Cristo no es un reino de este mundo
En sus primeros siglos el cristianismo representó la majestad del “Christos Pantokrator” (Cristo Todopoderoso), con imágenes del Señor resucitado. Sin embargo, el Evangelio de hoy nos presenta a Jesucristo no sentado en un trono, sino clavado en una cruz en medio de dos malhechores. Y es precisamente a este mismo Jesús crucificado a quien reconocemos como Señor Rey del universo.
En las democracias modernas ha desaparecido la realeza o se mantiene sólo como símbolo de identidad nacional. Y aunque en la historia ha habido monarcas justos, muchos han sido tiranos. Hoy, aun en países llamados democráticos, existen también gobernantes que pretenden ser amos absolutos y se han convertido en dictadores déspotas y totalitarios. El reino de Cristo se opone a esta concepción del poder propia de los imperios de este mundo. Los creyentes en Cristo reconocemos que su reino tiene como fundamento no el poder que domina a base de fuerza y terror, sino el amor de Dios que asumió nuestra condición humana en la persona de Jesús, quien siendo inocente de toda culpa derramó hasta la última gota de su sangre por haber proclamado su solidaridad con las víctimas de los poderes opresores, con los marginados y excluidos por la injusticia social, que es la primera de todas las violencias.
2. En Cristo crucificado recocemos al Mesías anunciado por los profetas
La unción de David como rey de Israel en el siglo X antes de Cristo, evocada en la primera lectura (2 Samuel 5, 1-3), significó en su momento la esperanza del paso de la tiranía del rey Saúl a un reino de justicia y de paz. Sin embargo, tanto David como su hijo Salomón, en los momentos negativos de sus gobiernos, y casi todos los reyes posteriores, traicionaron esa esperanza al engolosinarse con el poder y convertirse en tiranos. Por eso fue surgiendo la promesa de un futuro Mesías, palabra de origen hebreo que significa lo mismo que el término griego Cristos, que quiere decir Ungido, y como tal consagrado por Dios para la misión de regir a su pueblo. Los profetas bíblicos del Antiguo Testamento anunciaron a un Mesías que sería consagrado no con la unción material de aceite de oliva en su cabeza, sino con la del Espíritu Santo, para instaurar el reino de Dios. Nosotros reconocemos a Jesús de Nazaret como ese Mesías en quien se cumplen las profecías, y por eso lo llamamos Cristo y proclamamos su realeza universal, no como un reinado político y pasajero, sino como el reino espiritual y eterno de Dios en persona.
Este es el contenido central de la buena noticia que él nos comunica desde el inicio de su predicación, cuando dice que “el reino de Dios está cerca”: el reino del amor, la justicia y la paz. A este Mesías, a este Cristo, a este ungido y consagrado por Dios para establecer y hacer efectivo el reinado de Dios, el Evangelio nos lo presenta hoy crucificado. Para los asesinos de Jesús fue una burla la inscripción puesta sobre la cruz en hebreo, griego y latín, que posteriormente sería evocada en los crucifijos con las iniciales latinas INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum: Jesús Nazareno Rey de los Judíos). Pero para quienes creemos en Él como el Salvador de la humanidad, resucitado a una vida nueva y eterna, su título de Rey significa que lo reconocemos como Señor, no sólo de un pueblo particular, sino de la humanidad entera y de todo el universo.
3. Dios Padre “nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido”
San Pablo en la segunda lectura (Carta a los Colosenses 1, 12-20) expresa su agradecimiento a Dios Padre por habernos trasladado del dominio de las tinieblas al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención. Esta acción salvadora de Dios Padre implica de nuestra parte una respuesta comprometida a la invitación que Él mismo nos hace a ser partícipes de su reino. que es el reino de Cristo mismo.
En primer lugar, reconociendo humildemente nuestra necesidad de ser liberados por Él, como el ladrón arrepentido. En segundo lugar, procurando vivir todos unidos en esta comunidad de fe que llamamos la Iglesia, que, como nos dice San Pablo, es el cuerpo de Cristo, del cual Él mismo es la cabeza. Finalmente, poniendo en práctica en nuestro comportamiento cotidiano lo que decimos en el Padrenuestro: venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Es decir, disponiéndonos espiritualmente a abrirle espacio en nuestra existencia para que Él reine en nuestra vida, lo cual implica situarnos en la onda de su voluntad, que es precisamente el reinado del amor, la justicia y la paz.
El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
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