Los invito,
hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este Domingo XXV del Tiempo
Ordinario, Ciclo C.
Dios nos
bendice...
Lectio Divina: 25º Domingo del tiempo ordinario (C)
Lectio
Domingo, 22 Septiembre
, 2019
La
parábola del administrador infiel
La
fidelidad a Dios como único Señor
Lucas
16, 1-13
1. Oración inicial
Señor,
Padre mío, hoy coloco delante de ti mi debilidad, mi vergüenza, mi lejanía; no
escondo mi deshonestidad e infidelidad, porque tú todo lo conoces y lo ves,
hasta el fondo, con los ojos de tu amor y de tu compasión. Te ruego, buen
médico, derrama sobre mi herida el ungüento de tu Palabra, de tu voz que me
habla, me llama y me amaestra. No me quites tu don, que es el Espíritu Santo:
deja que sople sobre mí, como aliento de vida, de los cuatro vientos; que me
cubra como lengua de fuego y que me inunde como agua de salvación; envíalo para
mí de tus cielos santos, como columna de verdad, que me anuncie también para
hoy, que tú eres y me esperas, me tomas de nuevo contigo, después de todo, como
al primer día, cuando tú me plasmaste, me creaste y me llamaste.
2. Lectura
a)
Para colocar el pasaje en su contexto:
Esta perícopa
evangélica pertenece a la gran sección del relato de Lucas que comprende todo
el largo viaje de Jesús hacia Jerusalén; se abre con Lucas 9, 51 para terminar
en Lucas 19, 27. Esta sección, a su vez, está subdividida en tres partes, casi
tres etapas del viaje de Jesús, cada una de la cuales se introduce con una
anotación casi de repetición: “Jesús se dirigió decididamente hacia Jerusalén”
(9, 51); “Pasaba por ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia
Jerusalén” (13,22); “Durante el viaje hacia Jerusalén, Jesús atravesó la
Samaría y la Galilea” ( 17,11); para llegar a la conclusión del 19,28: “Dichas
estas cosas Jesús siguió adelante subiendo hacia Jerusalén”, cuando Jesús entra
en la Ciudad.
Nos encontramos en la
segunda parte, que va desde 13, 22 a 17,10 y que se compone de diversas
enseñanzas, que Jesús ofrece a sus interlocutores: la gente, los fariseos, los
escribas, los discípulos. En esta unidad, Jesús está dialogando con sus
discípulos y les propone una parábola, para indicar cual debe ser el correcto
uso de los bienes de este mundo y cómo debe ser la administración concreta de
la propia vida, sumergida en una relación filial con Dios. Siguen tres
aplicaciones secundarias de la misma parábola en situaciones diversas, que
ayudan al discípulo a dejar espacio a la vida nueva en el Espíritu, que el
Padre ofrece.
b)
Para ayudar a la lectura del pasaje:
vv. 1-8: Jesús
expone la parábola del administrador sabio y sagaz: un hombre, acusado por su
excesiva avidez, de alguna manera ya insostenible, se encuentra en un momento
decisivo y difícil de su vida, pero consigue utilizar todos sus recursos humanos
para convertir en bien su clamoroso fallo. Como este hijo del mundo ha sabido
discernir sus intereses, así también lo hijos de la luz deben aprender a
discernir la voluntad de amor y de don del Padre a ellos para vivir como Él.
v.9: Jesús quiere
hacer comprender que también la riqueza deshonesta e injusta, que es la de este
mundo, si se utiliza para el bien, en el don , conduce a la salvación.
vv. 10-12: Jesús
explica que los bienes de este mundo no están condenados, sino que hay que
estimarlos por el valor que tienen. Se llaman “mínimos”, son “el poco” de
nuestra vida, pero estamos llamados a administrarlos con fidelidad y atención,
porque son medios para entrar en comunión con los hermanos y por tanto con el
Padre.
v. 13: Jesús
ofrece una enseñanza fundamental: hay un sólo y único fin en nuestra vida y es
Dios, el Señor. Buscar y servir otra cualquier realidad significa convertirse
en esclavos, atarse a engaños y morir ya desde ahora.
c) El
texto:
1 Decía también a sus
discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron
ante él de malbaratar su hacienda. 2 Le llamó y le dijo: `¿Qué oigo decir de
ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no seguirás en el cargo.' 3 Se
dijo entre sí el administrador: `¿Qué haré ahora que mi señor me quita la
administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. 4 Ya sé lo que voy
a hacer, para que cuando sea destituido del cargo me reciban en sus
casas.'
5 «Y llamando uno por
uno a los deudores de su señor, dijo al primero: `¿Cuánto debes a mi señor?' 6
Respondió: `Cien medidas de aceite.' Él le dijo: `Toma tu recibo, siéntate en
seguida y escribe cincuenta.' 7 Después dijo a otro: `Tú, ¿cuánto debes?' Contestó:
`Cien cargas de trigo.' Dícele: `Toma tu recibo y escribe ochenta.'
8 «El señor alabó al
administrador injusto porque había obrado con sagacidad, pues los hijos de este
mundo son más sagaces con los de su clase que los hijos de la luz.
9 «Yo os digo: Haceos
amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en
las eternas moradas. 10 El que es fiel en lo insignificante, lo es también en
lo importante; y el que es injusto en lo insignificante, también lo es en lo
importante. 11 Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os
confiará lo verdadero? 12 Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará
lo vuestro?
13 «Ningún criado
puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se
dedicará a uno y desdeñará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero.»
3. Un momento de
silencio orante
Acojo el silencio de
este momento, de este tiempo sagrado del encuentro con Él. Yo, pobre, sin
dinero, sin posesiones, sin casa y sin fuerza propia, porque nada viene de mí,
sino que toda cosa me la da Él, me dejo alcanzar de su riqueza de compasión y
de misericordia.
4. Algunas preguntas
a) Como todo
cristiano, también yo soy “un administrador” del Señor. El Hombre rico de
nuestra existencia, el Único que posee bienes y riquezas. ¿Qué es lo que rige
mi pensamiento y por consiguiente, mis elecciones, mis acciones de cada día y
mis relaciones?
b) La vida, los
bienes, los dones que mi Padre me ha dado, estas infinitas riquezas, que valen
más que nada en el mundo: ¿las estoy malgastando, tirando como perlas a los
puercos?
c) El
administrador infiel, pero sabio, sagaz, de improviso cambia de vida, cambia
las relaciones, medidas, pensamientos. Hoy es un nuevo día, es el principio de
una nueva vida, dirigida por la lógica del perdón, de la distribución: ¿sé que
la verdadera sabiduría está escondida en la misericordia?
d) “O amará al
uno, o amará al otro...” ¿De quién quiero ser siervo? ¿En casa de quién quiero
vivir? ¿Junto a quién quiero vivir mi vida?
5. Una clave de
lectura
* ¿Quién es el
administrador del Señor?
En la parábola de
Lucas se repite por siete veces el término “administrador” o administración”,
que viene a ser así la palabra clave del pasaje y del mensaje que el Señor
quiere dejarme. Trato ahora de buscar en las Escrituras algunas huellas, o una
luz que me ayude a entender mejor y a verificar mi vida, mi administración que
el Señor me ha confiado.
En el Antiguo
Testamento se encuentra varias veces esta realidad, sobre todo referida a las
riquezas de los reyes o a las riquezas de las ciudades o imperios: en los
libros de las Crónicas (o Paralipómenos), por ejemplo, se habla de
administradores del rey David (1 Cr 27,31; 28,1) y así también en los libros de
Ester (3,9), Daniel (2,49; 6,4) y Tobías (1,22) encuentro administradores de
reyes y príncipes. Es una administración del todo mundana, ligada a las
posesiones, al dinero, a la riqueza, al poder; o sea, ligada a una realidad
negativa, como la acumulación, la usurpación, la violencia. Es, en resumen, una
administración que acaba, caduca y engañosa, aun cuando se reconozca que ella
sea, en cierta medida, necesaria para el desarrollo de la sociedad.
El Nuevo Testamento,
al contrario, me introduce de pronto en una dimensión diversa, más elevada,
porque mira a las cosas del espíritu, del alma, cosas que no terminan, que no
se cambian con el mudar de los tiempos y de las personas. San Pablo dice: “Cada
uno se considere como ministro de Cristo y administrador de los misterios
de Dios. Ahora bien, lo que se requiere en los administradores es que cada uno
resulte fiel” (1 Cor 4, 1s) y Pedro: “Cada uno viva según la gracia recibida,
poniéndola al servicio de los otros, como buenos administradores de la
multiforme gracia de Dios” (1 Pt 4,10). Por tanto comprendo que yo soy un
administrador de los misterios y de la gracia de Dios, a través del instrumento
pobre y miserable que es mi misma vida; en ella yo estoy llamado a
ser fiel y bueno. Pero este adjetivo “bueno” es igual al
que Juan usa refiriéndose al pastor, a Jesús: kalós, a
saber, bello y bueno. Y ¿por qué? Simplemente porque ofrece su
vida al Padre por las ovejas. Esta es la única verdadera administración que se
me confía en este mundo, para el mundo futuro.
* Qué cosa es la
sagacidad del administrador del Señor?
El pasaje dice que el
dueño alaba a su mayordomo injusto, porque había obrado con “sagacidad” y
repite el término, “sagaz”, varias veces. Quizás una traducción más correcta
podría ser “sapiente”, o sea “sabio” o “prudente”. Es una sabiduría que nace de
un pensar atento, profundo, de la reflexión, del estudio y de la aplicación de
la mente, de los afectos a algo que interesa grandemente. Como adjetivo este
vocablo se encuentra en Mt. 7, 24, donde se nos muestra la verdadera sabiduría
del hombre que construye la casa sobre la roca y no sobre la arena, o sea, del
hombre que fundamenta su existencia sobre la Palabra del Señor y también en Mt
25, donde sabias son las vírgenes que tienen consigo las lámparas y el aceite,
de modo que no puedan ser sorprendidas por las tinieblas, sino que saben
esperar siempre con amor invencible, incorruptible, el regreso del Señor. Por
tanto, este administrador es sabio y prudente, no porque se tome a broma a los
otros, sino porque ha sabido regular su vida y transformarla sobre la medida y
la forma de vida de su Señor: ha puesto todo el empeño de su ser, mente,
corazón, voluntad y deseo de imitar a aquel a quien servía.
* La infidelidad
(deshonestidad) y la injusticia
Otra palabra repetida
muchas veces es “injusto” = “deshonesto” . Al administrador se le llama injusto
y también a la riqueza. La deshonestidad es una característica que puede atacar
al ser, en las grandes cosas, en lo mucho, pero también en las pequeñas, en lo
poco. El texto griego no usa propiamente el término “injusto”, sino que dice
“administrador de la injusticia”, “riqueza de la injusticia” e “injusto en lo
mínimo”, “injusto en lo mucho”. La injusticia es una mala distribución, no
igual, no equilibrada, en ella falta la armonía, falta un centro que atraiga
hacia sí toda la energía, todo cuidado o intento; crea fracturas, heridas,
dolor sobre dolor, acumulación por una parte y carencia por otra. Todos
nosotros nos hemos topado en cierto modo con la realidad de la injusticia,
porque es algo que pertenece a este mundo. Y nos hemos visto arrastrado por una
y otra parte, perdemos la armonía, el equilibrio, la belleza; así es, no
podemos negarlo. La palabra del Evangelio condena esta desarmonía tan fuerte
que es el acumular, el mirar sólo para sí, el aumentar cada vez más, el tener y
nos muestra el camino de curación que es el don, el compartir, el dar con
corazón abierto, con misericordia. Como hace el Padre con nosotros, sin
cansarse, sin desfallecer.
* Y la mammona ¿qué
es?
La palabra mammona
aparece, en toda la Biblia, sólo en este capítulo de Lucas (vv. 9.11 y 13) y en
Mt 6,24. Es un vocablo semítico que corresponde a “riqueza”, “posesiones”,
“ganancias”, pero que se convierte en casi la personificación del dios-dinero,
a quien los hombres sirven como locos, esclavos de “ aquella avaricia
insaciable, que es la idolatría” (Col 3, 5). Aquí todo está claro, está pleno
de luz. Sé bien, ahora, cual es la pregunta que me queda, después del encuentro
con esta Palabra del Señor: “¿A quién quiero servir yo? La respuesta es una
sola, única, precisa...Retengo en mi corazón este verbo estupendo, maravilloso
y dulce, el verbo “servir” y lo rumío, extrayendo toda la substancia de la
verdad que lleva consigo. Me vuelven a la mente las palabras de Josué al
pueblo: “Si os disgusta servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir”
(Jos 24, 15).
Sé que soy injusto,
que soy un administrador infiel, sé que no tengo nada, pero hoy yo escojo, con
todo lo que soy, servir al Señor (cf. Act 20, 19; 1 Tes 1, 9; Gál 1, 10; Rom
12,11).
6. Un momento de
oración. Salmo 69
Reflexión sapiencial
sobre el corazón,
que encuentra su
riqueza en la presencia de Dios.
Rit. Dichosos los
pobres en el espíritu,
porque de ellos es el
reino de los cielos.
¡Oíd esto, pueblos
todos,
escuchad, habitantes
del mundo,
lo mismo plebeyos que
notables,
ricos y pobres a la
vez!
Mi boca va a hablar
sabiduría,
mi corazón meditará
cordura;
prestaré oído al
proverbio,
expondré mi enigma con
la cítara. Rit.
¿Por qué he de temer
los malos tiempos,
cuando me cercan
maliciosos los que me hostigan,
los que ponen su
confianza en su fortuna
y se glorían de su
enorme riqueza?
No puede un hombre
redimirse
ni pagar a Dios por su
rescate,
(es muy caro el precio
de su vida,
y nunca tendrá
suficiente)
para vivir eternamente
sin tener que ver la
fosa. Rit.
Puede ver, sin duda,
morir a los sabios,
lo mismo que perecen
necios y estúpidos,
y acabar dejando a
otros sus riquezas.
Sus tumbas son sus
casas eternas,
sus moradas de edad en
edad,
¡y habían dado su
nombre a países!
El hombre opulento no
entiende,
a las bestias mudas se
parece.
Así andan ellos,
seguros de sí mismos,
y llegan al final,
contentos de su suerte. Rit.
No temas si alguien se
enriquece,
cuando crece el boato
de su casa.
Que, al morir, nada ha
de llevarse,
no bajará su boato con
él.
Aunque en vida se daba
parabienes
(¡te alaban cuando
todo te va bien!),
irá a unirse a sus
antepasados,
que no volverán a ver
la luz. Rit.
“Dios quiere un amor
gratuito, o sea un amor puro.... Dios llena los corazones, no los cofres. ¿Para
qué te sirven las richezas si tu corazón está vacío?” (S. Agustín)
7. Oración final
Señor, gracias por
este tiempo pasado contigo, escuchando tu voz que me hablaba con amor y
misericordia infinita; siento que mi vida está sana, sólo cuando permanezco
contigo, en ti, cuando me dejo recoger por ti. Tú has cogido entre tus manos mi
avaricia, que me vuelve seco y árido, que me encierra y me deja triste y solo;
has escuchado mi avidez insaciable, que me llena de vacío y de dolor; has
aceptado y tomado sobre ti mi ambigüedad e infidelidad, mi cojear, cansado e
indeciso...Señor, ¡soy feliz cuando me abro a ti y te muestro todas mis
heridas! Gracias por el bálsamo de tus palabras y de tus silencios Gracias por
el soplo de tu Espíritu, que envía fuera el hálito del mal, del enemigo.
Señor, yo he robado,
lo sé, me he quedado con lo que no era mío, lo he escondido, lo he malgastado,
desde hoy quiero empezar a restituir, quiero vivir mi vida como un don siempre
multiplicado y compartido con los demás. Mi vida es poca cosa, pero en tus manos
se convertirá en barriles de aceite, medidas de grano, consolación y alimento
para mis hermanos y mis hermanas.
Señor, no tengo más
palabras delante de tu amor tan grande y desbordante, pero hago sólo una cosa:
abro las puertas de mi corazón, y con una sonrisa, acogeré a todos aquellos que
tú me envíes. (Act 28,30).
Orden de los Carmelitas
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