domingo, 9 de junio de 2019

El Espíritu Santo anima, une en comunidad y hace posible la comunicación


¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, en este Domingo en que celebramos la solemnidad de Pentecostés, Ciclo C.

Dios nos bendice...

Hechos 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban.
Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente sorprendidos, preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en la propia lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oye hablar de las maravillas de Dios en la propia lengua”.

Comentario

Pentecostés, que en griego significa día número 50, era el nombre de una antigua fiesta agrícola anual en la región habitada por los hebreos, con motivo de la cosecha del trigo y la cebada. Se llamaba también fiesta de las Siete Semanas. Los judíos le dieron un significado histórico al conmemorar en ella la promulgación de la Ley de Dios en el monte Sinaí, 50 días después del acontecimiento de la Pascua con el que habían sido liberados de la esclavitud en Egipto. 

Para quienes creemos en Jesucristo, Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta que, 50 días después de la Pascua, los discípulos a quienes el Señor había llamado sus “apóstoles” o enviados, reunidos en oración junto con María, la madre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo prometido para realizar la misión de proclamar la Buena Noticia de una nueva Ley -la ley del amor universal-, ya no sólo para un pueblo particular, sino para toda la humanidad. Este domingo los ornamentos son rojos, simbolizando el fuego del Espíritu Santo.

1. El Espíritu Santo es el aliento vivificador de Dios

Los relatos bíblicos de la creación dicen que “la Ruah de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis1,2) y que el Señor “formó al hombre de la tierra, sopló y le dio vida” (Génesis 2,7). La palabra hebrea ruah, de género femenino, significa viento, aliento, soplo. En los Hechos de los Apóstoles se habla de un viento fuerte, en el Salmo 104 del aliento de Dios dador de vida, y el Evangelio nos cuenta que Jesús sopló sobre sus discípulos y les dijo “reciban el Espíritu Santo” (Juan 20,19-23).

El lenguaje bíblico emplea varios signos para referirse al Espíritu Santo:
- El fuego simboliza la energía divina que transforma, dinamiza, da luz y calor.
- El agua, signo de vida, expresa el nuevo nacimiento realizado en el Bautismo.
- El óleo o aceite de oliva, significa fortaleza y se emplea en los sacramentos del Bautismo, la
Confirmación, el Orden y la Unción de los Enfermos.
- El viento representa el aliento creador y renovador de Dios (Gén 1,2; 8,11).
- La paloma evoca el fin del diluvio universal, cuando una paloma enviada por Noé desde el arca
regresó con una rama de olivo en el pico, símbolo de una nueva creación (Gén 8,8-12), que a su vez
se anuncia en el Bautismo de Jesús que narran en los Evangelios.
- La imposición de las manos, abiertas y unidas por los pulgares representando a un ave con las
alas desplegadas, expresa la comunicación del Espíritu Santo.

2. El Espíritu Santo produce el nacimiento de la Iglesia e impulsa su desarrollo como comunidad

Pentecostés es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo compuesto por todos los bautizados y animado por el Espíritu Santo, del que provienen, como dice san Pablo en la segunda lectura (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13), los dones o carismas para realizar los servicios o ministerios que el Señor asigna según la vocación de cada persona. Esos dones son siete:

1. Sabiduría para conocer la voluntad de Dios y tomar las decisiones correctas.
2. Entendimiento para saber interpretar y comprender el sentido de la Palabra de Dios.
3. Ciencia para saber descubrir a Dios en su creación y desarrollarla.
4. Consejo para orientar a otros cuando lo solicitan o necesitan ayuda.
5. Fortaleza para luchar sin desanimarnos a pesar de los problemas y las dificultades.
6. Piedad para reconocernos como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros.
7. Respeto a Dios (llamado también temor de Dios, pero con un sentido diferente del
miedo) para evitar las ocasiones de pecado y cumplir a cabalidad sus mandamientos.

Pablo dice en su carta a los Romanos (8, 8-7) que el espíritu que recibimos en nuestro bautismo no es el de la esclavitud que nos llena de miedo, sino el de la libertad de los hijos de Dios, en virtud del cual podemos llamar a nuestro Creador Papá, que es lo que significa Abba, el término familiar con el que Jesús se dirigía a Dios Padre. Jesús mismo les había prometido a sus discípulos que Dios Padre enviaría en su nombre al Espíritu Santo, al que también llama “defensor” (Juan 14, 15-16.23b-26), el que está junto al creyente para darle fuerza y ánimo. Esto fue lo que experimentaron los primeros discípulos de Jesús para salir a proclamar su Buena Noticia y permanecer firmes en medio de las persecuciones que tuvieron que sufrir por causa de su fe. Y es también lo que nosotros podemos experimentar cuando, reconocemos la presencia actuante del amor de Dios, que es justamente el Espíritu Santo.

3. El Espíritu Santo hace posible la comunicación gracias al lenguaje del amor

Pentecostés fue el paso de la incomunicación de Babel a la comunicación por obra del Espíritu Santo. Cuando la intención es de soberbia y dominación opresora, la consecuencia es una confusión total que impide el entendimiento entre las personas (Génesis 11,1-9); pero cuando la intención es compartir, construir una auténtica comunidad participativa en el amor venciendo el egoísmo individualista, por obra del Espíritu de Dios se produce la verdadera comunicación (Hechos 2, 1-12). 

Al celebrar la fiesta de Pentecostés, unidos en oración como se nos cuenta que los primeros discípulos lo estaban con María, la madre de Jesús, repitamos en nuestro interior la petición que antecede en la liturgia eucarística al Evangelio de hoy: Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

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