¡Amor y
paz!
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este viernes en que
celebramos en América la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. En Europa,
la Fiesta de los apóstoles Felipe y Santiago.
Dios nos
bendice...
Santo Evangelio, según Juan 3, 13-17
En aquel tiempo,
dijo Jesús a Nicodemo: "Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del
cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que
cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida
eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él."
Palabra del Señor
Comentario
1. El misterio salvífico de la Cruz
1.1 El Papa Juan
Pablo nos regaló en abril de 1999 una preciosa reflexión sobre el valor de la
Cruz como insignia para el mundo. De ese mensaje entresacamos nuestra reflexión
de este día. La numeración aquí es nuestra.
1.2 “Padre, a tus
manos encomiendo mi espíritu”. Éstas son las palabras, este es el último grito
de Cristo en la cruz. Con esas palabras se cierra el misterio de la pasión y se
abre el misterio de la liberación a través de su muerte, que se realizará en la
Resurrección. Son palabras importantes. La Iglesia, consciente de su
importancia, las ha asumido en la liturgia de las Horas, que cada día se
concluye así: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.
1.3 Hoy queremos
poner estas palabras en labios de la humanidad. Hoy queremos poner estas
palabras de Cristo en labios de todos estos hombres, porque estas palabras,
este grito de Cristo sufriente, sus últimas palabras no solamente cierran;
también abren. Significan una apertura al futuro.
1.4 “Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu”. Estas palabras abren. Esperamos que estas
palabras sean también las últimas palabras para cada
uno de nosotros, las
que nos abran a la eternidad.
2. La Cruz, lugar de amor y profecía
2.1 Cristo por
nosotros se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Con
estas palabras, la liturgia resume lo que aconteció en el Gólgota, hace ahora
dos mil años. El evangelista Juan, testigo ocular, narra los acontecimientos
dolorosos de la pasión de Cristo. Cuenta su dura agonía, sus últimas palabras:
“Todo se ha consumado” (cf. Jn 19, 30) y cómo un soldado romano traspasó su
costado con una lanza. Del pecho atravesado del Redentor salió sangre y agua,
prueba inequívoca de su muerte (cf. Jn 19, 34) y don extremo de su amor
misericordioso.
2.2 “Despreciado y
evitado”. como dijo Isaías, está Cristo en el hombre afrentado y aniquilado en
la guerra y en cualquier lugar donde triunfe la cultura de la muerte;
“triturado por nuestros crímenes” está el Mesías en las víctimas del odio y del
mal de todos los tiempos y en cualquier lugar. “Como ovejas errantes” parecen a
veces los pueblos divididos y marcados por la incomprensión y la indiferencia.
3. Luz de esperanza
3.1 Sin embargo, en
el horizonte de este escenario de sufrimiento y de muerte, brilla para la
humanidad la esperanza: “A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará
(...); mi Siervo justificará a muchos”. La cruz, en la noche del dolor y del
abandono, es antorcha que mantiene viva la espera del nuevo día de la
resurrección. Miramos con fe hacia la cruz de Cristo, mientras por medio de
ella queremos proclamar al mundo el amor misericordioso del Padre por cada
hombre.
3.2 Sí, hoy es el
día de la misericordia y del amor, el día en el que se ha llevado a cabo la
redención del mundo, porque el pecado y la muerte han sido derrotados por la
muerte salvífica del Redentor.
4. Oración
4.1 Divino Rey
crucificado, que el misterio de tu muerte gloriosa triunfe en el mundo.
4.2 Haz que no
perdamos el valor y la audacia de la esperanza ante los dramas de la humanidad
y ante cada situación injusta que mortifica a la criatura humana, redimida con
tu sangre preciosa.
4.3 Al contrario,
haz que con renovada fuerza proclamemos: Tu cruz es victoria y salvación,
porque con tu sangre y tu pasión has redimido al mundo.
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