¡Amor y paz!
Hoy celebramos la Pascua,
"la fiesta de las fiestas", porque es el día de la resurrección del
Señor. Por esto, hoy, cielos y tierra cantan el aleluya, expresión de alegría
que significa "alabad al Señor", antiguo grito de alabanza litúrgica
heredado del culto israelítico.
Celebramos hoy -después de
escuchar esta pasada noche el anuncio pascual- el hecho central de nuestra fe:
que Cristo, tal como decimos en el Símbolo de la fe, después de su crucifixión,
muerte y sepultura, "resucitó al tercer día".
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario,
en este jubiloso día.
Dios nos bendice...
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles
10, 34a. 37-43
En aquellos días, Pedro
tomó la palabra y dijo: –«Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos,
cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero
a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó
haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba
con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo
mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo
hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a
nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos
encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado
juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que
creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.»
Sal
117, 1-2. 16ab 17. 22-23
R. Este es
el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R.
La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor. R.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. R.
Segunda
lectura
Lectura de
la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4
Hermanos. Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de
allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los
bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida
está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra,
entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
Lectura del Evangelio según san Juan 20,
1-9
El primer día de la
semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba
oscuro; y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. Entonces se fue
corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús
quería mucho, y les dijo: - ¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos
dónde lo han puesto! Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los
dos iban corriendo juntos; pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al
sepulcro. Se agachó a mirar, y vio allí las vendas, pero no entró.
Detrás de él llegó
Simón Pedro, y entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas; y además
vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba
junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el
otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había
pasado, y creyó. Pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que
él tenía que resucitar.
Comentario
La Pascua -paso de la
muerte a la vida- el acontecimiento de la Resurrección de Cristo es la más
importante y alegre de todas las celebraciones de nuestra fe. Comienza en la
noche del Sábado Santo con el rito del encendimiento del Cirio Pascual que
representa a Jesús resucitado, luz del mundo, principio y fin de la historia.
En la liturgia de esta misma noche, la bendición del agua evoca el sacramento
del Bautismo por el cual hemos renacido a una vida nueva en Cristo, y la
Eucaristía manifiesta la presencia real y la acción salvadora del Señor que nos
alimenta espiritualmente con su vida resucitada.
En la siguiente reflexión
me referiré a las lecturas bíblicas de la Misa del Día correspondiente al
Domingo de Resurrección: Hechos de los Apóstoles 10, 34-43, Colosenses 3, 1-4 y
Juan 20, 1-9.
1. Los discípulos de Jesús encuentran el sepulcro
vacío
Lo primero que
experimentan los discípulos de Jesús después de su muerte es que no está donde
han ido a buscar su cuerpo. “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto”, dice María Magdalena. En todos los relatos relacionados
con la resurrección de Cristo en los cuatro Evangelios, lo primero que se
presenta es la experiencia del sepulcro vacío, y a su vez son las mujeres las
primeras en notar esta ausencia, verificada luego por los demás discípulos.
Ellas eran las que se habían encargado de embalsamar el cuerpo de Jesús, y no
habían alcanzado a terminar su labor en la tarde del viernes por haber
comenzado desde las seis el descanso sabático.
El mensaje del sepulcro
vacío consiste en una invitación a no buscar al Señor en la tumba, es decir, en
el lugar destinado a los muertos, pues no está allí. Sólo se le puede encontrar
en otra dimensión distinta de la física o material, y esto es precisamente lo
que constituye el sentido de la fe de los primeros discípulos, expresada en la
frase sugestiva del relato de Juan, “el otro discípulo” que, después de María
Magdalena, llegó con Simón Pedro al sepulcro: “vio… y creyó”. ¿Qué vio? Un
sudario, unas vendas y el sepulcro vacío. ¿Qué creyó? Lo que Jesús ya les había
anunciado antes de su muerte: que iba a resucitar.
2. Jesucristo resucitado se manifiesta a sus
discípulos
El libro de los Hechos de
los Apóstoles, escrito por el mismo evangelista en el que hallamos la
pregunta “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” (Lucas
24, 5b), nos remite a la experiencia que tuvieron los primeros discípulos de Jesús,
ya no de su ausencia del sepulcro, sino de su presencia resucitada: “Dios
lo resucitó al tercer día e hizo que se nos apareciera a nosotros”, dice
Simón Pedro en su discurso (primera lectura). Esta experiencia se da
especialmente en la celebración de la Eucaristía: “Nosotros comimos y
bebimos con Él después de su resurrección”.
En efecto, cuando los
primeros discípulos de Jesús se reúnen para compartir el pan y el vino en
memoria suya, experimentan su presencia resucitada, distinta de la física
anterior a su muerte. Es una presencia espiritual que corresponde a una
dimensión trascendente. Si bien la experiencia pascual de aquellos primeros
discípulos tuvo unas características especiales, algo similar ocurre para
nosotros cuando celebramos la Eucaristía: Jesucristo resucitado se hace
presente en el sacramento de su cuerpo y sangre gloriosos, que nos alimenta
espiritualmente.
3. La resurrección de Cristo, prenda de nuestra
resurrección futura
Los primeros cristianos
vivieron el anuncio pascual de la resurrección de Jesucristo como el contenido
central de la Buena Noticia que desde entonces comenzó a difundirse: Jesús de
Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Cristo -el consagrado por
Dios Padre para realizar su designio de salvación en favor de toda la
humanidad-, ha resucitado y está vivo, con una vida nueva que pertenece al
orden de lo espiritual, y como Señor del universo ha querido hacernos
partícipes de su resurrección de modo que también nosotros vivamos y seamos
eternamente felices.
Esta Buena Noticia
constituye para nosotros una invitación a no quedarnos en lo terreno, que es
transitorio. Tal es el sentido de la exhortación que hace san Pablo en la
segunda lectura, tomada de su carta a los Colosenses, a poner la mirada en las
realidades eternas, que son las de arriba, -teniendo en cuenta que la oposición
arriba/abajo es una forma simbólica de hablar de la superioridad de lo
espiritual sobre lo material, de lo eterno sobre lo efímero-.
Vivamos entonces con gozo
esta celebración pascual de la resurrección de Cristo, prenda de nuestra
resurrección futura. Vivámosla con una alegría que manifieste nuestra fe y
nuestra esperanza en que, a pesar de las experiencias dolorosas de violencia y
destrucción que ensombrecen nuestra existencia y constituyen para muchos un
motivo de pesimismo y desilusión, finalmente la vida triunfará sobre la muerte,
la luz sobre la oscuridad, porque creemos y esperamos en un Dios que se hizo
humano, padeció y murió para resucitar y hacernos partícipes de su felicidad eterna,
una felicidad que puede empezar para cada uno de nosotros desde ahora mismo, en
la medida en que nos abramos a la acción renovadora de su Espíritu Santo.
El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez
Montoya, S.J.
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