¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, a través de la lectio divina, en este viernes santo en
que celebramos la Pasión del Señor.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Lectura del Profeta
Isaías 52,13-53,12.
Mirad, mi siervo tendrá
éxito,
subirá y crecerá mucho.
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se
espantaron de él,
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano;
así asombrará a muchos pueblos:
ante Él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y contemplar algo inaudito.
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano;
así asombrará a muchos pueblos:
ante Él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro
anuncio?
¿A quién se reveló el
brazo del Señor?
Creció en su presencia
como un brote,
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto
atrayente,
despreciado y evitado por los hombres,
como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros;
despreciado y desestimado.
despreciado y evitado por los hombres,
como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros;
despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros
sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado,
traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado,
traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo
saludable vino sobre él,
sus cicatrices nos curaron.
sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como
ovejas,
cada uno siguiendo su camino,
y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
cada uno siguiendo su camino,
y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado,
voluntariamente se humillaba
y no abría la boca;
como un cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
voluntariamente se humillaba
y no abría la boca;
como un cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin
justicia, se lo llevaron.
¿Quién meditó en su destino?
¿Quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la
tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con
los malhechores;
porque murió con los malvados,
aunque no había cometido crímenes,
ni hubo engaño en su boca.
porque murió con los malvados,
aunque no había cometido crímenes,
ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso
triturarlo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida
como expiación,
verá su descendencia, prolongará sus años;
lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.
verá su descendencia, prolongará sus años;
lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.
A causa de los trabajos
de su alma, verá y se hartará;
con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.
con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.
Por eso le daré una
parte entre los grandes,
con los poderosos tendrá parte en los despojos;
porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
y él tomó el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.
con los poderosos tendrá parte en los despojos;
porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
y él tomó el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.
Del Siervo doliente nos hablan los oráculos de YHWH que abren y concluyen este fragmento (52,13-15; 53,11s) mostrando el éxito glorioso de su padecer humilde, que se convierte en fuente de salvación para las multitudes. De él nos habla la comunidad de la que el profeta es portavoz ("nosotros", v 4), confesando la total incomprensión en la que se consumó el dolor del Siervo: incomprensión que pasó de la indiferencia al desprecio, del juicio al abuso legitimado (vv. 3-4.8a). Pero él calla.
No atrae precisamente por
el esplendor de su aspecto (signo de bendición divina), ni por su doctrina
brillante: "Familiarizado con el sufrimiento", pero
no es ésta materia de enseñanza. Callado en la humillación, en la opresión, en
la condena a muerte (v 7) hasta la sepultura infame (v 9), sólo cuando su
sacrificio dé expiación se consuma la comunidad -purificada por él- comprende
el inconcebible designio de Dios.
El castigo, como
sufrimiento purificador, presupone una culpa; pero aquí, por primera vez,
aparece abiertamente algo distinto: el misterioso sufrimiento
vicario. El pecado es nuestro -nos reconocemos fácilmente en el nosotros del
texto-, pero quien sufre para expiarlo no somos nosotros, sino el Siervo
inocente.
Ésta es la voluntad de
Dios que se cumple en el Siervo. Es la justicia divina que se llama "misericordia".
Es la promesa -que brilla como un relámpago en el Antiguo Testamento- de la luz
y la glorificación tras las tinieblas y la humillación.
Segunda lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9
Y ya que tenemos en
Jesús, el Hijo de Dios, un sumo sacerdote eminente que ha penetrado en los
cielos, mantengámonos firmes en la fe que profesamos.
Pues no es él un sumo
sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino que las ha
experimentado todas, excepto el pecado. Acerquémonos, pues, con confianza al
trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar la gracia de un
socorro oportuno.
El mismo Cristo, que en
los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos ,y
lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a
su actitud reverente; y precisamente porque era Hijo aprendió a obedecer a
través del sufrimiento. Alcanzada así la perfección, se hizo causa de salvación
eterna para todos los que le obedecen.
La perícopa, de una importancia central en la carta a los Hebreos, nos invita a considerar el valor definitivo del sacrificio de Cristo, que cumple como sumo sacerdote y le hace ser, como verdadera víctima, puro y santo. La figura de Cristo sobresale así en toda su majestad. Pero esta realidad no le aleja o le lleva a un mundo inaccesible. Más bien, como ha compartido todas nuestras pruebas (4,15), sabe compadecerse de nuestra debilidad. Se ha acercado a nosotros para que nosotros pudiéramos acercarnos con total confianza al Padre, Dios de misericordia y gracia que nos concede la ayuda necesaria en todas nuestras tribulaciones (4,16) para que cualquier prueba se convierta en una situación en la que brille en todo su esplendor su providencia admirable.
La sufrida adhesión de
Cristo al designio del Padre obtiene una acogida que supera infinitamente
nuestros horizontes: su obediencia filial, que le llevó a "entregarse
a sí mismo a la muerte" (cf. Is 53,12), le ha convertido en "causa
de salvación eterna" para todos los que obedecen su Palabra
(5,7-9) y se convierten de esta forma en esa descendencia inmensa prometida al
Siervo de YHWH: la nueva prole de los hijos de Dios, renacidos de la sangre de
Cristo.
Pasión de nuestro Señor
Jesucristo según San Juan 18,1-19,42.
C. En aquel tiempo
Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un
huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también
el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas
entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los
fariseos entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que
venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ -¿A quién buscáis?
C. Le contestaron:
S. -A Jesús el
Nazareno.
C. Les dijo Jesús:
+ -Yo soy.
C. Estaba también con
ellos Judas el traidor. Al decirles «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra.
Les preguntó otra vez:
+ -¿A quién buscáis?
C. Ellos dijeron:
S. -A Jesús el
Nazareno.
C. Jesús contestó:
+ -Os he dicho que soy
yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.
C. Y así se cumplió lo
que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.»
Entonces Simón Pedro,
que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote,
cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús
a Pedro:
+ -Mete la espada en la
vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?
C. La patrulla, el
tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo
llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año,
el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre
por el pueblo.»
Simón Pedro y otro
discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y
entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó
fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló
a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S. -¿No eres tú también
de los discípulos de ese hombre?
C. El dijo:
S. -No lo soy.
C. Los criados y los
guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban.
También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote
interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina.
Jesús le contestó:
+ -Yo he hablado
abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el
templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por
qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado.
Ellos saben lo que he dicho yo.
C. Apenas dijo esto,
uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. -¿Así contestas al
sumo sacerdote?
C. Jesús respondió:
-Si he faltado al
hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me
pegas?
C. Entonces Anás lo
envió a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le
dijeron:
S. -¿No eres tú también
de sus discípulos?
C. Ello negó diciendo:
S. -No lo soy.
C. Uno de los criados
del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. -¿No te he visto yo
con él en el huerto?
C. Pedro volvió a
negar, y en seguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al
Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir
en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban
ellos y dijo:
S. -¿Qué acusación
presentáis contra este hombre?
C. Le contestaron:
S. -Si éste no fuera un
malhechor, no te lo entregaríamos.
C. Pilato les dijo:
S. -Lleváoslo vosotros
y juzgadlo según vuestra ley.
C. Los judíos le
dijeron:
S. -No estamos
autorizados para dar muerte a nadie.
C. Y así se cumplió lo
que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato
en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. -¿Eres tú el rey de
los judíos?
C. Jesús le contestó:
+-¿Dices eso por tu
cuenta o te lo han dicho otros de mí?
C. Pilato replicó:
S. -¿Acaso soy yo
judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?
C. Jesús le contestó:
+ -Mi reino no es de
este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que
no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
C. Pilato le dijo:
S. -Conque, ¿tú eres
rey?
C. Jesús le contestó:
+ -Tú lo dices: Soy
rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de
la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
C. Pilato le dijo:
S. -Y, ¿qué es la
verdad?
C. Dicho esto, salió otra
vez a donde estaban los judíos y les dijo:
S. -Yo no encuentro en
él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en
libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
C. Volvieron a gritar:
S. -A ése no, a
Barrabás.
Entonces Pilato tomó a
Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la
pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y,
acercándose a él, le decían:
S. -¡Salve, rey de los
judíos!
C. Y le daban
bofetadas.
Pilato salió otra vez
afuera y les dijo:
S. -Mirad, os lo saco
afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.
- C. Y salió Jesús
afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les
dijo:
S. -Aquí lo tenéis.
C. Cuando lo vieron los
sacerdotes y los guardias gritaron:
S. -¡Crucifícalo,
crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S.-Lleváoslo vosotros y
crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.
C. Los judíos le
contestaron:
S. -Nosotros tenemos
una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.
C. Cuando Pilato oyó
estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a
Jesús:
S. -¿De dónde eres tú?
C. Pero Jesús no le dio
respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. -¿A mí no me hablas?
¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?
C. Jesús le contestó:
+ -No tendrías ninguna
autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha
entregado a ti tiene un pecado mayor.
C. Desde este momento
Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. -Si sueltas a ése,
no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.
C. Pilato entonces, al
oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal en el sitio
que llaman «El Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de
la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los
judíos:
S. -Aquí tenéis a
vuestro Rey.
C. Ellos gritaron:
S. -¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S. -¿A vuestro rey voy
a crucificar?
C. Contestaron los
sumos sacerdotes:
S. -No tenemos más rey
que al César.
C. Entonces se lo
entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz,
salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota),
donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús.
Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito:
JESUS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDIOS.
Leyeron el letrero
muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba
escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos
sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
S. -No escribas «El rey
de los judíos», sino «Este ha dicho: Soy rey de los judíos.
C. Pilato les contestó:
S. -Lo escrito, escrito
está.
C. Los soldados, cuando
crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada
soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una
pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. -No la rasguemos,
sino echemos a suertes a ver a quién le toca.
C. Así se cumplió la
Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.»
Esto hicieron los
soldados.
Junto a la cruz de
Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la
Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo
a su madre:
+ -Mujer, ahí tienes a
tu hijo.
C. Luego dijo al
discípulo:
+ -Ahí tienes a tu
madre.
C. Y desde aquella
hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto,
sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la
Escritura dijo:
+ -Tengo sed.
C. Había allí un jarro
lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de
hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre dijo:
+ -Está cumplido.
C. E, inclinando la
cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces,
como era el día de la Preparacion, para que no se quedaran los cuerpos en la
cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que
les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron
las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al
llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino
que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió
sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él
sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que
se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la
Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»
Después de esto, José
de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos,
pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó.
Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido
a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de
Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre
los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto
un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para las
judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí
a Jesús.
La Iglesia celebra la pasión del Señor con la seguridad de que la cruz de Cristo no es la victoria de las tinieblas, sino la muerte de la muerte. Esta visión de fe aparece manifiestamente subrayada en la narración joanea, donde se presenta a Jesús como rey que conoce la situación, la domina y, por así decir, se señorea de ella aun en sus mínimos detalles. La hora de Jesús -que ha llegado- se describe a través de los hechos como hora de sufrimiento y de gloria: el odio del mundo condena a muerte de cruz a Jesús, pero desde lo alto de la cruz Dios manifiesta su amor infinito. En esta espléndida revelación, en esta total entrega divina, consiste la gloria.
La narración de la pasión
comienza y termina en un huerto -recuerdo del Edén- queriendo indicar que
Cristo ha asumido y redimido el pecado del primer Adán y el hombre recobra
ahora su belleza original. La narración no se detiene en el sufrimiento de
Jesús; Juan sólo hace alusión a la agonía de Getsemaní (18,11; cf. 12,27s),
mientras que subraya insistentemente la identidad divina de Cristo, el "Yo soy" que
aterra a los guardias (18,5s).
Del mismo modo, menciona
como de pasada los escarnios y golpes, mientras evidencia -sobre todo ante
Pilato y en la crucifixión- la realeza de Jesús. El término rey aparece
doce veces (dieciséis en todo el cuarto evangelio). En los interrogatorios, la
palabra de Cristo, el acusado, domina sobre la de los acusadores. En el momento
en que Jesús es juzgado se cumple más bien el juicio sobre el mundo.
Cuando es elevado en la
cruz, se cumple no un acto humano, sino la Escritura (19,28.30), y se revela la
gloria de Dios. Precisamente en el momento de la muerte, nace el nuevo pueblo
elegido, confiado a la Virgen Madre (19,25-28). Del agua y la sangre que manan
del costado traspasado nace la Iglesia, que regenerada en el bautismo y
alimentada con la eucaristía celebrará a lo largo del tiempo la pascua del
verdadero Cordero (19,33; cf. Ex 12,16), hasta que también se cumpla el
tiempo (cosummatum) en la eternidad (19,30).
MEDITATIO
Como el Espíritu Santo
había conducido a Jesús al desierto en el comienzo de su vida pública, así
impulsa con fuerza a Jerusalén hacia "su hora", la
hora del encuentro definitivo y de la manifestación definitiva del amor de
Dios. El Espíritu Santo es quien da a Jesús la fuerza para mantener la lucha de
Getsemaní, para adherirse a la voluntad del Padre y llegar hasta el final de su
camino, a pesar de la angustia que le ocasiona sudor de sangre.
Luego, en el Calvario,
aparece una escena casi desierta: en el cielo se dibujan las tres cruces y
abajo -como dos brazos de una sola cruz- están María y Juan. En el profundo
silencio del indescriptible sufrimiento se oye un grito: "Tengo
sed". Es un grito que recuerda el encuentro de Jesús con la
Samaritana. "Dame de beber", le había pedido, y
siguió la revelación de que la sed de Jesús era de la fe de la Samaritana, sed
de la fe de la humanidad, deseo de dar el agua viva, de saciar a todos con su
gracia. La hora de la crucifixión y muerte de Jesús se corresponde con la hora
de máxima fecundidad en el Espíritu.
Cuando el amor de Jesús
llega al culmen de la inmolación, de su total anonadamiento, como del hontanar
de un manantial subterráneo surge la Iglesia, la nueva comunidad de creyentes,
nuevo Israel, pueblo de la nueva alianza. Y allí está María como cooperadora de
la salvación, junto a Juan, que representa a los discípulos del Nazareno y a
toda la humanidad, constituyendo el núcleo primitivo de la Iglesia naciente.
ORATIO
Al extender tus manos en
la cruz, oh Cristo, colmaste al mundo con la ternura del Padre. Por eso
entonamos un himno de victoria.
Te dejaste clavar en la
cruz para derramar sobre todos la luz de tu perdón, y de tu pecho traspasado
fluye hasta nosotros el río de la vida.
Oh Cristo, amor
crucificado hasta el fin del mundo en los miembros de tu cuerpo, haz que hoy
podamos comulgar con tu pasión y muerte para poder gustar tu gloria de
Resucitado. Amén.
CONTEMPLATIO
¡Ah, Teótimo, Teótimo! El
Salvador nos conocía a todos por los nombres y apellidos, pero, sobre todo,
pensó en nosotros con un amor particular cuando ofreció sus lágrimas, sus
oraciones, su sangre y su vida por nosotros. "Padre eterno, tomo sobre mí
y cargo con todos los pecados del pobre Teótimo, para sufrir tormentos y
muerte, a fin de que él se vea libre de ellos y no perezca, sino que viva.
Muera yo con tal de que él viva; sea yo crucificado con tal de que él sea
glorificado".
La muerte y pasión de nuestro
Señor es el motivo más dulce y más violento que puede animar nuestros corazones
y llevarnos a amar. Los hijos de la cruz se glorifican en su admirable enigma,
que el mundo no acaba de comprender: de la muerte, que todo lo devora, ha
salido la vida; de la muerte, más fuerte que todo, ha nacido el panal de miel
de nuestro amor [...].
El monte Calvario es,
Teótimo, el monte de los amantes. El amor que no tiene su origen en la pasión
de Jesús es frívolo y peligroso. Desgraciada es la muerte sin el amor del Salvador;
desgraciado es el amor sin la muerte de Jesús. Amor y muerte están tan
íntimamente unidos en la pasión del Señor que no pueden estar en el corazón uno
sin otro. En el Calvario no se alcanza la vida sin el amor, ni el amor sin la
muerte del Redentor; fuera de allí todo es muerte eterna o amor eterno; la
plenasabiduría cristiana consiste en saber elegir bien (san Francisco de
Sales, Tratado del amor de Dios, XII,13).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra:
"Se humilló a sí
mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios
lo exaltó" (Fip 2,8-9a).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Hoy la Iglesia nos invita
a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la
adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito
prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces:
"Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del
mundo". Y el pueblo responde: "Venid a adorarlo".
El motivo de esta triple
aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del
Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y
cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y
martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella.
Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del
desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que Ios
fieles nos acercamos por medio de la adoración.
La respuesta "Venid a
adorarlo" significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a
la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la
humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver
para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se
besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las
recibidas y las inferidas, las que Ios otros nos han
infligido y las que hemos hecho nosotros. Aún más: besando a
Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.
Pero hoy, experimentando
que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras
heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas.
Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida.
Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su
beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el
interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de
Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección
y del sentido salvífico del dolor (M. I. Rupnik, Omelie di pascua.
Venerdi santo, Roma 1998, 47-53).
http://www.mercaba.org/LECTIO/SS/viernes_santo.htm
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