Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario,
en este viernes en que celebramos la Fiesta de la Presentación del Señor.
Nos unimos hoy a la oración de la Iglesia por todos los religiosos y religiosas, en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
Nos unimos hoy a la oración de la Iglesia por todos los religiosos y religiosas, en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
Dios
nos bendice...
Primera
lectura
Lectura del libro de
Malaquías (3,1-4):
Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.»
Palabra de Dios
Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 23
R/. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R/.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. R/.
R/. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R/.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. R/.
Segunda
lectura
Lectura de la carta a
los Hebreos (2,14-18):
Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.
Palabra de Dios
Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.
Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo
evangelio según san Lucas (2,22-40):
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor
Comentario
1.1
Malaquías, como tantos otros profetas del Señor, hasta Juan Bautista inclusive,
anunció un Día descrito con vigorosos y turbadores trazos. Un Día con D
mayúscula en el que no quedaba claro quién podría resistir y quién no. El Día
de refinar los corazones y hacer aparecer la verdad de cada uno frente a Dios.
Para ese Día, anuncia este profeta, el Señor entrará en su santuario.
1.2 Y el
Señor entró en su Santuario. Es lo que celebramos hoy: Jesús entra en el
templo. Y sin embargo, su entrada es humilde y reconocida sólo por unos cuantos
humildes. Aparentemente una contradicción con el mensaje tremendo que venía de
los profetas: se anunciaba fuego y llegó calidez; se anunciaba juicio y llegó
salvación; se anunciaba temor y llegó mansedumbre. ¿Por qué?
1.3 Antes
de intentar una respuesta, estaremos de acuerdo en un punto: cuánto hemos
ganado con estos cambios. ¡Cuán preferibles y saludables son para nosotros esa
calidez, esa mansedumbre y esa salvación! Bien está el anuncio del juicio que
despierta la conciencia, pero mejor es el evangelio de la conversión y aquello
de "no he venido por los justos sino por los pecadores". Bien está el
santo temor, que nos libera del cinismo y apaga los ardores de las pasiones
inmundas, pero mejor la mansedumbre que nos atrae al bien, a la pureza y a la
reconciliación. Bien está el fuego, que refleja el celo por la causa divina,,
pero mejor la calidez que acoge al hombre peregrino, agotado del camino y
hastiado de sí mismo.
1.4 Sin
embargo, sería miope quedarnos sólo con lo que nos "conviene". Toda
la ternura de Cristo es también toda la manifestación de un amor que ya no
permite mentir; un amor frente al cual tendremos que comparecer sin posibilidad
de decir: "no entendí..."; "me asusté..."; "me
distraje...". La absoluta generosidad de Dios significa la absoluta verdad
del encuentro con Él. ¿Y hay algo más terrible que comparecer sin disculpas
ante el Amor?
2. Los
Pobres
2.1 No
debemos perder de vista la ofrenda del Hijo de Dios: dos tórtolas; es la
ofrenda de los pobres (cf. Lev 5,7; 12,8). Cristo es el embajador de todos los
que no tienen que ofrecer, y la pobreza de su ofrenda bien resume lo que todos
nosotros somos ante Dios. También nos indica en su sencillez quiénes son los
que más a menudo veremos en la Casa del Señor...
2.2 Lucas
nos presenta, pues, una escena, un cuadro imbuido de pobreza. No es el primero
ni el último de su Evangelio. Sin duda, los pobres tienen un lugar privilegiado
en su rica cristología tan cercana a otros temas hermanos: la alegría, la
acción del Espíritu Santo, el lugar de la mujer. Entre estos temas típicamente
lucanos hay una interrelación que uno aprende a reconocer y a disfrutar.
2.3 Por eso la exultación de aquel Simeón, que, además de pobre tenía
esa otra pobreza que es la ancianidad, vecina de la muerte. A este hombre,
doblemente pobre, Cristo Bebé le da una doble alegría: la de la salvación y la
de un descanso en la paz y en la luz. Emocionante encuentro entre el amanecer y
el ocaso, entre un bebé y un anciano, entre la vida que declina y sólo pide un
cobijo de paz, y la vida que despunta y regala de su esplendor y su luz. ¡Qué
bello es Cristo! ¡Qué hermosa es la Luz de este día, con razón iluminado por la
liturgia de las candelas!
http://fraynelson.com/homilias.html.
-->
No hay comentarios:
Publicar un comentario