domingo, 27 de agosto de 2017

No pretendamos dictarle a Dios nuestra voluntad

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, en este Domingo de la 21ª semana del Tiempo Ordinario, Ciclo A.

Dios nos bendice...

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (22,19-23):

Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio: «Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 137,1-2a.2bc-3.6.8bc

R/.
 Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos


Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre. R/.

Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.

El Señor es sublime,
se fija en el humilde
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11,33-36):

¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén.

Palabra de Dios

Evangelio del domingo

Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-20):

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor

Comentario
Una de las principales fuentes de incertidumbre tiene que ver con el futuro: ¿qué encontraremos el día de mañana? Nos sentimos como un frágil barco de papel en medio de las olas. No tenemos control sobre el futuro, aunque algunos traten inútilmente de vislumbrarlo consultando el horóscopo.
Pues bien, en esta compleja problemática de la incertidumbre sobre el futuro, san Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos que acabamos de escuchar, nos invita a dirigir nuestros ojos hacia Dios y su infinita sabiduría. ¡Nuestro futuro no está escrito en la carta astral ni las compañías de seguros pueden ofrecernos una póliza que nos proteja de todos los riesgos que gravitan sobre nosotros!
Al leer pausadamente este texto de la Carta a los Romanos, encontramos elementos muy ricos que iluminan nuestros interrogantes e incertidumbres. El apóstol Pablo empieza con una vigorosa confesión: “¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios!” El Padre que amorosamente nos ha llamado a la vida es la plenitud de la sabiduría, es la fuente de la verdad. La existencia humana es un peregrinar en búsqueda de la plenitud que se nos manifestará cuando lleguemos a la morada definitiva que Él nos tiene preparada.
Después de esta vigorosa confesión, el apóstol Pablo hace una aguda observación que pone de manifiesto el abismo infinito que existe entre el Creador y las creaturas: “¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos!” Vale la pena que nos detengamos a profundizar en esta afirmación.
Los seres humanos tratamos de comprender los designios de Dios aplicando las herramientas que utilizamos para analizar las realidades humanas. Creemos que Dios obra siguiendo la lógica nuestra. Argumentos tales como la utilidad, la conveniencia, la relación costo-beneficio, que tienen tanto peso en las decisiones humanas, desaparecen cuando entramos en la órbita de la sabiduría divina. Lo único que nos queda es repetir las palabras de san Pablo: “¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos!”
Por no reconocer esta realidad, principio y fundamento de nuestra existencia, pretendemos dictarle a Dios el guion de lo que debe hacer. Esto se pone de manifiesto cuando oramos; en nuestras peticiones detallamos cuáles son los resultados que esperamos de su intervención y cómo Él debe estar alineado para favorecer nuestros proyectos personales. A esta pretensión de querer escribir el guion que debe recitar Dios, san Pablo comenta: “¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor o ha llegado a ser su consejero?”
El camino que nos corresponde seguir es repetir, desde el fondo del corazón, las palabras del Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” y emprender la búsqueda humilde de la voluntad de Dios para cada uno de nosotros. Esa es la ruta que nos conducirá a la plenitud de nuestras aspiraciones. Nos dice san Pablo: “En efecto, todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por Él y todo está orientado hacia Él. A Él la gloria por los siglos de los siglos”.
¿Cómo descubrir, entonces, el plan de Dios? Recordemos que Jesucristo, revelador del Padre, nos ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Si queremos llegar al Padre, sigamos a Jesús.
Esto nos lleva a la página del evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, donde Jesús pregunta a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Esta pregunta es muy fuerte. Desde los comienzos del cristianismo, algunos movimientos religiosos han pretendido atenuar o, lo que es peor, negar la naturaleza divina de Jesús, presentándolo como un simple hombre que recorrió los caminos de Tierra Santa anunciando un mensaje de fraternidad. ¡Atención! Debemos proclamar integralmente la buena nueva de Jesucristo, que es el Hijo eterno del Padre que asumió nuestra condición humana. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. En Él llega a su plenitud la auto-manifestación de Dios a la humanidad. El Espíritu Santo inspira al apóstol Pedro para que responda a la pregunta de Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Después de la resurrección, los apóstoles comprenderán en profundidad el alcance de esa confesión de fe.
¿Cómo descubriremos el plan de Dios sobre cada uno de nosotros? Poniendo en práctica el Sermón de las Bienaventuranzas y el mandamiento del amor. A través del lenguaje sencillo de las parábolas, Jesús nos fue descubriendo la oferta de salvación.
¿A dónde nos conducen estas reflexiones? Es tarea inútil tratar de comprender, desde nuestra limitación y finitud, los designios de Dios. No pretendamos aplicar la lógica humana para interpretar sus caminos. No queramos escribir el guion que Dios debería recitar para responder a nuestras peticiones. Entreguémonos confiadamente a su providencia. A medida que profundicemos en la persona de Jesús y en su mensaje, iremos afinando nuestros sentidos interiores para percibir la voz del Espíritu que nos muestra el camino. Confianza y docilidad resumen la actitud del creyente que busca vivir según la voluntad de Dios.
Pistas para la Homilía del Domingo
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J. 

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