¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar
la Palabra de Dios y el comentario, en este Domingo de la 21ª semana del Tiempo
Ordinario, Ciclo A.
Dios nos bendice...
Primera
lectura
Lectura del libro de Isaías (22,19-23):
Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio: «Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna.»
Palabra de Dios
Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio: «Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 137,1-2a.2bc-3.6.8bc
R/. Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre. R/.
Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.
El Señor es sublime,
se fija en el humilde
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.
R/. Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre. R/.
Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.
El Señor es sublime,
se fija en el humilde
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11,33-36):
¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén.
Palabra de Dios
¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén.
Palabra de Dios
Evangelio del
domingo
Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-20):
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Palabra del Señor
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Palabra del Señor
Comentario
Una de las principales fuentes de incertidumbre
tiene que ver con el futuro: ¿qué encontraremos el día de mañana? Nos sentimos
como un frágil barco de papel en medio de las olas. No tenemos control sobre el
futuro, aunque algunos traten inútilmente de vislumbrarlo consultando el
horóscopo.
Pues bien, en esta compleja
problemática de la incertidumbre sobre el futuro, san Pablo, en el pasaje de la
Carta a los Romanos que acabamos de escuchar, nos invita a dirigir nuestros
ojos hacia Dios y su infinita sabiduría. ¡Nuestro futuro no está escrito en la
carta astral ni las compañías de seguros pueden ofrecernos una póliza que nos
proteja de todos los riesgos que gravitan sobre nosotros!
Al leer pausadamente este
texto de la Carta a los Romanos, encontramos elementos muy ricos que iluminan
nuestros interrogantes e incertidumbres. El apóstol Pablo empieza con una
vigorosa confesión: “¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios!”
El Padre que amorosamente nos ha llamado a la vida es la plenitud de la
sabiduría, es la fuente de la verdad. La existencia humana es un peregrinar en
búsqueda de la plenitud que se nos manifestará cuando lleguemos a la morada
definitiva que Él nos tiene preparada.
Después de esta vigorosa
confesión, el apóstol Pablo hace una aguda observación que pone de manifiesto
el abismo infinito que existe entre el Creador y las creaturas: “¡Qué
impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos!” Vale la pena
que nos detengamos a profundizar en esta afirmación.
Los seres humanos tratamos
de comprender los designios de Dios aplicando las herramientas que utilizamos
para analizar las realidades humanas. Creemos que Dios obra siguiendo la lógica
nuestra. Argumentos tales como la utilidad, la conveniencia, la relación
costo-beneficio, que tienen tanto peso en las decisiones humanas, desaparecen
cuando entramos en la órbita de la sabiduría divina. Lo único que nos queda es
repetir las palabras de san Pablo: “¡Qué impenetrables son sus designios e
incomprensibles sus caminos!”
Por no reconocer esta
realidad, principio y fundamento de nuestra existencia, pretendemos dictarle a
Dios el guion de lo que debe hacer. Esto se pone de manifiesto cuando oramos;
en nuestras peticiones detallamos cuáles son los resultados que esperamos de su
intervención y cómo Él debe estar alineado para favorecer nuestros proyectos
personales. A esta pretensión de querer escribir el guion que debe recitar
Dios, san Pablo comenta: “¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor o
ha llegado a ser su consejero?”
El camino que nos
corresponde seguir es repetir, desde el fondo del corazón, las palabras del
Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” y emprender la
búsqueda humilde de la voluntad de Dios para cada uno de nosotros. Esa es la
ruta que nos conducirá a la plenitud de nuestras aspiraciones. Nos dice san
Pablo: “En efecto, todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por Él y todo está
orientado hacia Él. A Él la gloria por los siglos de los siglos”.
¿Cómo descubrir, entonces,
el plan de Dios? Recordemos que Jesucristo, revelador del Padre, nos ha dicho:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Si queremos llegar al Padre, sigamos a
Jesús.
Esto nos lleva a la página
del evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, donde Jesús pregunta a sus
discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Esta pregunta es muy fuerte.
Desde los comienzos del cristianismo, algunos movimientos religiosos han pretendido
atenuar o, lo que es peor, negar la naturaleza divina de Jesús, presentándolo
como un simple hombre que recorrió los caminos de Tierra Santa anunciando un
mensaje de fraternidad. ¡Atención! Debemos proclamar integralmente la buena
nueva de Jesucristo, que es el Hijo eterno del Padre que asumió nuestra
condición humana. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. En Él llega
a su plenitud la auto-manifestación de Dios a la humanidad. El Espíritu Santo
inspira al apóstol Pedro para que responda a la pregunta de Jesús: “Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Después de la resurrección, los apóstoles
comprenderán en profundidad el alcance de esa confesión de fe.
¿Cómo descubriremos el plan
de Dios sobre cada uno de nosotros? Poniendo en práctica el Sermón de las
Bienaventuranzas y el mandamiento del amor. A través del lenguaje sencillo de
las parábolas, Jesús nos fue descubriendo la oferta de salvación.
¿A dónde nos conducen estas
reflexiones? Es tarea inútil tratar de comprender, desde nuestra limitación y
finitud, los designios de Dios. No pretendamos aplicar la lógica humana para
interpretar sus caminos. No queramos escribir el guion que Dios debería recitar
para responder a nuestras peticiones. Entreguémonos confiadamente a su
providencia. A medida que profundicemos en la persona de Jesús y en su mensaje,
iremos afinando nuestros sentidos interiores para percibir la voz del Espíritu
que nos muestra el camino. Confianza y docilidad resumen la actitud del
creyente que busca vivir según la voluntad de Dios.
Pistas para la Homilía del
Domingo
Jorge Humberto Peláez
Piedrahita, S.J.
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