¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este jueves de la 7ª semana de Pascua.
Dios nos bendice...
Lectura
del santo evangelio según san Juan (17,20-26):
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.»
Palabra del Señor
Comentario
Sólo
por Cristo, con Él y en Él podremos llegar a la perfecta unión con Dios. No
tenemos otro camino, ni se nos ha dado otro nombre en el cual podamos alcanzar
la salvación. Nadie conoce al Padre, sino el Hijo; y aquel a quien el Hijo se
lo quiera revelar. Jesús nos ha dado a conocer al Padre; pero lo ha hecho no
sólo con sus palabras, sino con su inhabitación en nosotros. Así no sólo hemos
oído hablar de Dios, sino que lo experimentamos en nuestra propia vida como
aquel que no sólo nos ama, sino que infunde su amor en nosotros. A partir de
ese estar Cristo en nosotros y nosotros en Él, podremos hacer que desde
nosotros el mundo conozca y experimente el amor que Dios les tiene a todos.
Anunciamos la muerte del Señor y proclamamos su resurrección, hasta que Él vuelva glorioso para juzgar a los vivos y a los muertos. El Memorial de su Misterio Pascual, que estamos celebrando en esta Eucaristía, es para nosotros el mejor signo de unidad que Él nos ha confiado. Por eso venimos ante Él para llevar a efecto esa unidad, que nos haga vivir como testigos suyos en medio de las realidades de nuestra vida diaria. Al entrar en comunión de vida con Él su Palabra nos santifica en la verdad para que podamos proclamar el Nombre del Señor, no desde inventos nuestros, no desde interpretaciones equivocadas de su Palabra, sino desde una auténtica fidelidad al Espíritu Santo, que Él ha infundido en nosotros. Por eso la participación de la Eucaristía no puede verse como un signo de piedad, sino como un auténtico compromiso de fe.
Quienes hemos experimentado el amor de Dios debemos ir al mundo unidos por la misma fe, por el mismo amor e impulsados por el mismo Espíritu. Mientras haya divisiones entre quienes creemos en Cristo ¿quien se animará a seguir sus huellas? No es el apasionamiento lo que hará que las personas se encuentren con Cristo, pues una fe nacida desde esos sentimientos terminará por derrumbarse fácilmente. El Señor nos pide aceptarlo a Él en nuestro propio interior para que sea Él quien continúe su obra de salvación por medio de la Iglesia, en cuyos miembros actúa el Espíritu Santo con una diversidad de dones para el bien de todos.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de sabernos amar y respetar como hermanos; pues sólo a partir de esa unidad el mundo creerá que realmente Cristo ha venido como salvador de toda la humanidad. Entonces será realmente nuestra la herencia que Dios ha prometido a todos lo que lo aman.
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