¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el
Evangelio y el comentario, en este Domingo XII del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice...
Evangelio
de hoy
Lectura
del santo evangelio según san Mateo 10, 26-33
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus apóstoles:
- «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.
Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»
- «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.
Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»
Palabra de Dios
Comentario
San
Hilario de Poitiers vivió en el Siglo IV, en la época del emperador Constancio,
hijo de Constantino. La Iglesia atravesaba una etapa de expansión y estrenaba
legitimidad, habiendo sido declarada, ya no sólo religión permitida, sino
Religión oficial del Imperio. Aparentemente, se trataba de un momento bueno y
deseable; sin embargo, después tantas persecuciones y martirios, durante los
primeros siglos, los cristianos habían comenzado a tener un estilo de vida
mediocre y cada vez más instalado, en una Iglesia que se iba haciendo rica y
poderosa. En estas circunstancias, San Hilario escribe unas palabras que me
vinieron a la memoria al leer el texto del Evangelio de Mateo que nos propone
la liturgia de hoy:
"¡Oh
Dios todopoderoso, ojalá me hubieses concedido vivir en los tiempos de Nerón o
de Decio...! Por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, yo no
habría tenido miedo a los tormentos (...). Me habría considerado feliz al
combatir contra tus enemigos declarados, ya que en tales casos no habría duda
alguna respecto a quienes incitarían a renegar... Pero ahora tenemos que luchar
contra un perseguidor insidioso, contra un enemigo engañoso, contra el
anticristo Constancio. Este nos apuñala por la espalda, pero nos acaricia el
vientre. No confisca nuestros bienes, dándonos así la vida, pero nos enriquece
para la muerte. No nos mete en la cárcel, pero nos honra en su palacio para
esclavizarnos. No desgarra nuestras carnes, pero destroza nuestra alma con su
oro. No nos amenaza públicamente con la hoguera, pero nos prepara sutilmente
para el fuego del infierno. No lucha, pues tiene miedo de ser vencido. Al
contrario, adula para poder reinar.
Confiesa
a Cristo para negarlo. Trabaja por la unidad para sabotear la paz. Reprime las
herejías para destruir a los cristianos. Honra a los sacerdotes para que no
haya Obispos. Construye iglesias para demoler la fe. Por todas partes lleva tu
nombre a flor de labios y en sus discursos, pero hace absolutamente todo lo que
puede para que nadie crea que Tú eres Dios. (...) Tu genio sobrepasa al del
diablo, con un triunfo nuevo e inaudito: Consigues ser perseguidor sin hacer
mártires” (Jesús Álvarez Gómez, Historia de la Vida Religiosa, Publicaciones
Claretianas, Madrid, Volumen I, 1987, 170).
Afortunadamente,
hoy contamos con el testimonio de auténticos mártires que no han querido
someterse dócilmente a los embates de una sociedad que niega, en la práctica,
los principios más fundamentales del Evangelio del Señor. Hay quienes han
denunciado un orden injusto que aplastaba a las mayorías, como Monseñor Oscar
Arnulfo Romero, asesinado en 1980 en San Salvador, mientras celebraba la
eucaristía; otros, como Monseñor Isaías Duarte Cancino, han tenido el valor de
señalar el influjo de los dineros del narcotráfico en la elección de
congresistas en Colombia; y junto a ellos, muchos hombres y mujeres, fieles al
Evangelio, han estado dispuestos a morir antes que ceder frente a una sociedad
que nos quiere postrados por el silencio y la pasividad.
No
se trata de buscar el martirio por el martirio; Luis Espinal, jesuita catalán,
asesinado en Bolivia por denunciar las injusticias de un régimen totalitario,
escribió poco antes de morir una oración que tituló: No queremos mártires.
Tampoco hoy queremos mártires. Pero tampoco queremos una Iglesia que le tenga
miedo a los que matan el cuerpo... Como bien lo afirma Jesús, hay que tenerle
miedo, “más bien al que puede darles muerte y también puede destruirlos para
siempre en el infierno”. En lugar de dejarnos cooptar por los halagos de una
sociedad cada vez más opulenta y suficiente, tenemos que ser testimonio vivo de
una propuesta que, efectivamente, contraste con lo que nos invita a vivir el
orden establecido. De lo contrario, como en la época de San Hilario,
terminaremos siendo apuñalados por la espalda, mientras nos acarician,
delicadamente, el vientre.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.*
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Sacerdote jesuita, Profesor Asociado de la Facultad de Teología de la
Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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