domingo, 16 de abril de 2017

No estamos atrapados por el absurdo, no caminamos hacia la nada

¡Amor y paz!

Con gran alegría, los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este domingo en que celebramos la gran solemnidad de la Pascua de Resurrección del Señor: su triunfo sobre el pecado y sobre la muerte.

Dios nos bendice...

Primera lectura
Hechos de los Apóstoles (10,34a.37-43):

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: «Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.»

Palabra de Dios
Salmo
Sal 117,1-2.16ab-17.22-23

R/.
 Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R/.

La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. R/.

Secuencia

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (3,1-4):

Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

Palabra de Dios

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9):

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

Comentario

El Viernes Santo, cuando la piedra selló el sepulcro de Jesús, también quedaron sepultadas las ilusiones de quienes habían acogido el mensaje de este Maestro tan singular que, con imágenes tomadas de la vida campesina, les había cambiado la vida sembrando fe, esperanza y amor. El Viernes Santo era silencio, soledad, vacío.

Los enemigos de Jesús celebraban este asesinato como si fuera un carnaval. Finalmente, habían logrado silenciar esta voz incómoda y sus seguidores se habían dispersado. Aunque para los planes de los hombres, todo había terminado, algo muy diferente estaba escrito en el plan de Dios. El Padre resucitó a Jesucristo de entre los muertos y esto cambió la historia espiritual de la humanidad.

Las lecturas que acabamos de leer iluminan el misterio de la resurrección del Señor desde ópticas complementarias:

El texto del evangelista Juan nos narra la enorme sorpresa que se llevaron María Magdalena, Pedro y Juan ante el hecho inexplicable de la tumba vacía.

Los Hechos de los Apóstoles nos trasmiten una formidable catequesis de Pedro, en la cual sintetiza el anuncio central de la primera comunidad cristiana.

Pablo, en su Carta a los Colosenses, explica la transformación que Jesucristo resucitado realiza en cada uno de los bautizados. Nacemos a una realidad nueva.

Dada la riqueza teológica de cada uno de estos textos, tendremos que limitarnos a unas rápidas pinceladas que nos motivan a la contemplación de estos misterios.

Empecemos por el texto del evangelista Juan, quien fue actor principalísimo de esta escena. Es muy diciente que sea una mujer, María Magdalena, la primera testigo de la tumba vacía. Las mujeres, junto a su madre María, acompañaron a Jesús en sus viajes apostólicos. Ellas no se dejaron intimidar por los soldados romanos, acompañaron a Jesús en su agonía y luego prepararon el cuerpo para la sepultura. Por el contrario, los hombres huyeron aterrorizados.

Sorprende la descripción casi fotográfica del lugar de los acontecimientos. Cómo y dónde estaban los lienzos y el sudario. Muchos años después, en su vejez, Juan recordaba cada uno de los detalles de lo que encontraron Pedro y él cuando ingresaron al sepulcro. En la tumba ya no estaba el cadáver, pero se sentía otro tipo de presencia.

Vale la pena que leamos pausadamente las últimas líneas de este relato, porque allí está el núcleo teológico; nos dice Juan que una vez que entró, “Vio y creyó, porque hasta entonteces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos”.

Por más que Jesús hubiera utilizado sus maravillosas dotes como pedagogo, muchas de sus enseñanzas no fueron asimiladas por sus discípulos. Solo la experiencia de la resurrección logró iluminar el conjunto de la vida, pasión y muerte del señor. Era la pieza que faltaba.

Por eso es tan interesante el discurso de Pedro que nos permite conocer el anuncio central de la primera comunidad cristiana. Pedro expresa con pasión que él y los demás apóstoles fueron testigos de lo que anuncian. Y para que no queden dudas, afirma: “Hemos comido y bebido con Él después de que resucitó de entre los muertos”. Esta catequesis de Pedro, que contiene la esencia del anuncio de los Apóstoles, es un mensaje apremiante para los catequistas de todos los tiempos para que hablemos de lo fundamental que es Cristo. Si Él no ha resucitado, vana es nuestra fe. Con mucha frecuencia, los predicadores se complacen hablando de mil asuntos que distraen. Lo único pertinente es la persona y el mensaje de Jesucristo.

En su Carta a los Colosenses, Pablo explica brillantemente la realidad nueva de los bautizados: “Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba… Su vida está escondida con Cristo en Dios”. Nuestro ser ha sido transformado. Nosotros, creaturas insignificantes, hemos sido revestidos de divinidad. Y todo por los méritos de Jesucristo. Por lo tanto, debemos obrar en conformidad con esta nueva realidad.

De ahí el hermoso simbolismo del cirio pascual, que se enciende en la noche de Pascua. La oscuridad de la muerte y el pecado se llenan de la luz de Cristo. No estamos atrapados por el absurdo. No caminamos hacia la nada. El triunfo de Jesucristo es nuestra garantía. Nos lo recuerda san Pablo: “Cuando se manifieste Cristo, vida de ustedes, entonces también ustedes se manifestarán gloriosos, juntamente con Él”.

Pistas para la homilía
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
 

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