¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra
de Dios en este jueves en que celebramos la Fiesta de la Presentación del Señor.
Dios nos bendice....
Libro de Malaquías 3,1-4.
Así habla el Señor Dios. Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Ángel de la alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos. Él se sentará para fundir y purificar: purificará a los hijos de Leví y los depurará como al oro y la plata; y ellos serán para el Señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia. La ofrenda de Judá y de Jerusalén será agradable al Señor, como en los tiempos pasados, como en los primeros años.
Salmo 24(23),7.8.9.10.
¡Puertas, levanten sus dinteles,
levántense, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria!
¿Y quién es ese Rey de la gloria?
Es el Señor, el fuerte, el poderoso,
el Señor poderoso en los combates.
¡Puertas, levanten sus dinteles,
levántense, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria!
¿Y quién es ese Rey de la gloria?
El Rey de la gloria es
el Señor de los ejércitos.
Evangelio según San Lucas 2,22-40.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Comentario
1.1 Malaquías, como tantos otros profetas del Señor, hasta Juan
Bautista inclusive, anunció un Día descrito con vigorosos y turbadores trazos.
Un Día con D mayúscula en el que no quedaba claro quién podría resistir y quién
no. El Día de refinar los corazones y hacer aparecer la verdad de cada uno
frente a Dios. Para ese Día, anuncia este profeta, el Señor entrará en su
santuario.
1.2 Y el Señor entró en su Santuario. Es lo que celebramos hoy:
Jesús entra en el templo. Y sin embargo, su entrada es humilde y reconocida
sólo por unos cuantos humildes. Aparentemente una contradicción con el mensaje
tremendo que venía de los profetas: se anunciaba fuego y llegó calidez; se
anunciaba juicio y llegó salvación; se anunciaba temor y llegó mansedumbre.
¿Por qué?
1.3 Antes de intentar una respuesta, estaremos de acuerdo en un
punto: cuánto hemos ganado con estos cambios. ¡Cuán preferibles y saludables
son para nosotros esa calidez, esa mansedumbre y esa salvación! Bien está el
anuncio del juicio que despierta la conciencia, pero mejor es el evangelio de
la conversión y aquello de "no he venido por los justos sino por los pecadores".
Bien está el santo temor, que nos libera del cinismo y apaga los ardores de las
pasiones inmundas, pero mejor la mansedumbre que nos atrae al bien, a la pureza
y a la reconciliación. Bien está el fuego, que refleja el celo por la causa
divina,, pero mejor la calidez que acoge al hombre peregrino, agotado del
camino y hastiado de sí mismo.
1.4 Sin embargo, sería miope quedarnos sólo con lo que nos
"conviene". Toda la ternura de Cristo es también toda la
manifestación de un amor que ya no permite mentir; un amor frente al cual
tendremos que comparecer sin posibilidad de decir: "no entendí...";
"me asusté..."; "me distraje...". La absoluta generosidad
de Dios significa la absoluta verdad del encuentro con Él. ¿Y hay algo más terrible
que comparecer sin disculpas ante el Amor?
2. Los Pobres
2.1 No debemos perder de vista la ofrenda del Hijo de Dios: dos
tórtolas; es la ofrenda de los pobres (cf. Lev 5,7; 12,8). Cristo es el
embajador de todos los que no tienen que ofrecer, y la pobreza de su ofrenda
bien resume lo que todos nosotros somos ante Dios. También nos indica en su
sencillez quiénes son los que más a menudo veremos en la Casa del Señor...
2.2 Lucas nos presenta, pues, una escena, un cuadro imbuido de
pobreza. No es el primero ni el último de su Evangelio. Sin duda, los pobres
tienen un lugar privilegiado en su rica cristología tan cercana a otros temas
hermanos: la alegría, la acción del Espíritu Santo, el lugar de la mujer. Entre
estos temas típicamente lucanos hay una interrelación que uno aprende a reconocer
y a disfrutar.
2.3 Por eso la exultación de aquel
Simeón, que, además de pobre tenía esa otra pobreza que es la ancianidad,
vecina de la muerte. A este hombre, doblemente pobre, Cristo Bebé le da una
doble alegría: la de la salvación y la de un descanso en la paz y en la luz.
Emocionante encuentro entre el amanecer y el ocaso, entre un bebé y un anciano,
entre la vida que declina y sólo pide un cobijo de paz, y la vida que despunta
y regala de su esplendor y su luz. ¡Qué bello es Cristo! ¡Qué hermosa es la Luz
de este día, con razón iluminado por la liturgia de las candelas!
http://fraynelson.com/homilias.html.
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