¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, leer y meditar el Evangelio y el comentario en
este 27o Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San
Lucas 17,5-10.
Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". Él respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería." Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'.»
Comentario
Leí alguna vez que hace mucho tiempo vivió en la
China un niño llamado Ping que amaba tiernamente las flores. Todo lo que
sembraba crecía como por encanto. Un día, el Emperador, que era muy viejo,
decidió buscar a su sucesor.
¿Quién podría ser? ¿Cómo podría escogerlo? Decidió
que iba a dejar que las flores lo escogieran. Al día siguiente salió un bando:
todos los niños deberían venir a la gran plaza para recibir de manos del
Emperador semillas de flores.
"Quien en el plazo de un año me pueda
mostrar el mejor resultado", dijo, "me sucederá en el trono".
Esta noticia causó gran revuelo. Los niños de todos los rincones acudieron para
recibir sus semillas. Los papás querían que su hijo fuera escogido como
Emperador y los niños soñaban con ser escogidos. Cuando Ping recibió sus
semillas se sintió el más feliz de todos los niños. Estaba totalmente seguro
que podría cultivar las flores más hermosas.
Ping
llenó una matera con tierra y plantó la semilla. La rociaba todos los días. Los
días pasaron pero nada germinaba en la matera. Ping estaba muy triste.
Entonces
tomó una matera más grande y echó en ella la mejor tierra y tomó la semilla y
la plantó. Esperó dos meses más y no pasó nada. Poco a poco paso un año entero.
Llegó la primavera y los niños vistieron sus más preciosos trajes para agradar
al Emperador. Se dirigieron a la plaza con sus hermosísimas flores, esperando
cada uno que sería el escogido. Ping se sentía avergonzado con su matera vacía.
Pensó que los demás niños se burlarían de él. Sin embargo, fue a la plaza.
El
Emperador observaba detenidamente todas las flores. ¡Qué flores tan hermosas!
Pero el Emperador no decía ni una palabra. Finalmente, se acercó a Ping, quien
agachó su cabeza lleno de vergüenza esperando que sería castigado. El Emperador
le preguntó: "¿Por qué trajiste una matera vacía?" Ping comenzó a
llorar y respondió: "Planté la semilla que usted me dio, la rocié cada
día, pero no germinó. La sembré en una matera más grande, le puse una tierra
mejor y tampoco germinó. Esperé un año entero pero nada creció. Por esta razón
hoy vengo ante su presencia con una matera vacía. Hice lo mejor que pude".
Cuando el
Emperador escuchó estas palabras, se dibujó en su rostro una sonrisa y puso su
mano sobre el hombro de Ping. Luego exclamo: "¡Lo encontré! ¡Encontré a la
única persona digna de ser Emperador! No sé de dónde sacaron las semillas que
ustedes cultivaron. Porque las semillas que yo les di, habían sido cocinadas.
Por lo tanto, era imposible que pudieran germinar. Admiro a Ping por el valor
que ha tenido para venir delante de mí con su vacía verdad. Por lo tanto, ahora
lo premio con el reino y lo nombro mi sucesor.
Si somos
sinceros, más del noventa por ciento de las cosas que hacemos en nuestra vida,
no tiene otra finalidad que buscarnos a nosotros mismos. El egoísmo es tan
sutil, que nos engaña aún en nuestras buenas acciones. Reclamamos, exigimos,
solicitamos que se nos tenga en cuenta de mil formas cada día... Pasamos
factura por nuestras buenas obras. Queremos que se nos reconozca lo buenos que
somos. Hemos hecho todo lo que nos correspondía hacer, y esto, automáticamente,
nos hace merecedores de una recompensa por parte de Dios.
Pocas experiencias
tan importantes para aprender de la gratuidad, como la siembra y la cosecha. El
campesino que siembra la semilla y recoge la cosecha, sabe que él ha sido responsable
de ciertas condiciones externas que han facilitado las cosas, pero también es
consciente de que el crecimiento y el fruto, es solamente obra y regalo de
Dios. Esta bella historia nos recuerda que nosotros no somos dueños del
crecimiento ni de los frutos, y que tener fe es hacer lo mejor posible las
cosas, para que Dios realice su obra de salvación a través nuestro.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J
Sacerdote jesuita, Profesor Asociado de la Facultad de
Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
No hay comentarios:
Publicar un comentario