¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 14ª semana del tiempo ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Mateo 10,7-15.
Jesús dijo a sus apóstoles: Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente." No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad.
Comentario
La lectura de san Mateo nos presenta hoy el envío: momento clave de los evangelios.
Tiempo oportuno para recordar la enseñanza que nos dejó Pablo VI en los números
13 y 14 de su Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi", y que
aquí transcribimos en parte, adaptando a nuestra numeración.
Quienes acogen con
sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la participación en la fe, se
reúnen pues en el nombre de Jesús para buscar juntos el reino, construirlo,
vivirlo. Ellos constituyen una comunidad que es a la vez evangelizadora. La
orden dada a los Doce: "Id y proclamad la Buena Nueva", vale también,
aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro los define
"pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de la
tinieblas a su luz admirable" (1 Pe 2,9). Estas son las maravillas que
cada uno ha podido escuchar en su propia lengua. Por lo demás, la Buena Nueva
del reino que llega y que ya ha comenzado, es para todos los hombres de todos
los tiempos. Aquellos que ya la han recibido y que están reunidos en la
comunidad de salvación, pueden y deben comunicarla y difundirla.
La Iglesia lo sabe. Ella
tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: "Es preciso que
anuncie también el reino de Dios en otras ciudades" (Lc 4,43), se aplican
con toda verdad a ella misma. Y por su parte ella añade de buen grado,
siguiendo a San Pablo: "Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de
gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no
evangelizara!" (1 Cor 9,16). Con gran gozo y consuelo hemos escuchado, al
final de la Asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas:
"Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización
de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia"; una
tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen
cada vez más urgentes.
Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación
propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar,
es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar
a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa,
memorial de su muerte y resurrección gloriosa.
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