¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 34ª. Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Lucas 21,12-19.
Jesús dijo a sus discípulos: «Los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas.»
Comentario
En esta exhortación que el
Señor nos hace a permanecer firmes en el testimonio de nuestra fe, aceptando
con amor todas las consecuencias que nos vengan por confesarnos hijos en el
Hijo; y en que nos invita a perseverar sin claudicar de nuestro compromiso con
Cristo cuando la persecución arrecie; y en que nos promete que si nos
mantenemos firmes, conseguiremos la vida, pareciéramos escuchar aquellas
palabras de Jesús: Bienaventurados serán ustedes cuando los injurien y los
persigan, y digan contra ustedes toda clase de calumnias por causa mía.
Alégrense y regocíjense, porque será grande su recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes. Cuando los
Israelitas fueron al destierro el Señor les habló por medio de uno de sus
profetas diciéndoles: El Señor los ha traído para que, por medio de ustedes,
los paganos conozcan al Señor. Y el Señor nos dice: cuando sean llevados a los
tribunales déjenme hablar a mí por medio de ustedes, pues con esto ustedes
darán testimonio de mí. Dejemos que el Espíritu Santo hable por medio nuestro.
Muchas veces queremos hablar con la erudición humana. Y lo que salva no son
nuestras palabras, sino la Palabra que Dios sigue pronunciando día a día por
medio de su Iglesia. Por eso debemos aprender a estar a los pies del Maestro
para que, cuando vayamos a proclamar su Nombre, podamos decir como los
auténticos profetas: esto dice el Señor, en lugar de decir lo que dice
determinado autor humano, por muy eruditas que sean sus palabras. Y cuando Dios
hable nadie podrá resistir a esas palabras que Él pronuncie por medio nuestro.
Entonces el malvado podrá volver al Señor y el reino del Malo habrá llegado a
su fin, no por obra nuestra, sino por la obra que Dios realice por medio
nuestro.
En torno a Cristo Él pronuncia su Palabra sobre nosotros. Su Espíritu nos la hace comprender. La Iglesia, unida a su Señor, se convierte, así, en una Palabra viva, en el Evangelio viviente del Padre para todos los hombres. El Señor nos instruye con su Palabra y con su ejemplo, para que vayamos nosotros también a proclamar su Evangelio no sólo con los labios, sino con la vida que se entrega para que los demás encuentren al Señor, unan su vida a Él, participen de sus dones y se salven. Cristo entrega su vida para que nosotros tengamos vida. Él fue odiado y perseguido hasta que, finalmente, dio su vida por nosotros. Ese es el camino que debemos afrontar quienes nos unimos a Él no sólo en la oración, sino en la participación de su Cuerpo, que se entrega por nosotros; y de su Sangre, que se derrama por nosotros, para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo.
La Misión está dada. No podemos haber entrado en comunión de vida con el Señor para después convertirnos en vaso de maldad y de corrupción. Cristo nos quiere como signos claros de su amor en medio del mundo y al paso de la historia. Meditemos si hemos colaborado para que desaparezcan las injusticias, las maldades, las guerras y persecuciones en el mundo, o si, llamándonos cristianos, hemos colaborado para que el mal avance en el mundo. Cristo quiere que demos testimonio de Él no sólo con una vida personal intachable, sino haciendo nuestras las miserias y sufrimientos de todos los hombres para darles una solución adecuada, no desde nuestras imaginaciones cortas y miopes, sino desde la inspiración del Espíritu que nos lleva, no por donde nosotros queramos, sino por donde Él quiere. Entonces, a pesar de que tengamos que pasar por la muerte, el mismo Espíritu nos conducirá hasta la Gloria del Padre, y todo lo que hayamos tenido que padecer por el Nombre de Dios será comprendido como los caminos incomprensibles de Dios para nosotros, pero dentro de la voluntad decidida y salvífica de Dios para nosotros.
Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, estar abiertos a las inspiraciones del Espíritu Santo en nosotros, dejándonos conducir por Él hasta lograr la eterna bienaventuranza. Amén.
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