¡Amor y paz!
Hoy, Jesús grita; grita como quien dice palabras
que deben ser escuchadas claramente por todos. Su grito sintetiza su misión
salvadora, pues ha venido para «salvar al mundo» (Jn 12,47), pero no por sí
mismo sino en nombre del «Padre que me ha enviado y me ha mandado lo que tengo
que decir y hablar» (Jn 12,49).
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este miércoles de la IV Semana de Pascua.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Juan 12,44-50.
Jesús exclamó: "El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó".
Comentario
Todavía no hace un mes que celebrábamos el Triduo
Pascual: ¡cuán presente estuvo el Padre en la hora extrema, la hora de la Cruz!
Como ha escrito Juan Pablo II, «Jesús, abrumado por la previsión de la prueba
que le espera, solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de
confianza: ‘Abbá, Padre’». En las siguientes horas, se hace patente el estrecho
diálogo del Hijo con el Padre: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»
(Lc 23,34); «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
La importancia de esta obra del Padre y de su enviado, se merece la respuesta personal de quien escucha. Esta respuesta es el creer, es decir, la fe (cf. Jn 12,44); fe que nos da —por el mismo Jesús— la luz para no seguir en tinieblas. Por el contrario, el que rechaza todos estos dones y manifestaciones, y no guarda esas palabras «ya tiene quien le juzgue: la Palabra» (Jn 12,48).
Aceptar a Jesús, entonces, es creer, ver, escuchar al Padre, significa no estar en tinieblas, obedecer el mandato de vida eterna. Bien nos viene la amonestación de san Juan de la Cruz: «[El Padre] todo nos lo habló junto y de una vez por esta sola Palabra (...). Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo sería una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, evitando querer otra alguna cosa o novedad».
Rev. P. Julio César Ramos SBD (Salta, Argentina)
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