¡Amor y paz!
Celebramos hoy el gran acontecimiento por medio del
cual, como decía San Juan Pablo II, María es introducida definitivamente en el
misterio de Cristo y gracias al que, por la inconmensurable misericordia de
Dios-Padre y la amorosa disponibilidad de nuestra Madre, Dios-Hijo se encarnó
en nuestra historia para liberarnos del pecado y de la muerte.
La Virgen María, que se declara la 'servidora del
Señor', ha de ser ejemplo para que estemos siempre dispuestos a que se cumpla
en nosotros la voluntad de Dios.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y la oración-comentario, en este miércoles en que celebramos la Solemnidad de
la Anunciación del Señor.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Lucas 1,26-38.
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin". María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios". María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó.
Comentario
Dios mío, quisiera escucharte yo también, con mi
oído interior atento, sin filtros de prejuicios. No vaya a ser que casi sólo
oiga lo de siempre: lo mío, mis palabras, muy razonadas –eso sí–, pero no las
tuyas. Necesito librarme de ese monólogo, casi permanente, aunque pierda la
tranquilidad y la seguridad de no tener quien se me oponga.
María, que es la misma inocencia y no desea otra
cosa sino agradar a su Dios, alienta sin cesar su disposición de servir a su
Señor. Vive todos los días de la ilusión por complacerlo en cada detalle,
poniendo todo su ser en amarlo. Se siente contemplada por su Creador y a la vez
segura, sabiendo que Él conoce hasta el más delicado movimiento de su espíritu,
mientras Ella, llena de paz y alegre como nadie, va plasmando en sus obras el
amor que le tiene.
María se turbó, dice el evangelista. Acababa de
escuchar un singular saludo, que era la más grande alabanza jamás pronunciada.
Con su clarísima inteligencia había entendido bien: era un saludo de parte de
Dios, un saludo afectuoso a Ella de parte del Creador. Las palabras que escucha
indican que el mensajero viene de parte del Altísimo, que conoce la intimidad
habitual entre Dios y Ella; por eso se dirige a María, pero no por su nombre.
En María, lo más propio, más aún que su nombre, es su plenitud de Gracia. Así
la llama el Ángel: Llena de Gracia. Es la criatura que tiene más de Dios, a
quien el Creador más ha amado. Y María correspondió siempre, del todo y
libremente, con su amor al amor divino.
A partir de la disposición de María el Ángel le
transmite su mensaje. Como afirma Juan Pablo II, Dios "busca al hombre
movido por su corazón de Padre": no debemos temer a Dios. Las palabras de
Gabriel –tan intensas– y lo inesperado del mensaje, posiblemente sobrecogieron
a Nuestra Madre, pero no tenía por qué temer, le dice el Ángel. Su presencia
ante ella, por el contrario, era motivo de gran gozo: el Señor la había escogido
entre todas las mujeres, entre todas las que habían existido y las que
existirían: el Verbo Eterno iba a nacer como Hombre, para redimir a la
humanidad, y Ella sería su Madre.
¿Tenemos miedo a Dios? De Él sólo podemos esperar
bondades, aunque nos supongan una cierta exigencia. ¿Tememos preguntarnos si
nuestras conductas son de su agrado, no sea que debamos rectificar? Queramos
mirar al Señor cara a cara, francamente, como mira un niño ilusionado el rostro
de su padre, esperando siempre cariño, comprensión, consuelo, ayuda...
No se puede pensar en la respuesta de María como en
algo independiente de sus disposiciones habituales. Su sí a Dios cuando
contesta a Gabriel, vino a ser la formalización actual de lo que siempre había
querido.
Señor, que vea; te pido como Bartimeo, aquel ciego
al que curaste. Que Te vea. Que vea qué esperas de mí. Quiero escuchar tu
llamada, en cada circunstancia de mi vida y, como María, para mi vida entera...
Entiendo que conoces los detalles de mi andar terreno y prevés lo que llamo
bueno y lo que llamo malo y que todo es ocasión de amarte. Ayúdame a intentarlo
sinceramente, de verdad. Enséñame a hacer tu voluntad, porque eres mi Dios, te
pido con el Salmista. Enséñame a confiar en tu Bondad omnipotente.
No temas, María –le dice Gabriel, antes incluso de
manifestarle en detalle la Voluntad del Señor. Y, luego, el mensaje mismo
incluye los motivos de seguridad y optimismo: que cuenta con todo el favor de
Dios y que será obra del Espíritu Santo la concepción y mantendrá su virginidad...
Finalmente, recibe también una prueba de otra acción poderosa de Dios: la
fecundidad de Isabel, porque para Dios no hay nada imposible, concluye el
arcángel.
Cuando nos habituamos a contemplar a Dios –Señor de
la historia: de la mía– presente en los sucesos de cada jornada, tenemos paz.
Lo sentimos como un Padre inspirando y protegiendo cada paso nuestro:
queriéndonos. Porque nos comprende y nos sonríe con el cariño afectuoso de
siempre. También cuando, quizá sin darnos mucha cuenta, intentamos rebajar la
exigencia sin verdadero motivo, "escurrir el bulto". Es que no es
obligación, discurrimos. Y lo escuchamos en el fondo del alma: "¿Me
quieres?" Y ya sabemos que a la pregunta por el amor se responde con la
vida: "que obras son amores..."
Ayúdame, Señor, a decirte siempre que sí. Auméntame
la fe para ver más claramente qué esperas de mí cada mañana y cada tarde. El
"sí" de María, el día de la Anunciación, fue a ser Madre de Dios. El
Verbo se hizo humano en sus entrañas, por el Espíritu Santo y su
consentimiento. Nuestros "sí" a Dios de todos los días, se parecen a
los que Nuestra Madre pronunciaba de continuo, amando a Dios en cada momento y
circunstancia de la vida. Eran en María enamoradas afirmaciones –silenciosas
casi siempre– de una conversación que no termina, como no terminan nunca las
palabras de afecto en los enamorados, aunque sólo se contemplen. Madre mía
enséñame a querer.
Fluvium 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario