jueves, 13 de noviembre de 2014

Un Reino sin ostentación; un Rey sin fasto

¡Amor y paz!

El Evangelio hoy nos plantea que el Reino de Dios no llega de un modo aparatoso. El Hijo de Dios, hecho uno de nosotros, nació de María Virgen y vivió de un modo muy sencillo, enseñándonos que el camino de la humildad es el mejor camino mejor para manifestar a los demás el Reino de Dios entre nosotros.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este jueves de la 32ª. Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Lucas 17,20-25. 
Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. Él les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: 'Está aquí' o 'Está allí'. Porque el Reino de Dios está entre ustedes". Jesús dijo después a sus discípulos: "Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán. Les dirán: 'Está aquí' o 'Está allí', pero no corran a buscarlo. Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día. Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación." 
Comentario

El evangelio de hoy cuando presenta la llegada del Reino de Dios como algo desprovisto de todo espectáculo. No triunfa por la grandiosidad de esas "señales" que tanto le reclamaban a Jesús para admitir su autoridad o el origen de su misión en Dios. El Reino prospera ciertamente; avanza sin detenerse; incoado por el ministerio del Mesías, ya ha sido irreversiblemente decretado para la historia humana; y sin embargo, no aplasta, no se impone por encima de los hombres sino desde "dentro" de ellos. Por eso dice el Señor: " el Reino de Dios ya está entre ustedes" (Lc 17,21).

Hay algo profundo aquí: Dios no reina "por encima" sino "adentro" de la historia. Reinar por encima es crear y sostener la apariencia, emitir declaraciones sonoras, promulgar leyes trascendentes en el marco de reuniones al más alto nivel. Poco o nada queda de todo ello, si quienes han de cumplir esas leyes y ser consecuentes con esas declaraciones carecen de la generosidad interior y la tremenda abnegación que siempre se necesitan para lidiar con la raza ingrata y egoísta de Adán.

Por eso el misterio de la cruz, trono de nuestro Rey sin fasto. La cruz es la señal de un Rey y de un reino que nada deben a los poderes de esta tierra. Un reino sin negocios, y por lo tanto, más allá de todo consenso y de todo comercio. Un reino que se vuelve ámbito de amor sin condiciones y de donación sin límites. Como Jesús en la Eucaristía.


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