domingo, 9 de noviembre de 2014

El cuerpo humano es sagrado y merece respeto: es templo de Dios

¡Amor y paz!

La liturgia del domingo cede ante una fiesta. Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica de Letrán. Erigida por el emperador Constantino, hacia al año 324, es la primera en dignidad de las iglesias de Occidente, porque se trata de la catedral del Papa en Roma. Ella es la mater omnium ecclesiarum (madre de todas las demás iglesias), pues de ella no sólo han nacido nuevos cristianos por el bautismo, sino más bien porque debe engendrar a otras Iglesias y comunidades con dedicación misionera.

De hecho y en contra de lo que piensan muchos, la catedral de Roma no es San Pedro del Vaticano sino San Juan de Letrán). Es una fiesta que nos invita a valorar nuestras iglesias -más antiguas y más modernas, más grandes o más pequeñas- pero que, sobre todo, nos invita a valorar que "el templo de Dios" no son los edificios sino Jesucristo y los seres humanos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario:

Evangelio según San Juan 2,13-22.
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.  

Comentario

Decir que Jesucristo es el templo de Dios significa creer que en él se manifestó Dios. El Dios que -como dice el evangelio de Juan- nadie vio jamás, nos fue revelado por Jesucristo. Y esto significa que todos los que nos llamamos cristianos no podemos hacernos nuestro "dios" a imagen y semejanza nuestra, según nuestros criterios y modos de actuar, sino según lo que nos dice Jesucristo.

Podríamos decir que cristiano no es tanto aquel hombre o mujer "que va a la iglesia" o "que va a misa" sino aquel que vive, cada día, en todas partes, como discípulo de Jesucristo, intentando vivir -a pesar del pecado que todos tenemos- como nos enseñó Jesucristo. Porque solamente El es el camino de vida, el camino de verdad. Solamente en Él conocemos al Dios verdadero, no el "dios" que nos hacemos nosotros.

La segunda conclusión se refiere a cada hombre. A cada uno de nosotros y a cada uno de los hombres. Todos estamos llamados a ser "templo de Dios". Mejor dicho, para Dios, lo somos todos. De lo que se deduce que todo hombre merece respeto, estimación, valoración. "Si alguno destruye el templo de Dios -nos ha dicho san Pablo, repitámoslo-, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros".

Lo cual significa que cada hombre y cada mujer es sagrado. No puede ser convertido por nosotros en alguien a quien consideramos como esclavo o servidor nuestro, en alguien a quien no sabemos perdonar, comprender, ayudar. Ningún hombre puede ser considerado solamente como un instrumento, un productor o un objeto de placer para nosotros. Cada hombre y cada mujer, sea barrendero o artista de cine, sea gobernante o un obrero sin trabajo, sea viejo o niño, sea un ejecutivo triunfante o un minusválido, sea una mujer llena de belleza o una mujer fea, sea un policía o un terrorista, todos siempre a pesar de todo son "sagrados", son templo de Dios. Merecedores de todo amor, de todo respeto, de toda comprensión.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1980/21

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