¡Amor y paz!
“Mi pasado me condena”, el
título de una película estadounidense de 1971, sirve para ilustrar una forma
de acercarnos a la meditación del Evangelio de hoy. Pedro, un sencillo
pescador, es escogido por Jesús para que lo acompañe a anunciar la Buena
Noticia de la Salvación. ¿Cuáles son sus méritos? Sólo el Señor lo sabía, pero
el mismo Simón, como entonces se llamaba, se confiesa pecador. Como pecadores
han sido otros discípulos, valga recordar a Saulo, luego, Pablo; o Agustín de
Hipona, antes de su conversión.
Sin embargo, a diferencia
del título del filme mencionado, Jesús perdona, no condena. Y entonces, como a Pedro,
o como a la adúltera, o como a cualquiera de nosotros, nos invita a conocerlo,
amarlo y seguirlo.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la Semana 22ª.
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (5,1-11)
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.» Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.» Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Comentario
Vamos a fijarnos en la última frase del
Evangelio de hoy. Posiblemente es la más importante: “Y dejándolo todo, lo
siguieron.” Eso marca el final de un proceso. Y el final suele ser lo más
importante. Por en medio habrá habido pasos adelante y pasos atrás, dudas,
vacilaciones, momentos de luz y claridad... Pero lo importante es llegar.
Dos historias para aclararlo. Recuerdo
que cuando estaban a punto de beatificar al fundador del Opus Dei, vi un
programa de televisión en el que unos invitados debatían sobre la vida del
santo. Uno de ellos comenzó a contar que en la vida del futuro beato había
habido algunos momentos de oscuridad, no tan santos para entendernos. Fue un
jesuita el que le respondió –y muy bien– que lo importante era el final, que en
todo proceso hay momentos diversos y que, dadas las limitaciones que tenemos
todas las personas, no es de extrañar que en la vida de monseñor Escrivá
hubiese habido momentos de dificultad, de oscuridad, errores incluso. Lo
importante había sido su capacidad para superar esos momentos, para seguir
caminando, para mantener firme la mirada en la meta.
La otra historia pertenece a mi propia
experiencia cuando hace año hice el Camino de Santiago. Es un camino largo, 700
kilómetros. Un mes caminando todos los días. Hay momentos para todo. A veces
duelen los pies y las piernas. A veces uno se siente cansado. Hay momentos en
lo que uno se pregunta por qué se metió en semejante locura o qué se le ha
perdido en Santiago. Pero también hay momentos de luz, de claridad, de buen
humor, de diálogo con los otros caminantes con los que se comparte el Camino.
Y, al final, cuando se llega, se sabe que todo lo que se ha pasado, alguna
tendinitis y muchas ampollas incluidas, ha valido la pena.
Pedro escuchó a Jesús, luego le siguió,
luego dudó, luego le volvió a seguir. Por el camino llegó a negar haber
conocido a Jesús. Es que Pedro era una persona normal, como nosotros. Con sus
debilidades y sus fortalezas. Lo importante es que se mantuvo en el empeño.
Siguió tras Jesús. Y llegó a su meta. Si él pudo, nosotros también. No importa
lo que haya habido por el camino. No importan los errores cometidos. Lo
importante es seguir y llegar. Y, no lo dudemos, la gracias de Dios está con
nosotros. Como lo estuvo con Pedro.
Fernando
Torres Pérez, cmf
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