¡Amor y paz!
El Señor Jesús nos habla hoy acerca de la médula
del cristianismo: estamos llamados a convertir nuestro odio y deseos de venganza en amor al que nos
ofendió. Eso, en contravía del concepto de justicia que se aplicaba desde
tiempos remotos, como en el Código de Hammurabi del año 1792 a. C., que buscaba
regular la venganza, inspirado en la denominada Ley del Talión. (En
latín el término talión tiene su origen en el término, talis o tale cuyo
significado es el de idéntico o semejante).
Antes de esa ley había una desproporción entre la
acción ofensiva y la reacción del ofendido y con ella se buscaba regularla.
Así, en el Levítico, se dice: “Si alguien lesiona a su prójimo, lo mismo que
él hizo se le hará a él: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente;
se le hará la misma lesión que él haya causado al otro, el que mate a un
hombre, será castigado con la muerte”. (Lv 24,18-20).
Sin embargo, hoy Jesús nos dice: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los
que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los
difaman…”
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este jueves de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San
Lucas 6,27-38.
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».
Comentario
Nuestro Señor menciona cuatro tipos de medidas que
se le darán al hombre: una medida generosa, una medida colmada, una medida
remecida y una medida rebosante […] Comprended primero lo que es una buena
medida. Consiste en que el hombre cumpla la voluntad de Dios, viva según sus
mandamientos y los de la santa Iglesia […], que practique los sacramentos y
sienta el dolor de sus pecados […], que ame a Dios y a su prójimo […] He aquí
una vida verdaderamente cristiana […]; podemos llamarlo lo estrictamente
necesario […].
Cuando el hombre se inicia en la vida espiritual,
se propone buenas prácticas exteriores, tales como oraciones, sacrificios,
ayunos y otras formas particulares de devoción. Luego, esta es la medida
colmada que se le da, a saber un ejercicio interior e íntimo, por el cual el
hombre pone todo su celo en buscar a Dios en lo más profundo de su ser, porque
es allí donde está el Reino de Dios (Lc 17,21). Hijos míos, esta vida es muy
diferente de la primera, como correr es diferente de estar sentado. […]
Viene luego la medida remecida: es el amor desbordado. Este amor lo da todo, todas las buenas obras, toda la vida, todo el sufrimiento. Lleva en su vaso todo el bien que se hace en el mundo, por parte de todos los hombres, buenos o malos […]; todo está en la caridad […] El amor absorbe todo el bien que se encuentra en el cielo, en los ángeles y los santos, los sufrimientos de los mártires. Atrae hacia sí todo lo que hay de bueno en todas las criaturas del cielo y de la tierra, donde una gran parte se pierde o por lo menos parece que se pierde; la caridad no lo deja perder. […]
Viene luego la medida desbordante. Esta medida está tan plena, es tan abundante, tan generosa que se desborda por todas partes. Nuestro Señor toca con un dedo el vaso y enseguida se desborda de dones muy por encima de su capacidad […] Todo se esparce, se pierde en Dios y se hace uno con Él. Dios se ama a sí mismo en estos hombres, opera todas sus obras en ellos […] Así es como la medida de los corazones desbordantes se difunde por toda la Iglesia.
Juan Taulero (c. 1300-1361), dominico en
Estrasburgo
Sermón 39, domingo 4º después de la Trinidad
Sermón 39, domingo 4º después de la Trinidad
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