¡Amor y paz!
¿Quién entiende el evangelio? ¿Los sabios, los
letrados, los que han estudiado....?, ¿los curas, los teólogos? ¿Son estos los
que entienden a Jesús, los que entienden el evangelio? Hay razones para
dudarlo. Sobre todo si apenas han hecho otra cosa que estudiar.
No "los sabios y entendidos": Pues la
capacidad de escuchar de un hombre cualquiera depende de la necesidad de
preguntar. De modo que el "sabio y el entendido", el que vive sin
problemas y cree que todo lo tiene resuelto, el satisfecho, el situado en
bienes y opiniones, el que se cree justo y juzga a los demás, el
autosuficiente..., no pregunta, no busca, no escucha ni puede escuchar. Y menos
aún escucha un mensaje como el evangelio que habla de salvación, de liberación,
de perdón. Para él la mejor noticia no es la Buena Noticia, sino la ausencia de
toda noticia y el parte que diga una y otra vez: "sin novedad".
(Eucaristía 1978/31)
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este XIV domingo del
Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Mateo 11,25-30.
Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".
Comentario
Conocí a Carlos Riesgo en una comunidad de Fe y Luz
que lleva por nombre Ephetá, que significa: ¡Ábrete! Una comunidad que reúne,
alrededor de la Palabra de Dios y de la construcción de la fraternidad, a niños
y niñas con alguna deficiencia mental o psíquica, a sus familiares y a sus
amigos. Jean Vanier y Marie Hélène Mathieu, fundaron estas comunidades hace ya
más de treinta años y se han ido extendiendo a lo largo y ancho del mundo. En
Colombia está apenas naciendo una de ellas; lleva unos años de camino lento y
pausado, como debe ser el proceso de cualquier obra que de verdad quiera llegar
a ser grande, como las ceibas de nuestros campos o el grano de mostaza del
Evangelio.
Carlos sufre de una parálisis cerebral y tiene
muchos problemas para moverse y para hablar; pero sus ojos, vivos como
centellas, dicen más de lo que sus difíciles palabras alcanzan a expresar. Un
buen día, a propósito de un encuentro al que fuimos un fin de semana junto con
otras comunidades llegadas de otras ciudades, me pidieron que estuviera
especialmente pendiente de Carlos los tres días que estaríamos reunidos. Él se
defiende muy bien y hace prácticamente todo por sí mismo; lo único que
necesitaba era apoyo y respaldo por cualquier eventualidad. Yo acepté el reto
con mucho gusto.
Ese bendito fin de semana recibí una de las
lecciones más importantes de mi vida; en esos tiempos estaba yo haciendo unos
estudios de especialización en teología y contaba con un grupo de distinguidos
profesores, todos ellos doctores. Sin embargo, el mejor profesor que tuve durante
esos años fue Carlos Riesgo, no lo puedo dudar. El necesitaba apoyo y yo
necesité paciencia... mucha paciencia, porque Carlos lo hace todo lentamente, a
su ritmo: comer, moverse de un lugar a otro, acomodarse en su silla, arreglarse
por las mañanas... Desacelerarse un fin de semana completo, para los que vamos
por la vida como una moto, no resulta un trabajo fácil. Y, dentro de lo que
hace lentamente, lo que más me costó trabajo fue su forma de hablar...
Cada vez que Carlos quería decirme algo, comenzaba a
articular difícilmente las palabras, tratando de hacer una frase comprensible.
Y yo, con el acelere de siempre, trataba de adivinar lo que quería decirme, sin
dejar que él terminara. Tan pronto yo lo interrumpía con una frase que no era
la que él estaba tratando de armar; hacía un gesto con la mano y comenzaba de
nuevo su tortuoso esfuerzo por expresarse... De nuevo, el hábil sabelotodo, que
quiere apurar el paso y ganar tiempo, se me salía con otra frase que tampoco
lograba adivinar el trabalenguas... Y vuelva a empezar otra vez... Hasta que,
poco a poco, fui aprendiendo que cuando yo me quedaba callado y esperaba a que
Carlos terminara de decir lo que quería decir, a la velocidad que él iba,
entonces, ¡oh milagro!, entendía que lo que quería era un vaso con agua o que
le alcanzara fruta...
“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y
entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido”. Este grito de júbilo de
Jesús debió nacer después de haberse encontrado con alguna de estas personas
que la sociedad desprecia o considera inútiles. Son ellos los depositarios de
los secretos del Reino de Dios. Por eso, gracias a Carlos, el Señor me gritó:
¡Ephetá! para enseñarme a escuchar a los demás sin interrumpirlos; para
aprender a callar y a respetar el ritmo de los sencillos... No sé si he logrado
vivir todo esto, pero siento la responsabilidad de alabar con Jesús la
ocurrencia de Dios de revelarle los misterios del Reino a los más pequeños,
ocultándolos de los sabios y entendidos. Por eso, tenemos que pedir todos los
días que el Señor quiera abrir nuestros oídos para saber escuchar sus mensajes
y dejarnos evangelizar por los más pobres de nuestra sociedad. “Sí, Padre,
porque así lo has querido”.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la
Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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