¡Amor y paz!
Uno de los elementos
comunes de todas las apariciones de Jesús descritas o citadas en los evangelios
es que se trata de encuentros personales; para los destinatarios fueron una
vivencia objetiva. En ella pudieron experimentar que Jesús no era un espíritu.
Era el crucificado, no cabría duda: vieron la marca de la cruz en su cuerpo. Y,
paradójicamente, era distinto: su corporeidad no estaba sujeta a las
limitaciones propias del tiempo y del espacio. En cualquier caso, sólo se le
puede reconocer si él se da a conocer (Mercaba.org)..
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este
jueves en que celebramos la
fiesta de Santo Tomás, apóstol.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 20,24-29.
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
Comentario
La débil fe de los
discípulos era tan vacilante que, no contentos con ver al Señor resucitado,
quieren, además, tocarle para creer en él. No les bastaba ver con los ojos,
querían acercar sus manos a sus miembros y tocar las cicatrices de sus
recientes heridas. Es después de haber tocado y reconocido las cicatrices que
el discípulo incrédulo exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» Estas cicatrices
revelaban a aquel que, en los otros, curaba todas sus heridas. ¿Acaso el Señor
no hubiera podido resucitar sin cicatrices? Es que el Señor veía en
el corazón de sus discípulos unas llagas que sólo podían ser curadas con las
cicatrices que conservaba en su cuerpo.
¿Y qué es lo que responde el Señor a esta confesión de fe de su discípulo que
dice: «¡Señor mío y Dios mío!»? «Porque me has visto has creído. Dichosos los
que crean sin haber visto». ¿De quién habla, hermanos, sino de nosotros? Y no
tan sólo de nosotros sino de los que vendrán después de nosotros. Porque, poco
tiempo después, cuando él ya no puede ser visto con los ojos mortales, para
hacer más fuerte la fe en los corazones, todos los que han llegado a creer han
creído sin haber visto, y su fe tiene un gran mérito: para llegar a ella han
acercado a él no una mano que le quería tocar, sino tan sólo un corazón amante.
San
Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la
Iglesia. Sermón
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